sábado, 27 de diciembre de 2014

Sólo cinco fronteras más






“Yo de mayor siempre he querido ser niño.
Pero aquí, en este país convertido en estercolero,
de niño quiero ser mayor.
Para poder escapar rápido.




Ni su nombre, ni su edad, ni su historia. Lo único que supe de él fue de dónde era y a dónde iba. Habíamos viajado en el mismo autobús desde ciudad de Panamá, pero no cruzamos palabra durante las 10 horas del viaje, ni siquiera cuando un control militar nos detuvo cerca de Penonomé, casi a media noche, y tuvimos que bajar del autobús, medio dormidos, y abrir las maletas y vaciarnos los bolsillos mientras los perros nos olfateaban los zapatos y los soldados preguntaban una y otra vez nuestro origen, destino, motivo del viaje, profesión, etc. Pero no crucé palabra con él, creo que ni siquiera lo vi. Llegamos a Paso Canoas, en la frontera con Costa Rica, a eso de las 4 am, así que nos echaron del autobús y tuvimos que esperar a que abrieran la frontera (sí, algunas fronteras sólo están abiertas en horario de oficina). Aún estábamos a oscuras y el pueblo parecía deshabitado. Era julio y el calor y la humedad eran insoportables.

-¿Colombiano?- me preguntó acercándose con cierta timidez.

-Mexicano- le respondí, y al ver que no encontraba su encendedor, saqué el mío y se lo ofrecí. El hombre asintió con la cabeza, agradeciéndome. Le calculé unos 50 años.

-¿Y va para allá? ¿A la capital?

-Sí, al DF. ¿Usted de dónde?

-Panameño. De Pacora.

-¿Y a dónde va?- pregunté.

Y entonces el hombre hizo algo que sé que recordaré mucho tiempo. No respondió a mi pregunta. Sonrió muy lentamente y ladeó un poco la cabeza. Una sonrisa cómplice, divertida. Una sonrisa ilusionada como la de un niño. Entornó los ojos y levantó las cejas, aún con la cabeza ladeada, como señalando algo encima de él. Uno o dos segundos duró su gesto. Y no hubo necesidad de decir nada más, ni de que yo preguntara nada más. Su gesto señalaba arriba. Al Norte. Más, más al Norte. Ese Norte al que tantos centroamericanos quieren ir. Ese Norte que, si se alcanza, les promete salvarlos de la miseria y la barbarie en la que viven. Nunca he visto en un adulto una sonrisa de tanta ilusión, tan pura, tan inocente.

No dijo nada más, no hacía falta.  


-Aún está lejos- fue lo único que se me ocurrió decir.

-Bue, si paso ésta, sólo son 5 fronteras más- respondió, todavía con un poco de esa sonrisa infantil y emocionada.


Al final ni él ni yo cruzamos Paso Canoas. El coyote que iba a cruzarlo a él y a otros tres iba a llevarlos unos kilómetros al Norte, hacia Breñón, y de ahí cruzarían por la selva. A mí me negaron la entrada a Costa Rica por una vacuna que, según yo, no necesitaba. Según ellos, sí. Pero con las ventajas que da tener un pasaporte, yo pude volver a ciudad de Panamá y tomar un vuelo para evitar Costa Rica. De él no supe más.

Una semana después yo estaba entrando a México por La Mesía, en Guatemala. Él tenía planeado entrar a México por Tecún Umán, cruzando el río Suchiate, e ir a Tapachula para subirse al tren que llaman La Bestia. También me dijo que calculaba estar en Atlanta a finales de noviembre.

Tres días después yo ya estaba en la ciudad de México. Y ahí, en la estación Lechería, apenas a unos kilómetros de la casa donde crecí, están ellos.

Decenas, quizá cientos. Al lado de las vías del tren o junto a la autopista. Hombres, niños, familias enteras, adolescentes con bebés en brazos. Son los nadies de los que hablaba Eduardo Galeano. Los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo. Los eternos indocumentados. Y en ninguno de ellos volví a ver la sonrisa ilusionada de aquel panameño. Claro que no, han viajado ya muchos kilómetros, y saben lo que aún les espera. Saben que van a sufrir aún más antes de llegar. Si es que llegan. Saben que a muchos de ellos los van a extorsionar, a secuestrar, a matar. Lo saben, o lo van sabiendo durante el trayecto. Y esa sonrisa ilusionada se les va borrando hasta que desaparece por completo.

Y están ahí, junto a las vías o entre los coches, pidiendo algo, lo que sea para continuar su viaje. Y te agradecen igual una moneda que una fruta o una botella de agua. No quieren quedarse en México. ¿Quién de ellos querría?

En el mejor de los casos, aquel panameño de la sonrisa ilusionada estará ya en Atlanta, y quién sabe qué habrá tenido que hacer para llegar. En el peor de los casos, en el más común, será un número más en las estadísticas. Un nadie más a quien se le apagó la sonrisa. Un nadie más a quien le despertaron del sueño.
















jueves, 18 de diciembre de 2014

3 poemas cíclicos




No sé dónde estén
ni dónde han dormido estos días
no sé si han comido
si las noches son más frías
o si en verdad ayudan
las frases que desde acá enviamos

no conozco sus lágrimas
y mentiría si dijera que las imagino
que sé lo que se siente

una vez más
no

no sé cómo ha de sentirse
ser un muerto ajeno
y ver incendiarse el mundo
y llorar de lejos

no está en mis manos su vida
ni callar los ruidos
ni hallar a sus hijos
ni devolverles la risa

no sirve la tristeza inerte
ni mis porqués vacíos
ni mis gritos o mis silencios

no sé de qué estarán hablando
perdí la cuenta de los caídos
de los levantados
de los perdidos

no sé dónde estén
si les queda un minuto para volver a soñar
y una palabra que los haga volver a creer

díganme qué se hace para seguir creyendo 
para seguir luchando
para seguir de pie




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La muerte debería ser voluntaria
cada quien debería elegir
el lugar y el momento preciso
para abandonar este mundo

a los gobiernos les ahorraría indemnizaciones
a los familiares, llantos
a los muertos, tiempo

los índices de tristeza bajarían notablemente
aunque los peritos
médicos forenses
y algunos abogados
tendrían que buscarse otro empleo

En una semana me muero
podríamos decir
y habría tiempo para renunciar al trabajo
despedirte de los amigos
hacer testamento

y ellos
los amigos
tendrían tiempo de convencernos de no morir
de decirnos lo que siempre han querido
de regresarnos nuestras cosas
para no sufrir

Espera un mes más, papá
dirían algunos hijos

ya casi me titulo

ya voy a casarme

ya quiero morirme yo también





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Ahí vienen otra vez las balas
                                                
                                                           -otra vez, aunque nunca se fueron-

irrumpiendo sin tocar la puerta
asomándose por la ventana
besando a quien a su paso encuentran

ahí vienen de nuevo sin anunciarse
sin pedir perdón
mucho menos permiso

vienen a estrecharnos la mano
a dar palmaditas de consuelo
a ver cómo estábamos
si es que todavía estamos

vienen altivas
izando la bandera del honor
y la desdicha

ahí vienen otra vez las balas
dispuestas a hacer el amor
con una frente desconocida













domingo, 2 de noviembre de 2014

Mi granito de mierda




Nunca he sabido si aquella historia que hace unos años nos contó P sobre su sobrina fue cierta. Nunca hemos vuelto a hablar del tema, y sé que yo nunca se lo preguntaré, nunca tocaremos de nuevo el tema. Hay pláticas de un día que deben quedarse ahí.

Sin embargo, a veces pienso en la sobrina de P, a quien nunca conocí. Es difícil ponerle un rostro o una voz, pero aun así pienso en ella de vez en cuando.

Sin entrar en detalles, pero para que sepan de qué hablo: la sobrina de P tenía diez años, desaparecida, o mejor dicho secuestrada en una pequeña ciudad cerca de la frontera con Estados Unidos. Su cuerpo fue encontrado ocho días después. Le habían extraído un riñón y se encontraron restos de látex y de cocaína en su sistema digestivo y en otras cavidades.

Alcancías humanas, les llamaban. Niños llenos de droga que cruzaban la frontera medio muertos. Los pequeños cárteles buscaban nuevas formas de cruzar la droga, y con esta práctica además se expandían hacia el mercado de tráfico de órganos, que da muchísimo dinero. Hubo diez o doce casos registrados –quién sabe cuántos más de los que nunca supimos-. Secuestraban a un niño, le extraían algún órgano –casi siempre era un riñón- y le metían medio kilo de coca en su lugar, además de otras pequeñas cápsulas en el estómago o en el recto. El niño, completamente sedado, aún podía vivir cuatro o cinco horas antes de sufrir una falla renal grave. Parecía dormido cuando cruzaba la frontera acompañado por sus supuestos padres. Una vez del otro lado, le sacaban la droga y botaban el cuerpo.

Afortunadamente esta nueva técnica no se popularizó entre los cárteles. Muy poco se habló de esto, y nadie investigó demasiado la muerte de diez niños.

Y yo pienso de vez en cuando en la sobrina de P, a quien nunca conocí. Como hace unos meses, cuando estaba con M en el café Szafe, en Cracovia, y un par de españoles se acercaron a pedirnos un cigarro. Minutos después se liaron un porro y vinieron a ofrecernos. M y yo negamos con la cabeza. ¿De verdad no queréis probarla? –insistió el chico-, está buenísima, es colombiana.

O hace unos días, cuando hospedé en mi casa a una pareja de estudiantes alemanes, y una noche después de cenar, el chico me preguntó: ¿Se puede fumar en tu casa? Yo iba por el tercer o cuarto cigarro, así que entendí que no hablaba de fumar tabaco. Sí, le respondí. ¿Quieres? No gracias, pero volví a pensar en la sobrina de P.

Y es que a veces se cree que la violencia del narco compete únicamente a los países productores, pobres, tercermundistas donde la gente aún se mata como en la Edad Media. En Europa se compra y se consume; lo que tenga que pasar para que el producto llegue es lo de menos, siempre llega (hace apenas dos meses el Gobierno de Perú decomisó al cártel de Sinaloa más de 7 toneladas de cocaína que tenían como destino Bélgica y España, pero no pasa nada, ya llegará algo de Pakistán o de Marruecos). Y nos lavamos las manos, y se nos resbala la culpa. Pero todos, todos los que fumamos o alguna vez hemos fumado o consumido, todos ponemos nuestro granito de mierda en esa larga y violenta cadena que es el narcotráfico. Sin embargo la cadena es tan larga que la culpa no se ve, no se siente. Yo compro y pago, o mi amigo compra y paga y yo sólo doy una calada, ¿qué hay de malo en eso? Y mi amigo la compra a alguien más, y ése alguien a otro y a otro hasta que ese otro es quien secuestra a la sobrina de alguien, otro le saca el riñón, otro le mete medio kilo de coca, otro se hace pasar por su padre y cruza la frontera…

Eso es lo que el narco le está haciendo a mi país. Ocho años desde que Felipe Calderón anunció el Operativo Michoacán en diciembre de 2006 y desencadenó una guerra en la que ha muerto más gente de la que Estados Unidos perdió en 10 años en la guerra de Vietnam. Eso es a lo que todos hemos contribuido, por acción, por omisión, por desinterés.


Pero yo sólo fumo marihuana cuando alguien me invita.



No se trata de una cuestión moral. No quiero convencer a nadie de nada; algunos de mis mejores amigos fuman o consumen y no tengo ningún problema con eso. Se trata únicamente de entender y asimilar todo lo que a veces tiene que pasar para que alguien se pueda fumar un porro. De ser consciente de que algún día puede ser mi sobrina, y de que si eso pasa no tendría cara para pegar el grito en el cielo y preguntar ¿por qué? ¿por qué a mi familia?


Pienso de vez en cuando en ella, en la sobrina de P a quien nunca conocí, y en P, quien nunca se ha fumado un porro en su vida, y deseo con todas mis fuerzas que nos haya mentido aquella noche cuando nos contó esa historia.




martes, 28 de octubre de 2014

Estimado Mario Vargas Llosa:




Mientras hurgaba entre las cajas de libros que dejé hace unos años en casa de mi madre, me encontré con uno que me dio una de las mejores ideas que he tenido en mucho tiempo. Era La sombra del águila, de Arturo Pérez-Reverte. Es una edición a prueba de agua (sí, te puedes meter a bañar con el libro y no pasa nada), bastante chida, que había estado en una de esas cajas casi 4 años, y mientras lo hojeaba y recordaba la historia de cómo lo obtuve, me vino un destello de genialidad.

Hace unos años me fui a vivir a Chiapas a trabajar como profesor de Lengua y Literatura. La verdad es que me fui porque pensaba que sería un profesor rural, que viviría en medio de la selva Lacandona, y que llevaría una vida sencilla y tendría tiempo para escribir mi tesis de maestría. Durante el año que viví ahí, lo único que se cumplió fue que tuve mucho tiempo libre, pero no escribí ni madres de la tesis.

A mis estudiantes, demonios de 15 años, lo que menos les interesaba en la vida era la literatura, y yo tenía que enseñarles Siglo de Oro español, así que lo mejor que se me ocurrió fue que leyéramos Las aventuras del capitán Alatriste, de Pérez-Reverte. En la ciudad había tres librerías y ninguna tenía el libro de Reverte, así que, como tantas otras veces con otros libros que uso en clase, decidí fotocopiarlo.

Y aquí surgió un pequeño dilema, pues Reverte es mi escritor favorito y por primera vez sentí un atisbo de culpa al violar los derechos de un autor, así que le dejé un mensaje en su página de Internet, maquillando un poco la situación, por supuesto: Excelentísimo señor don Arturo, blablablá, profesor rural, selva Lacandona, escasez de libros, estudiantes pobres, etcétera. En fin, le avisé que iba a hacer 30 copias ilegales de su libro, pero que lo hacía con mucho respeto.

Unas semanas después recibí un correo electrónico de una agencia literaria, pidiéndome amablemente mi dirección, ya que por indicación de don Arturo Pérez-Reverte, me enviarían unos libros. Adjunto, un breve mensaje del mismo Reverte, diciéndome que fotocopiar su libro para mis estudiantes no era delito alguno, sino un honor que yo le hacía, y que aceptara un paquete de libros que me enviaría desde Madrid por medio de su agente literario.

Le escribí mi dirección, emocionado y agradecido, aunque también pensaba que bien podría enviarme un par de gorilas a romperme la madre, no sólo por violar el copyright, sino también por ser tan imbécil como para anunciarlo en Internet.  Pero los gorilas no llegaron, y un mes después llegó el paquete a mi casa. Era una treintena de libros de Reverte: varios tomos de la saga de El capitán Alatriste en ediciones de lujo, dos compilaciones de sus escritos periodísticos que son muy difíciles de conseguir en México, la edición a prueba de agua de La sombra del águila que mencioné, y varias novelas más. Sorteé algunos libros entre mis estudiantes y yo me quedé con los tres o cuatro que no tenía.

Le escribí agradeciéndole el detalle, y no voy a decir que Reverte y yo nos hicimos amigos, pero sí nos escribimos algunas veces más, por otros motivos que contaré en otra ocasión.
Pensaba en todo esto mientras hurgaba en las cajas de libros en casa de mi madre, cuando la chispa de la genialidad me iluminó. Y pensé en García Márquez, en José Emilio Pacheco, en Carlos Fuentes. ¡Mierda! Vargas Llosa se nos muere cualquier día de éstos. Tengo que apurarme. Profesor rural… un pueblo olvidado en el Este de Polonia… escasez de novelas en español… estudiantes pobres. Perfecto. Copiar-pegar-enviar. Soy un genio.


Estimado García Márquez:
Estimado Mario Vargas Llosa:
Estimado Eduardo Galeano:

Estimado Javier Marías:





miércoles, 15 de octubre de 2014

Bien, miento





Pero, ¿qué voy a contarles?
en serio, ¿qué diablos voy a contarles?

Bien, respondo tragándome la rabia

Es lo que se espera escuchar, supongo
lo que quisiera responder
lo que quisiera creer
 –aunque no me lo creo ni por un momento-


¿Y qué tal México? Me preguntan a menudo estos días

Bien, respondo hipócrita
tragándome la rabia y la tristeza
tratando de no escupir por los ojos el horror cotidiano
el temor latente
los constantes estallidos de impotencia
que implica el estar lejos
a salvo en mi rincón
mientras allá silencian la verdad


Bien, respondo impávido

Pero nada más falso que eso


Y es que, ¿qué voy a contarles?
¿qué carajos voy a contarles?


¿Quieren saber?
¿De verdad quieren saber?

Tenemos muertos
muchos
    a montones
   ¡Somos ricos!


Eso podría contar
contar muertos…


Pero ni eso


Ya no puedo contarlos
me falta voz para tantas balas
me faltan gritos para tanto ruido



43 estudiantes desaparecidos, torturados, asesinados
          ¡Les sacaron los ojos!
          ¡Les cortaron las manos!
          ¡Los desollaron!     –grita un testigo-
21 cadáveres que flotan en un río
un locutor de radio asesinado a la mitad de su programa
2 policías quemados vivos frente a las cámaras de televisión en horario estelar
22 civiles muertos en Tlatlaya
60 estudiantes en Villas de Salvácar
13 jóvenes en La Victoria
otros 20 en el bar Sabino Gordo
24 cadáveres encontrados en La Marquesa
Inicia con 7 decapitados y 16 asesinados el fin de semana, pone el titular de un diario
12 cuerpos en una fosa en Tlalmanalco
7 cuerpos sin cabeza encontrados en Cuernavaca
(no, no son los mismos del fin de semana, son otros 7)
una niña de 6 años asesinada en Loma Blanca
72 centroamericanos ejecutados en Tamaulipas
(todos maniatados y con el tiro de gracia)
11 jóvenes “levantados” en la Zona Rosa
35 cadáveres en Boca del Río
28 cuerpos encontrados en una fosa
                (se creía que eran de los 43 estudiantes desaparecidos. 
                 No, éstos son otros 28)
2 chicos de 13 y 14 años acribillados a plena luz de día
52 muertos en un ataque a un casino en Monterrey…


Eso contamos
Contamos muertos

Empresarios, policías, estudiantes, gobernadores, 
civiles, campesinos, niños, profesores, periodistas…

1300 ejecutados en promedio cada mes
desde hace más de 15 años




¿Y qué tal México?

Bien, miento


Y estoy cansado
cansado de contarlos
cansado de temer
de ver a mi país pudrirse
cansado de no poder


Pero, ¿qué voy a contar aquí?

¡¿Qué mierda les voy a contar?!

No quieren saber, créanme
no quieren


Y aquí
desde mi plácido rincón
donde los ecos de ese horror se pierden
donde las balas no llegan
ni bailan con desconocidos

aquí
quiero gritar
quiero callarme

quiero mentirles
y quiero contarles


Esto quiero contarles y no otra cosa
pero me falta voz para tantas balas
me faltan gritos para tanto ruido


¿Quieren saber?

¿De verdad quieren saber?


Echen un vistazo
asómense
asómbrense


Porque nosotros


nosotros hace tiempo que dejamos de asombrarnos










martes, 16 de septiembre de 2014

Postales mexicanas: ¡Felices fiestas!







Las postales de nuestro país pocas veces resultan tan atractivas como las de otros; generalmente no nos asombran, al fin y al cabo son imágenes cotidianas, lugares que aunque no hayamos visitado, sabemos que están en nuestro propio país, y por hermosos que se vean, levantamos los hombros, un poco indiferentes, como diciendo: pues sí, ¿y? 

Al enseñar español fuera de México es frecuente escuchar comentarios sobre lo lindo que mi país les resulta a los extranjeros. México, generalmente, se asocia con cosas bellas: buen clima, excelente comida, gente linda, playas paradisiacas, impresionantes zonas arqueológicas, alegría, color, tequila, fiesta. Todo eso –con sus bemoles- es verdad, aunque a veces fastidia un poco –a veces bastante- saber que la imagen que se tiene de tu país en el extranjero está tan incompleta. Tan photoshopeada.

No hace falta buscar mucho. Están ahí, todos los días: imágenes, historias, escenas que –como me decía un amigo hace unos días- no le piden nada a un guión de una película de horror, pero que a fuerza de repetirse, con ligeras variaciones, han dejado de captar nuestra atención, nuestra preocupación.

Lo repito: difícilmente una postal de nuestro país nos asombraría (me incluyo en este plural). Tan es así, que estas “postales” no revelarán nada nuevo a ningún mexicano, absolutamente nada. Quizá levantemos un poco los hombros, suspiremos con un poco de resignación, y pensemos: Pues sí, así es. Es que el país está muy mal. Es que la situación cada vez está peor… En fin, alguna vez escribí en este blog que me gusta enviar postales, pero no encontré de éstas en la tienda de souvenires.

Una última cosa: todas estas “postales” (fue muy difícil elegir sólo diez entre tanta variedad), ocurrieron en estos días que he estado en México, es decir, poco más de un mes. Historias como éstas ocurren a diario. Y en estos días en que México se viste de fiesta para celebrar un aniversario más de su Independencia, ocurren también. Estas diez postales no son ni las más violentas, ni las más inverosímiles, ni las más devastadoras; son sólo diez de las que me he encontrado estos días que he andado por aquí, son historias que acompañan el desayuno de los mexicanos todos los días.

Todos los días.




5 de agosto. Ecatepec, Estado de México

Alrededor de la una de la madrugada, una pick-up negra se detiene en la esquina de la calle Toltecas. Un grupo de hombres armados y con pasamontañas irrumpe en una casa. Los vecinos escuchan disparos. A la mañana siguiente la policía descubre los cuerpos, pero se desconocen los motivos del crimen. Los cinco miembros de la familia fueron ejecutados mientras dormían: papá, mamá y tres hijos. Un chico de 17 años, una niña de 13, y un bebé de 5 meses. 


11 de agosto. Zapopan, Jalisco.

Cerca del mediodía, Óscar escucha música a bordo de una camioneta Toyota gris, en la cochera de su casa. Otra camioneta y una moto se detienen a unos metros sin que Óscar se dé cuenta. Tres hombres  se acercan muy rápido y le disparan a quemarropa: tres tiros en el tórax y dos en la cabeza. Óscar muere al instante y los tres hombres vuelven a sus vehículos y se van. Nadie sabe quiénes son. Óscar, que escuchaba música en la pick-up de su papá, tenía 12 años.


17 de agosto. Torreón, Coahuila.

En su casa de la calle Texcoco, Claudia y Alberto están celebrando el bautizo de su hijo de tres años. La fiesta se ha prolongado y son ya las dos de la madrugada. Los familiares y amigos –algunos en el exterior de la casa- se divierten, bailan, beben. Un taxi amarillo se detiene frente a la casa, dos hombres enmascarados se bajan y disparan contra los invitados, hieren a tres, pero a quienes buscan son a los dueños de la casa. Finalmente los identifican. Alberto recibe dos tiros en el pecho; Claudia un tiro en la cabeza. Los enmascarados vuelven al taxi tranquilamente, donde el chofer los espera.  


20 de agosto. Acolman, Estado de México.

Son casi las 9 am. Gonzalo, de 35 años, y su hijo Fernando, de 8, viajan en un minibús de la ruta 89. Gonzalo lleva a su hijo a la escuela como cada día; hay mucha gente y Fernando va sentado en las piernas de su papá. Dos hombres armados suben al minibús para asaltar a los pasajeros. Nadie se resiste excepto un hombre mayor que va sentado al lado de Gonzalo. El hombre forcejea con los asaltantes, éstos gritan, lo empujan y disparan varias veces. Huyen con algunas carteras y celulares de los pasajeros. Gonzalo ha recibido un disparo en el cuello y se desangra. Su hijo Fernando, de 8 años, ha recibido uno en el pecho. Ambos mueren antes de que llegue la ambulancia.


21 de agosto. Tepic, Nayarit.

María y Nadia son dos madres de familia que llevan a sus hijos a la misma escuela. María tiene 3 hijos, Nadia 1 y espera al segundo. Una mañana, después de despedir a sus hijos en la puerta de la escuela, María y Nadia entablan conversación por primera vez. Nadia le cuenta a María que tiene ya 8 meses de embarazo y que será una niña, y María le ofrece ir a su casa para regalarle algo de ropa para la bebé. Ya en el interior de la casa, María golpea a Nadia en la cabeza, dejándola inconsciente, toma un cuchillo de la cocina y le abre el vientre para sacarle a la bebé. Nadia reacciona y María la golpea nuevamente hasta matarla. Sale de su casa, con la bebé en brazos y la sangre de Nadia en su ropa. Pide ayuda a una patrulla, explicándoles que acaba de sufrir un aborto. La llevan al hospital. María ni siquiera se da cuenta de que la bebé está muerta. Al percatarse de que la bebé no es suya, detienen a María. Días después encuentran el cadáver de Nadia. María confiesa que hace unos meses le dijo a su marido que estaba embarazada, y necesitaba un bebé para sostener la mentira.


24 de agosto. México, D. F.

Su esposa no está en casa y Onamy se desespera porque su bebé, de 7 meses, no deja de llorar. Harto de escuchar el llanto, Onamy toma a su hijo y lo arroja contra la pared, matándolo. Después pone el cuerpo en una pequeña bolsa negra y lo abandona a unas calles de su casa. Cuando su esposa vuelve, Onamy le dice que un hombre le arrebató al bebé mientras caminaba por la calle, pero horas después alguien encuentra la bolsa con el cadáver del bebé, y Onamy acepta que mató a su hijo porque no dejaba de llorar.


30 de agosto. Tijuana, Baja California.

Baltazar, de 31 años, es el pastor de una iglesia cristiana. Desde hace dos años mantiene una relación con Adriana, quien le ha pedido que se vayan a vivir juntos, pero Baltazar se niega. Un día la encuentra con otro hombre. Enfurecido, Baltazar sube a Adriana a su camioneta y comienza a golpearla. Le rompe el cuello, y le clava más de 90 veces un destornillador. Después tira el cuerpo en un paraje de la carretera Tijuana-Tecate, donde la policía lo encuentra cinco días después. Unas cartas encontradas en la habitación de Adriana permiten identificar a Baltazar. Él acepta que la mató por celos. Además de asesinato, se presentan cargos por violación, pues Adriana tenía 14 años.


6 de septiembre. Guadalupe, Nuevo León.

Braulio, de 34 años, discute con su esposa Rocío, de 28. Se gritan, él la golpea y la empuja por las escaleras. Ella queda inconsciente. Braulio la arrastra hasta el baño, la rocía con gasolina y le prende fuego. Mientras ella agoniza, él vuelve al sofá y se pone a ver la tele. Al día siguiente, tras confirmar que su esposa está muerta, se va a trabajar. Cuando la policía descubre el cuerpo, tres días después, Braulio confiesa que sí, que la mató. Que estaba harto de ella.


10 de septiembre. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.

Detrás de la Escuela Primaria 16 de septiembre hay un pequeño canal. Alguien ha llamado a los bomberos diciendo que hay un cuerpo flotando: el cuerpo de un bebé. Después de algunas maniobras, se logra sacar el cuerpo del canal. Efectivamente, es el cadáver de un bebé de entre 3 y 4 meses. Ha sido trasladado al Servicio Médico Forense, pero luego de tres días nadie lo ha reclamado.


13 de septiembre. Jerécuaro, Michoacán.

Algunos vecinos han reportado a la policía que, en el quiosco de la plaza, a unos metros de la Presidencia Municipal, hay una bolsa negra con lo que parece ser una cabeza humana. La policía acude al lugar y lo confirma: es la cabeza de una mujer (Martha Liliana, 32 años). No se sabe dónde está el cuerpo ni cuál es el motivo del crimen. Ni las autoridades ni los vecinos se sorprenden de que la cabeza esté acompañada de un mensaje: 

Esto es lo que les va a pasar a todas las viejas chismosas. ¡Viva México y felices fiestas!





No hace falta buscar mucho. Todos los días. 






Pues eso. Viva México.