jueves, 24 de marzo de 2016

Cuando queríamos ser Marcovich






¿Te acuerdas cuando jugabas con él?
Siempre, desde los árboles, se miraban
sólo con él podías hablar
sólo con él podías llorar.
Ahora es un hueso,
 enterrado,
olvidado…

Miércoles de ceniza. Caifanes




Hace ya 21 años que mi padre prácticamente me encerró en mi habitación para que no fuera a un concierto de Caifanes. Era el 95, yo tenía 13 años y Caifanes era la banda de rock más grande de la escena; habían sido los primeros en hacer un MTV Unplugged en español, y lo mismo tocaban en Rockotitlán o en bares para 200 personas que en el Foro Sol con Soda Stereo o The Rolling Stones.

Y mi sueño más grande a los 13 años era ver a Caifanes, pero mi padre no me dejó ir a ese concierto gratuito en la explanada de la delegación Venustiano Carranza con mi amigo Marcelo y su hermano mayor.

Creo que nunca se lo he agradecido.

Los chicos de mi generación que empezábamos a tocar la guitarra en esos años competíamos por ver quién se sabía más canciones de Caifanes; dedicábamos horas a aprendernos los solos de guitarra de Alejandro Marcovich; intentábamos tocar a dueto La célula que explota o No dejes que…

Ni Marcelo ni yo –amigos inseparables desde los 9 años- habíamos visto nunca en vivo a nuestra banda favorita, así que aquel concierto gratuito se nos presentaba como el evento más importante de nuestras vidas: ¡Ver los solos de Marcovich en vivo! ¡Oír a Saúl Hernández cantar Aviéntame¡ ¡Ver a la mejor banda de rock de México y cantar con diez mil personas Aquí no es así!

No fueron diez sino cuarenta mil personas las que llegaron a la explanada, muchísimos desde la noche anterior aunque el concierto estaba previsto para empezar a mediodía. Yo había hecho toda clase de méritos con mi padre para que me dejara ir, pero fue inútil. Le rogué, le prometí, le supliqué, lo intenté chantajear, lo amenacé con escaparme, me puse digno, le dije que iría con nosotros el hermano mayor de Marcelo –un chico muy viejo de 19 años-; y esperaba que en cualquier momento pronunciara aquella mágica frase que tanto me gustaba oírle: lo que diga tu madre (eso casi siempre significaba que sí).

Pero don Alejandro simplemente dijo: no, no vas, y punto.

Muy triste, le dije a Marcelo que no iría al concierto. Él me prometió que si Alejandro Marcovich arrojaba al público la púa con la que tocaba la guitarra y él la atrapaba, me la daría para que me salieran mejor los acordes de Vamos a hacer un silencio.

El día del concierto me encerré en mi habitación y escuché los 4 discos de Caifanes una y otra vez. En el 95 no había smartphones –creo que no había ni celulares para la mayoría de nosotros-, ni whatsapp ni nada para que Marcelo me enviara fotos o videos de lo bien que se lo estaba pasando en el concierto, pero yo lo imaginaba ahí, frente a la mejor banda de rock del mundo mundial, cantando extasiado Los dioses ocultos, o embelesado con los armónicos de Ayer me dijo un ave.

Esa misma noche, mientras veía las noticias en silencio, y mi padre, sentado en el sofá al lado mío, me rodeaba con un brazo, me pareció entender algo, aunque fue hasta muchos años después cuando pude decírselo a mi padre.

Ante la impaciencia de miles de personas debido al intenso calor, y con la intención de evitar disturbios, Caifanes y los organizadores decidieron empezar el concierto una hora antes de lo previsto, lo cual pareció complacer al público. Sin embargo miles de personas continuaron llegando aun cuando el concierto estaba por terminar, lo que provocó la furia de muchos.

Hay muchas versiones de lo que pasó aquel día en ese concierto de Caifanes. Hubo camiones incendiados, helicópteros, granaderos rociando gas lacrimógeno, rocas, cristales, mucha policía, heridos, cocteles molotov.


Hubo cuatro muertos.


Se prohibieron los conciertos gratuitos en el DF. Caifanes se desintegró ese mismo año, aunque volvieron a reunirse en 2011, cuando yo ya no vivía en México, así que sigo sin poder ver en vivo a mi banda favorita.




Hace ya 21 años que mi padre no me dejó ir a un concierto de Caifanes. 

Hace ya 21 años que tú, Marcelo, no volviste de ese concierto.









https://www.youtube.com/watch?v=OR_v7o_lES8



miércoles, 9 de marzo de 2016

Noticias tardías I: Esos niños no son católicos





La semana pasada me llegaron -tardías- dos noticias. La primera, que ahora cuento, me deprimió y me encabronó como hacía mucho no lo hacía ningún suceso. La segunda es más alentadora, aunque implica también una parte melancólica.

Por partes, la primera.

Casi medio año después, me llegó finalmente la respuesta del Gobierno polaco, al que acudí esperanzado en septiembre, buscando alguna forma de participar en el programa de acogida de refugiados del que tanto se hablaba. ¿Recuerdan la foto de Aylan Kurdi, el niño sirio ahogado en una playa turca, y que dio la vuelta al mundo y parecía ser la gota que por fin derramaría el vaso de la indiferencia? Pues no pasó nada; se nos fue olvidando, como todo.

Hubo movilizaciones, claro; hubo gente que salió a las calles a mostrar su apoyo y su disposición para recibir refugiados, diciendo que bienvenidos, que Europa les abre las puertas, que no teman, que aquí hay suficiente para todos.

Pero hubo también gente que salió a las calles mostrando cabezas de cerdo cortadas, amenazando musulmanes, gritando que Polonia no quiere inmigrantes, que Polonia es de los polacos, incluso haciendo circular fotos de Auschwitz por Internet, con la leyenda: Ya está listo el centro para refugiados sirios. Aquí los esperamos.

Por esos días, cuando la foto de Aylan daba la vuelta al mundo y yo creía estúpidamente que habría una acogida masiva  y unánime de refugiados por parte de Europa, fui con una amiga a distintas ONG a ver si podíamos ayudar en algo.

Visitamos las 5 ó 6 que hay en Cracovia, escribimos a otras tantas en Varsovia y en Katowice. Para nuestra sorpresa, en más de una nos dijeron tajantemente que no, que esa ONG no ayuda a refugiados y que no saben más del tema. En otras nos dijeron que debíamos esperar a que el Gobierno polaco oficializara algún plan de acogida o aceptara las cuotas de la Unión Europea, pero que mientras tanto no podíamos hacer nada; en otra nos preguntaron a mi amiga y a mí, nada más mencionar la palabra refugiados, que si estábamos casados por la iglesia y que si teníamos hijos; en otra, una de las ONG más populares en Polonia, nos recibieron muy amables, nos dieron café y galletas, y nos dijeron que claro que podíamos participar en el programa de acogida de refugiados.

-¿Ustedes son católicos?- nos preguntó muy sonriente la mujer de la ONG mientras escribía algo en una carpeta.

-Por supuesto, con todos los sacramentos en regla- le respondí.

-Muy bien. Y… esa familia a la que quieren recibir en su casa, es una familia católica, ¿cierto?

Mi amiga y yo nos miramos, confundidos. Esta vez fue ella quien habló:

-No, verá, no conocemos a ninguna familia siria, simplemente queremos hacerles saber que estamos dispuestos a recibir a una o dos personas en nuestras casas.

-Ah… ya veo… pues, verán, nuestra fundación ayuda únicamente a familias sirias católicas, por lo tanto hay que estar seguros de que esta familia a la que quieren recibir pertenezca a nuestra religión.

-¿Y cómo se comprueba eso? –pregunté yo tratando de no sonar molesto-. Quiero decir, si en mi país estuvieran cayendo bombas y tuviera que huir, no me importaría mentir y decir que soy católico para salvarme.

-Claro, lo entiendo. En realidad hay muchas formas de asegurarnos: registros de la diócesis o de la Congregación para las Iglesias Orientales, la fe de bautismo o actas de confirmación, comunión, matrimonio en caso de haberlo, alguna carta firmada por el Primado José III Younan… como les digo, hay muchas vías, pero si ustedes aún no saben de alguna familia católica a la que quieran acoger, pues… por ahora no podemos hacer mucho. Lo siento.

Mi amiga y yo salimos de ahí igual de molestos que de confundidos. ¿De verdad nos acababan de decir eso? Pues sí. Y pensé en una madre siria, en Aleppo, en Raqqa, huyendo de repente con lo puesto y con sus hijos a cuestas; pensé en esos padres cruzando el Mediterráneo con sus hijos en brazos. Uy, se nos olvidó el acta de la primera comunión, volvamos por ella.

De todas las ONG a las que fuimos, sólo en una – Centro de ayuda Halina Nieć- nos dieron un poco de aliento; nos dijeron que desde la foto de Aylan habían recibido muchas llamadas y correos de gente preguntando y ofreciéndose a recibir refugiados en sus casas, así que mi amiga y yo nos apuntamos en la lista. La directora de la ONG nos puso en contacto con un canal de televisión, nos entrevistaron junto con otras personas que se habían apuntado en la lista, nos pidieron algunos documentos para enviarlos al Departamento de Asuntos para Extranjeros y poner todo en regla, a la espera de que el Gobierno polaco hiciera oficial su participación en el programa de acogida.

Y entonces me topé con la exasperante burocracia polaca. Documentos, contratos de trabajo y de arrendamiento, declaraciones fiscales, exámenes médicos, comprobantes, copias, copias de las copias, de todo.

La semana pasada, después de casi medio año, me llegó la carta de respuesta. Me dicen, en pocas palabras, que debido a mi condición de residente temporal en el territorio de la República de Polonia, no soy elegible para acoger refugiados.

Atentamente:
Oficina para Extranjeros
Departamento de Procedimientos para Refugiados
Unidad de Información de Países de Origen


Que yo aquí también soy un inmigrante, y que no esté chingando.


Ni yo soy elegible, ni esos niños son católicos.