La primera vez que le pregunté a Aneta a qué se
dedicaba, me dijo simplemente que organizaba eventos. No pregunté más, pero unas
semanas después, cuando empezamos a salir, me pareció curioso que sólo
trabajara un par de horas los fines de semana; que sus eventos fueran sólo
los sábados y domingos por la tarde. Así que le pregunté de nuevo.
Organizo eventos de speed dating –me dijo. Ya sabes, diez o veinte chicos y chicas
que buscan pareja, hablan unos minutos con cada participante, luego eligen si
alguien les interesa, y yo hago un poco de cupido, los pongo en contacto cuando
las dos personas están interesadas.
-Órale, qué bien -le dije. ¿Y da para vivir?
-Pff, te sorprenderías de la cantidad de gente
que se inscribe. Últimamente estoy dándole un giro más… temático, porque la
gente me lo pide. Además de los tradicionales, ahora también hago speed dating para vegetarianos, para
católicos, para rockeros, para amantes de los gatos. El boom de Tinder me jodió
un poco hace tiempo, pero la verdad es que aún hay mucha gente que lo prefiere
a la antigua, hablar frente a frente. Y sí, da bastante para vivir.
Me fue fácil imaginar cómo sería un speed dating de rockeros; la
conversación iría de lo general a lo particular. Hablarían primero de sus
bandas favoritas, luego de sus cantantes o discos, después de los mejores
guitarristas –y de los mejores solos de esos guitarristas-, finalmente de algún
momento de algún concierto específico o de alguna versión rara de una canción que
sólo fue tocada un par de veces. Me quedé pensando también cómo sería un speed dating para vegetarianos, o para
católicos; si las dos personas, recién conocidas, hablarían de su pasaje
favorito de la Biblia, o de su apóstol más admirado, o de la grandeza de Juan
Pablo II; los vegetarianos más radicales, tal vez, despotricarían contra los
insensibles devoradores de carne, o intercambiarían trucos culinarios.
El domingo siguiente Aneta me llamó a eso de
las 11 am. ¿Tienes planes para esta tarde? No, le dije aún medio
dormido, pero tú tienes evento, ¿no? Sí,
por eso te pregunto, mira, necesito que me ayudes, me faltan dos hombres para
el evento de hoy, al final siempre hay más mujeres inscritas que hombres, por
favor tráete a un amigo y vengan a las 6 pm. Ahora te mando la dirección.
¿Puedes? Genial, muchas gracias, besos.
Le llamé a Andrés, un amigo español que, como
muchos estudiantes de Erasmus, vino a Polonia hace unos años y se enamoró de
una polaca, luego de otra y luego de otras hasta que ya nunca se fue de aquí.
-A ver, tío –me dijo muy serio cuando le
expliqué la situación-, ¿que tu novia organiza estas cosas de speed dating y le faltan hombres? ¿Y
quiere que vayamos así como así, para usarnos como un miserable trozo de carne
y echarnos a las fauces de 20 leonas?
-Pues sí, más o menos. ¿Vienes o no?
-Joder, tío, qué pregunta. Dame la dirección.
Y así empezó toda la aventura de los speed dating que terminó en Amarna
Miller, pero a eso llegaré después. Andrés y yo llegamos al sitio –un bar muy
popular en el barrio judío que cuenta con una enorme sala para fiestas y
eventos-, y Aneta le explicó a Andrés la dinámica: 4 minutos con cada persona y
a cambiar de mesa, al final entregas una hojita con tus observaciones, y si
alguien a quien elegiste te eligió también, los pongo en contacto. Después me
miró a mí: bueno, tú no participas realmente, sólo finge un poco y haz como que
no nos conocemos. Muchas gracias, chicos, aquí están las hojitas con los
nombres de las 20 chicas y el orden de las mesas.
Yo sólo tengo una pregunta –le dije a Aneta-.
¿Éste es de los normales o es para católicos? Porque me estudié todas las
encíclicas de Juan Pablo II. No, no, es de los normales, me dijo mientras me echaba
casi a empujones a la sala.
Andrés salió de ahí con una enorme sonrisa.
Joder, macho, yo pensaba que esto estaría lleno de gente medio rara, pero
estaban de toma pan y moja. ¿Cuándo organiza tu novia el siguiente?
Aneta terminó de organizar sus cosas y se reunió con
nosotros en la barra cuando todos ya se habían ido. Gracias, chicos, me han
salvado el evento. Les invito una cerveza.
Sobra decir que desde ese domingo Andrés se
volvió un asiduo contertulio de los eventos de Aneta, y como era verdad que
constantemente había más mujeres inscritas que hombres, yo también terminaba
fingiendo participar. Era raro estar ahí respondiendo las mismas preguntas una
y otra vez, así que puestos a fingir, decidí ir cambiando de respuestas con
cada persona. A veces respondía que era de Honduras, de Chile, de Paraguay, de
Tijuana o de la Patagonia; a veces decía que había venido a Polonia buscando a un
bisabuelo gitano, o huyendo de la crisis, o engañado por una empresa fantasma
que me había estafado y me había dejado botado en un pueblo de Silesia. A veces
quería decir la verdad: en realidad estoy aquí porque mi novia es la
organizadora pero casi siempre le faltan hombres y me usa a mí de relleno.
Un día le dije muy serio a Aneta: Ya está, si
me vas a seguir usando como relleno, quiero ir a uno para católicos y a uno
para gente de negocios, que tengo mucha curiosidad.
Y tal como yo lo había pensado, de todas las
farsas que hice para el negocio de mi novia, la de católicos fue la más
interesante; hablamos, obviamente, de Juan Pablo II, del papa argentino, del
nuevo gobierno polaco, de las falsas acusaciones de pederastia contra el arzobispo
Józef Wesołowski (que en paz descanse); criticamos la falta de valores católicos
en los jóvenes, condenamos la legalización de la marihuana, el aborto en
cualquiera de sus formas y los matrimonios homosexuales, que van en contra de La
Palabra; mostramos nuestra preocupación ante la creciente ola de inmigrantes que
vienen a Europa (tú no, tú eres diferente -me dijeron en todas las mesas-, tú
no eres musulmán) y que seguramente querrán atacarnos durante la Jornada
Mundial de la Juventud.
Y así en cada mesa.
Realmente es muy buen negocio y da muy bien
para vivir. Andrés siguió yendo a casi todos los eventos, y empezó a llevar a
un amigo o a otro, así que mi participación como relleno se hizo más
esporádica. Además de aquella experiencia del speed dating para católicos, no hubo nada más digno de contarse,
hasta que un día, en un evento de los tradicionales, se sentó frente a mí
Izabela, con su sonrisa pícara y sus penetrantes ojos negros, y en lugar de
preguntarme lo típico, como de dónde eres, o por qué estás en Polonia, me soltó
su primera pregunta mirándome a los ojos e inclinándose ligeramente sobre la
mesa, hacia mí:
¿Qué tanto te gusta el sexo y el porno?