jueves, 30 de junio de 2016

Primera parte: Cracovia para católicos






La primera vez que le pregunté a Aneta a qué se dedicaba, me dijo simplemente que organizaba eventos. No pregunté más, pero unas semanas después, cuando empezamos a salir, me pareció curioso que sólo trabajara un par de horas los fines de semana; que sus eventos fueran sólo los sábados y domingos por la tarde. Así que le pregunté de nuevo.

Organizo eventos de speed dating –me dijo.  Ya sabes, diez o veinte chicos y chicas que buscan pareja, hablan unos minutos con cada participante, luego eligen si alguien les interesa, y yo hago un poco de cupido, los pongo en contacto cuando las dos personas están interesadas.

-Órale, qué bien -le dije. ¿Y da para vivir?

-Pff, te sorprenderías de la cantidad de gente que se inscribe. Últimamente estoy dándole un giro más… temático, porque la gente me lo pide. Además de los tradicionales, ahora también hago speed dating para vegetarianos, para católicos, para rockeros, para amantes de los gatos. El boom de Tinder me jodió un poco hace tiempo, pero la verdad es que aún hay mucha gente que lo prefiere a la antigua, hablar frente a frente. Y sí, da bastante para vivir.

Me fue fácil imaginar cómo sería un speed dating de rockeros; la conversación iría de lo general a lo particular. Hablarían primero de sus bandas favoritas, luego de sus cantantes o discos, después de los mejores guitarristas –y de los mejores solos de esos guitarristas-, finalmente de algún momento de algún concierto específico o de alguna versión rara de una canción que sólo fue tocada un par de veces. Me quedé pensando también cómo sería un speed dating para vegetarianos, o para católicos; si las dos personas, recién conocidas, hablarían de su pasaje favorito de la Biblia, o de su apóstol más admirado, o de la grandeza de Juan Pablo II; los vegetarianos más radicales, tal vez, despotricarían contra los insensibles devoradores de carne, o intercambiarían trucos culinarios.

El domingo siguiente Aneta me llamó a eso de las 11 am. ¿Tienes planes para esta tarde? No, le dije aún medio dormido, pero tú tienes evento, ¿no?  Sí, por eso te pregunto, mira, necesito que me ayudes, me faltan dos hombres para el evento de hoy, al final siempre hay más mujeres inscritas que hombres, por favor tráete a un amigo y vengan a las 6 pm. Ahora te mando la dirección. ¿Puedes? Genial, muchas gracias, besos.

Le llamé a Andrés, un amigo español que, como muchos estudiantes de Erasmus, vino a Polonia hace unos años y se enamoró de una polaca, luego de otra y luego de otras hasta que ya nunca se fue de aquí.

-A ver, tío –me dijo muy serio cuando le expliqué la situación-, ¿que tu novia organiza estas cosas de speed dating y le faltan hombres? ¿Y quiere que vayamos así como así, para usarnos como un miserable trozo de carne y echarnos a las fauces de 20 leonas?

-Pues sí, más o menos. ¿Vienes o no?

-Joder, tío, qué pregunta. Dame la dirección.

Y así empezó toda la aventura de los speed dating que terminó en Amarna Miller, pero a eso llegaré después. Andrés y yo llegamos al sitio –un bar muy popular en el barrio judío que cuenta con una enorme sala para fiestas y eventos-, y Aneta le explicó a Andrés la dinámica: 4 minutos con cada persona y a cambiar de mesa, al final entregas una hojita con tus observaciones, y si alguien a quien elegiste te eligió también, los pongo en contacto. Después me miró a mí: bueno, tú no participas realmente, sólo finge un poco y haz como que no nos conocemos. Muchas gracias, chicos, aquí están las hojitas con los nombres de las 20 chicas y el orden de las mesas.

Yo sólo tengo una pregunta –le dije a Aneta-. ¿Éste es de los normales o es para católicos? Porque me estudié todas las encíclicas de Juan Pablo II. No, no, es de los normales, me dijo mientras me echaba casi a empujones a la sala.

Andrés salió de ahí con una enorme sonrisa. Joder, macho, yo pensaba que esto estaría lleno de gente medio rara, pero estaban de toma pan y moja. ¿Cuándo organiza tu novia el siguiente?

Aneta terminó de organizar sus cosas y se reunió con nosotros en la barra cuando todos ya se habían ido. Gracias, chicos, me han salvado el evento. Les invito una cerveza.

Sobra decir que desde ese domingo Andrés se volvió un asiduo contertulio de los eventos de Aneta, y como era verdad que constantemente había más mujeres inscritas que hombres, yo también terminaba fingiendo participar. Era raro estar ahí respondiendo las mismas preguntas una y otra vez, así que puestos a fingir, decidí ir cambiando de respuestas con cada persona. A veces respondía que era de Honduras, de Chile, de Paraguay, de Tijuana o de la Patagonia; a veces decía que había venido a Polonia buscando a un bisabuelo gitano, o huyendo de la crisis, o engañado por una empresa fantasma que me había estafado y me había dejado botado en un pueblo de Silesia. A veces quería decir la verdad: en realidad estoy aquí porque mi novia es la organizadora pero casi siempre le faltan hombres y me usa a mí de relleno.

Un día le dije muy serio a Aneta: Ya está, si me vas a seguir usando como relleno, quiero ir a uno para católicos y a uno para gente de negocios, que tengo mucha curiosidad.

Y tal como yo lo había pensado, de todas las farsas que hice para el negocio de mi novia, la de católicos fue la más interesante; hablamos, obviamente, de Juan Pablo II, del papa argentino, del nuevo gobierno polaco, de las falsas acusaciones de pederastia contra el arzobispo Józef Wesołowski (que en paz descanse); criticamos la falta de valores católicos en los jóvenes, condenamos la legalización de la marihuana, el aborto en cualquiera de sus formas y los matrimonios homosexuales, que van en contra de La Palabra; mostramos nuestra preocupación ante la creciente ola de inmigrantes que vienen a Europa (tú no, tú eres diferente -me dijeron en todas las mesas-, tú no eres musulmán) y que seguramente querrán atacarnos durante la Jornada Mundial de la Juventud.

Y así en cada mesa.

Realmente es muy buen negocio y da muy bien para vivir. Andrés siguió yendo a casi todos los eventos, y empezó a llevar a un amigo o a otro, así que mi participación como relleno se hizo más esporádica. Además de aquella experiencia del speed dating para católicos, no hubo nada más digno de contarse, hasta que un día, en un evento de los tradicionales, se sentó frente a mí Izabela, con su sonrisa pícara y sus penetrantes ojos negros, y en lugar de preguntarme lo típico, como de dónde eres, o por qué estás en Polonia, me soltó su primera pregunta mirándome a los ojos e inclinándose ligeramente sobre la mesa, hacia mí:


¿Qué tanto te gusta el sexo y el porno?










sábado, 18 de junio de 2016

Sufriendo a las 4 am






Durante este mes, de manera excepcional, se juegan los dos torneos continentales de futbol más importantes del mundo: la Copa América, en Estados Unidos, y la Eurocopa, en Francia. Para quienes gustamos de este deporte, este mes es un agazajo; puedes ver jugar en una semana a Uruguay, a Alemania, a Brasil, a Inglaterra, y si tu país tiene la suerte de haberse clasificado, puedes ver también a tu selección jugar contra los grandes. El problema, como siempre en los acontecimientos deportivos mundiales, son los malditos horarios que implica ver un torneo que se celebra del otro lado del mundo. Mientras los europeos, en su continente, pueden disfrutar de sus partidos a mediodía o por la tarde, reunidos con amigos, bebiendo, al aire libre y con buen ambiente, los latinoamericanos tenemos que recluirnos en casa, esperar despiertos hasta las 3 am, o levantarnos aún de noche, encender la tele aún medio adormilados, y ver jugar a nuestra selección en el silencio de casa, quizá incluso en la cama y sin querer hacer mucho ruido, en piyama, o con sueño si es que has preferido quedarte despierto hasta que empiece el partido.

Por culpa de esta decisión de la FIFA –la de celebrar la Eurocopa y la Copa América al mismo tiempo, llevo ya un par de semanas durmiendo muy mal, a intervalos irregulares de tres o cuatro horas, quedándome despierto hasta las 5 am, o durmiendo por la tarde y levantándome a las 2 am.

México y Chile juegan dentro de unas horas los cuartos de final. Daniel, profesor de español en la misma universidad, chileno e hincha de Colo-Colo, lleva chingándome todo el año con que Chile será bicampeón.  

Llevamos todo el semestre esperando este posible enfrentamiento que al final se ha dado, acumulando apuestas de cervezas y vodkas –además de jurar que el perdedor vestirá la camiseta contraria-, restregándonos con saña los defectos de los porteros contrarios, burlándonos de los delanteros que el otro admira, comparando defensas, insultando mediocampistas; él, jactándose de que Chile es el actual campeón de América; yo, recordándole que aun siendo campeones, hace poco les ganamos en el último amistoso; es decir, calentando sanamente el ambiente para este día que ambos tachamos de calendario hace tiempo, pero que debido a una clase que cada uno tuvo que cancelar por motivos imprevistos, se nos ha ido al diablo,  porque ambos tenemos una sustitución de clase mañana a las 8 am.

De entre todos los profesores que enseñamos español en la universidad, sólo Daniel y yo trabajamos mañana. El chileno y el mexicano, cuyas selecciones se enfrentan hoy –es decir, mañana a las 4 am tiempo de Polonia- en los cuartos de final.

Habrá que tomarse algo esta noche con Daniel, seguir acumulando apuestas, y luego ya veremos: cada uno a casa a sufrir 90 minutos, o ya enrachados, a buscar algún bar que siga abierto a las 4 am, con tele y que pase un torneo que se celebra del otro lado del mundo y que en Europa a nadie le importa.


Lo cierto es que mañana ambos estaremos de nuevo a las 8 am en la universidad, sin haber dormido quizá; uno con semblante abatido, el otro victorioso, abrazando al camarada caído; ambos con cara haber pasado una noche de perros y con una clase de 4 horas aún por delante.










domingo, 12 de junio de 2016

Esa gente del Caribe






Tenía una pausa de 15 minutos antes de entrar a mi siguiente clase. Estaba en la sala de profesores cuando Nelya, otra profesora, entró y me preguntó con mucha cautela:

-Oye, ¿cómo están tus hermanas? ¿Todo bien?

Yo la miré unos segundos, confundido.

-Sí, todo bien. Bueno, creo que sí. ¿Por?

-Es que el fin de semana me estuve acordando mucho de ellas. Las dos que vinieron a visitarte hace 3 años, Carmen y… ¿cómo era, María?

-Marisela, sí.

-¿Has hablado con ellas últimamente?

-Pues… hace como 2 semanas.

-No te quiero asustar ni nada, pero… bueno, llámalas cuando puedas. No sé por qué pero pensé mucho en ellas estos días.

Y se fue de la sala de profesores. Yo me quedé ahí, con una cosquillita rara en la panza. Yo había escuchado ya un par de historias sobre Nelya, maracucha que a pesar de vivir en Polonia desde antes de la caída del comunismo, no puede evitar que a veces le salga ese acento, esa alma, ese toque misterioso que tienen las personas nacidas en el Caribe.

Al terminar mi siguiente clase e ir a la sala de profesores, había ya más compañeros ahí, y el ambiente era como en cualquier sala de profes: alguien enfrascado en la preparación de su siguiente clase, alguien preguntando por algún material, alguien peleándose con la fotocopiadora, alguien buscando como loco unas copias que había dejado en la mesa y ya no estaban. Lo típico.

Tenía dos horas libres y decidí pedir comida a un restaurante vietnamita que hay cerca de la escuela, donde atiende un adolescente chino muy simpático (no piensen que digo chino como genérico del lejano oriente; este chico sí es chino, chino auténtico, se lo pregunté un día). Esta actividad en particular –no sólo la de pedir comida por teléfono sino la de pedir comida por teléfono a ESE restaurante en particular- requiere mis 5 sentidos y absolutamente toda mi concentración, pues el hecho de que un mexicano y un chino lleguen a un acuerdo comunicándose por teléfono, y hablándose en polaco, no es cosa fácil.

Tomé el teléfono de la escuela, pues en el restaurante ya conocen el número y no hay que repetir la dirección, y justo cuando ordenaba mi sopa china y mi plato chino y mi bebida china, mi teléfono empezó a sonar. Número desconocido, alcancé a leer en la pantalla, y tratando de no perder detalle de lo que el chino me preguntaba, le dije a Jairo -un profesor que estaba a mi lado-:

-Güey, contesta por fa, no sé quién es pero diles que me llamen en 5 minutos.

Hola, sí… ajá.. ajá… sí, no puede ahora, dale, yo ahora le digo, sí, chao –le oí decir.

Pedí exitosamente mi comida. Cuando colgué con el chino, Jairo me miraba.

-Era tu hermana Marisela, dijo que ahora te vuelve a llamar.

Me quedé de piedra. Cuando vives del otro lado del mundo sabes que si alguien de tu familia te llama por teléfono, en lugar de mandarte un whatsapp o escribirte por Facebook, no es sólo para saludarte.

Parece cuento pero así pasó. Nelya entró de nuevo en la sala de profesores 5 minutos después, justo cuando mi teléfono volvía a sonar. Es mi hermana, le dije antes de contestar, y aún tuve un par de segundos para mirar con atención a Nelya, que me miraba también en silencio, inexpresiva, con ese halo de misterio, con ese toque chamánico, garciamarquiano; con ese misticismo que les ha dado la selva, los años, el sincretismo, la sangre india y africana; con todo eso inentendible, inexplicable, que tienen ciertas personas nacidas en el Caribe.

Contesté el teléfono.


-¿Qué pasó, Mari? ¿Todo bien?



-Sí. Bueno… más o menos. Te llamo para decirte que hace unas horas se murió mi abuelo.