viernes, 22 de agosto de 2014

El karma son 8 tacos de pastor





Como siempre que un momento especial se acerca, las emociones crecen y se desbordan. Desde que compré mi boleto para venir a México, sólo pensaba en tres cosas: voy a ver a mi familia, voy a ver a ese puñado de amigos que tanto me hace reír, y me voy a comer todos los tacos que no me he comido en casi tres años.

Al siguiente día de haber llegado a Chilangolandia, mi carnal El Gordo –con quien he comido cientos y cientos de tacos desde hace 20 años- pasó por mí y me llevó a uno de esos clásicos puestos callejeros de lámina blanca a comer tacos de suadero. Los típicos de muerte lenta.

Toda la alegría y las ganas por estar de nuevo frente a ese insalubre manjar que acostumbramos comer en México, toda la emoción y el placer desaparecieron 15 minutos después, cuando me di cuenta de que estaba lleno después de haberme comido sólo 8 taquitos (ya saben, los de tortilla pequeña). Ocho miserables tacos; El Gordo –que me lleva varios kilitos- se comió nueve, y no podíamos más. Nos retiramos en silencio, derrotados.

¿Qué pasó con nuestros estómagos? ¿Dónde quedó ese apetito voraz de hace 15 años, cuando El Gordo y yo éramos capaces de comernos cada uno 20 de suadero y dos refrescos sin inmutarnos? ¿En qué momento –o mejor dicho, en qué taco- se quebraron nuestros estómagos, guerreros de mil batallas carnívoras? Esa noche me fui a la cama muy triste, y un poco preocupado.




A pesar de que a la mañana siguiente me levanté con ánimos renovados y mucha hambre, las decepciones se sucedieron una tras otra: fui a comer tacos de canasta, y ocurrió lo mismo: sólo pude con 3 de papa y 2 de frijol; con los tacos de carnitas, en el negocio de mi padre, también lo mismo: sólo 2 tacos de tortilla normal, y una gordita de chicharrón. Ni siquiera me atreví a mirar a mi padre a los ojos.




Llevo tres semanas yendo de derrota en derrota. La más dolorosa ha sido, sin duda, frente a mis favoritos: los tacos de pastor. Llegué a la taquería con un hambre inmensa, y sólo pude comerme 8, y con una tortilla (hace 10 años me comía mínimo 15 y unas donas Bimbo después). Yo, que me jactaba de mi estómago de neandertal, resistente a todo; yo, que me pasé los últimos 4 meses soñando con taquerías, cilantro, cebolla y piña; yo, que me juré comerme mi propio peso en tacos en estos dos meses… heme aquí, lleno con 8 taquitos de pastor, con un desconsuelo que sólo un hermano amante de los tacos entendería.

Y aún con todas estas bofetadas, siento un dejo de esperanza en lo más hondo de mi estómago. Así que voy a tianguis de los martes, a los infalibles tacos de cecina, con mis dos sobrinos para darme valor, para no quedar como un pusilánime frente a ellos.

Nada. Tres tacos de cecina enchilada y estoy lleno.

Qué mierda. Así deben sentirse más o menos los diabéticos. Qué bueno que me largo. Qué bueno que en Polonia no hay suadero, ni pastor, ni cecina, ni barbacoa, panzita, canasta, campechanos, longaniza, chicharrón, carnitas ni birria.

Y entonces mi sobrino de 10 años me pregunta:

-Enano, ¿no te vas a comer otro?

-Nah, sólo era el antojo –miento descaradamente-.


Qué triste. Aquellos 18 de cecina con El Gordo son sólo un bello recuerdo; aquellas 3 tortas de pastor con queso en una sola sentada, es sólo una anécdota más en el baúl de mis glorias gastronómicas. Ya no somos los estómagos que fuimos.

-¿Otro igual, güero? –me pregunta el taquero, que me vio crecer, que me ha alimentado durante años, que me conoce desde que era un mocoso capaz de comerse sólo un taco.

Y yo, con una profunda tristeza, echando una mirada a la montaña de cecina que se cuece lentamente, y tratando de disfrazar mi vergüenza de dignidad, le respondo bajito:


-No, don, nomás la cuenta.





martes, 5 de agosto de 2014

Música, poesía y el Río de la Plata

                                                                                  A Mariana, que me llevó a caminar por Corrientes







Fue un poco descubrir, y un poco comprobar Buenos Aires.

Fueron muchas las cosas que desde hace años me fueron atrayendo. Una de las primeras canciones que aprendí de memoria fue La ciudad de la furia, de Soda Stereo (pues una de mis hermanas mayores tenía un casete de rock en español que oía a todas horas). Yo no entendía nada de la letra, pero me la sabía completita. Por esa canción supe que Buenos Aires lucía susceptible, aunque tampoco entendía esa palabra.

Sí, creo que lo primero fue el rock; crecí escuchando –como muchos de mi generación- a Los Fabulosos Cadillacs, Divididos, Los Pericos, y empecé a imaginar esa ciudad a partir de la mención de alguna calle o algún barrio.

Después fueron Borges, Cortázar, Sabato; Andrés Calamaro y Fito Páez; la fascinación con la que Katherine hablaba del viaje que haría a esa ciudad, como si ya la conociera; aquella única final de la Copa Libertadores que ha jugado un equipo mexicano, y en la que me di cuenta, incluso a través de la televisión, de lo mucho que pesa La Bombonera de Boca Juniors; y por supuesto, Joaquín Sabina.

A pesar de todo eso, Buenos Aires siempre estuvo lejos, hasta que en Cracovia conocí a Mariana (porteña y bostera de corazón), y sus pláticas me fueron despertando de nuevo las ganas de viajar a La ciudad de la furia. Vení, mexi, es relindo, me decía antes de volver a Argentina.

Así que después de muchos años, canciones y literatura, Buenos Aires dejó de estar tan lejos.

Apenas me dirigía del aeropuerto al centro cuando comenzó la música, pues la calle por la que iba el autobús me parecía interminable:
-Oye, esa calle, Rivadavia –le dije a Mariana en cuanto la vi-, es la de la canción de Bersuit, ¿verdad? ¡Porque es más larga que la chingada!
-Claro, mexi, ¡la calle más larga del mundo!

Y todo fue música y poesía en Buenos Aires. Fue, como dice Alessandro Baricco, como acabar en la cama con una mujer con la que te has escrito cartas durante años.

De pronto me detenía en alguna esquina:
-¿Estas calles se llaman Córdoba y Maipú?
-Sí –respondía Mariana-. ¿Por?
-Esa canción de Sabina…
Y entonces los dos, pensativos, empezábamos con un                             tarara tata tatara…                                                                                                                               "qué poco rato dura la vida eterna,
por el túnel de tus piernas,
entre Córdoba y Maipú."

Y seguíamos caminando.


-Oye, ¿dónde está González Catán?
-¿Por esa otra de Sabina?
-Sí. "De González Catán… en colectivo, a la cancha de Boca, por Laguna…"
-Yo no voy ahí, sabelo.
-¿Es peligroso?
-Sí, y feo. Así que andate solo.


Y así fui buscando y fijándome en sitios que tanto había escuchado y leído: el barrio de Barracas donde nació el Matador, de Los Cadillacs; San Telmo, a donde Calamaro iba a comprar cosas viejas y rotas; el Gran Rex y el Luna Park de Fito Páez; la Galería Güemes donde según Cortázar se puede acceder al París del siglo XIX; la esquina de Godoy Cruz y Santa Fe, de La casa desaparecida; el cruce de Corrientes y Callao donde Sabina se citó con la Luna; la calle Florida, la estación Retiro y la Plaza San Martín, de El palacio de las flores; la calle México donde Borges escondió ese libro infinito, el libro de arena; los viejos cafés (Tortoni, London, La Biela) donde se reunían Borges y Bioy Casares, Sabato y Gombrowicz; la calle Garay donde está el mismísimo Aleph: el punto donde coinciden todos los puntos del universo, vistos desde todos los ángulos, y en todos los momentos del tiempo.

Claro que también hubo decepciones. Quise comprar una primera edición de 20 poemas para ser leídos en un tranvía, de Girondo, pero ya no hay tranvías. Su tumba, además, es una de las más feas y descuidadas del cementerio de La Recoleta, donde hay auténticos mausoleos que parecen de narcos mexicanos. La Plaza Cortázar está llena de sport bars y lugares de hamburguesas; el bar Orsai, de Hernán Casciari, cerró hace casi un año, y la casa en la calle Serrano donde Borges creció es ahora una peluquería llamada Maldito Frizz. Qué triste. Pero ni hablar.


El rock, la literatura, y El lado oscuro del corazón. Esa película de Eliseo Subiela hizo aún más grande mi obsesión por conocer Buenos Aires (si aún no la han visto, les sugiero que dejen inmediatamente de leer esto y la vean; vale mucho más la pena que este texto). Desde que la vi por primera vez, había querido seguir los pasos de Oliverio –el protagonista-, e ir a los carritos de la Costanera y cambiar poesía por unos bifes de chorizo, y recitarle Rostro de vos, de Benedetti, a la cajera de una estación de autobuses, e ir al cabaret Sefiní de Montevideo a buscar a Ana, y llorar a lágrima viva, llorar por el ombligo y por la boca entre esas calles melancólicas de la capital uruguaya.

Hoy Buenos Aires ha dejado de estar lejos. Hoy la música, la literatura y el cine se han juntado en este puñado de visiones, de fragmentos urbanos; en esta cacciola que me lleva de Buenos Aires a Montevideo, atravesando el impresionante Río de la Plata, mientras yo me siento Oliverio y tarareo ese bolero de Chico Novarro…


¿Hace falta que te diga
que me muero por tener
algo contigo…?














https://www.youtube.com/watch?v=G_7MdJeb_2Y (Algo contigo / Los Panchos) 

https://www.youtube.com/watch?v=2xpILinSJrM&list=PLCUIgWA2ukdOdeYM_FaZK3SXnqRhtLoZ5                                 (La argentinidad al palo /Bersuit)

https://www.youtube.com/watch?v=9vfJ29RJU2w (La ciudad de la furia / Soda Stereo)

https://www.youtube.com/watch?v=HUip3YddXc4 (Matador / Los Fabulosos Cadillacs)

https://www.youtube.com/watch?v=iEcuDygqxf8 (El palacio de las flores / Andrés Calamaro)

https://www.youtube.com/watch?v=ZZ3OlwBZvK8 (Con la frente marchita / Adriana Varela)

https://www.youtube.com/watch?v=HAm0Bh2tt6c (Dieguitos y Mafaldas / Joaquín Sabina)

https://www.youtube.com/watch?v=2LlqetyJ_rc (Vendrá la muerte y tendrá tus ojos / Andrés Calamaro)

https://www.youtube.com/watch?v=zdXMmtvqT4k (Buenos Aires / Sabina y Páez)