jueves, 9 de julio de 2015

El país de las consonantes impronunciables






Durante los últimos 4 años he vivido rodeado de sílabas imposibles, de inviernos largos que alcanzan los 25 grados bajo cero y que cubren la ciudad de una blancura increíble, de comida triste y con muy poco sabor, de mujeres guapísimas, de una liga de futbol para llorar (incluso peor que la mexicana), de gente con semblante serio y esporádicas sonrisas, de meseros malhumorados y del mejor vodka del mundo.

Así, a grandes rasgos, ha sido mi experiencia en Polonia, el país de las consonantes impronunciables.  

Sólo así, a grandes rasgos, puedo hablar de Polonia. De los polacos no; de ellos no tengo ni zorra idea. Después de 4 años soy incapaz de decir cómo son los polacos. No los conozco, no los entiendo, y a decir verdad, tampoco sé si en realidad me interesa entenderlos.

Por suerte, en Cracovia abundan los tipos listos. Los extranjeros listos. Tipos que con su perspicacia esclarecen el misterio de los polacos, de Polonia, de este país otrora invadido, repartido, desaparecido del mapa; de este país de consonantes impronunciables.

Entre la comunidad hispanohablante es frecuente escuchar ciertos comentarios sobre Polonia y los polacos, buenos y malos, estúpidos e interesantes (que si el frío, que si se quejan todo el tiempo, que si las polacas están muy buenas, que si trabajan muy duro, que si beben o no beben). Hay un tipo en particular, que por supuesto no se llama Alberto y no es andaluz, a quien constantemente me encuentro en alguna reunión, fiesta, evento, cualquier cosa donde haya hispanos; ahí está el perspicaz Alberto, explicando al resto cómo son los polacos y Polonia.

Es que los polacos no soportan esto ni lo otro… los polacos son así y así… cuando los polacos quieren decir esto, entonces…

Y así como Alberto, hay muchos. Tipos que vienen a Polonia un semestre de intercambio o que conocen a una polaca en su país, que se enamoran de ella y deciden quedarse, y entonces conocen a la familia de su novia, a sus cuatro o cinco vecinos, y a tres o cuatro amigos más, y tienen los santos huevos de decir cómo son los polacos. Impresionante. Viven aquí dos años, o tres o cinco, y ya saben cómo son los polacos, y claro que esto me indigna porque yo llevo más de treinta años sin entender cómo somos exactamente los mexicanos. Gracias a Dios existen estos tipos listos que se echan una novia polaca y ya saben cómo es toda una nación, y nos lo pueden explicar.

¿Y cómo es Polonia y los polacos?, me pregunta de vez en cuando algún amigo. Y me da una pereza enorme responder. Puedo decir más o menos cómo es Cracovia, el resto del país no sé. Y puedo decir cómo son cierto tipo de polacos, ya que al ser profesor de español, mi contacto se reduce a un grupo muy específico: estudiantes universitarios o egresados, gente que se interesa por los idiomas, que le gusta conocer otras culturas, que le gusta viajar y aprender cosas ajenas a su país, gente económicamente acomodada que puede permitirse pagar un curso de español, y que a menudo puede permitirse viajar al extranjero. Con 4 años de contacto con ese tipo de polacos, y viviendo en Cracovia, bien puedo afirmar que Polonia es un país maravilloso, que su gente es superabierta, amable, bien educada, que se interesa por otras culturas y otras lenguas, que a los polacos les gusta estudiar y ocupar su tiempo en cosas productivas, que son hospitalarios, que al polaco le cuesta tiempo abrirse y aceptarte pero que cuando lo hace te considera como de la familia y todas esas cosas que dice cualquier Alberto después de conocer a la familia de su novia.

Pero eso es mentira. Eso es lo poco que yo he conocido de Polonia y de los polacos. Sin embargo, polacos son también los miles que están en Londres haciendo los trabajos más duros; polacos son también los de los pueblos, o los sexagenarios que aún recuerdan el comunismo y que sabrán ellos si lo añoran o lo condenan; y son también polacos los chicos que escriben jebać żydów en algunas paredes, o los cabezas rapadas que cada año desfilan gritando Polska dla Polaków (Polonia para los polacos) y que no están precisamente interesados en conocer otras culturas, aunque a esos polacos –para mi suerte- no los he tratado tanto.

¿Que cómo es Polonia y los polacos? No lo sé. Sé que sus mujeres son escandalosamente guapas, su idioma impronunciable y su comida triste. Y todo esto es subjetivo. ¿A qué viene entonces toda esta perorata? A que me ha tomado 4 años poder escribir algo sobre Polonia, y sé que lo siguiente que escriba serán puras percepciones, fragmentos de un país y una sociedad ajenos que no pretendo entender por completo; ya bastante me cuesta entender a México y a los mexicanos.


¿Qué cómo es México y los mexicanos, entonces? De eso tal vez sí pueda decir algo más.