La semana pasada me llegaron -tardías- dos
noticias. La primera, que ahora cuento, me deprimió y me encabronó
como hacía mucho no lo hacía ningún suceso. La segunda es más alentadora,
aunque implica también una parte melancólica.
Por partes, la primera.
Casi medio año después, me llegó finalmente la
respuesta del Gobierno polaco, al que acudí esperanzado en septiembre, buscando
alguna forma de participar en el programa de acogida de refugiados del que
tanto se hablaba. ¿Recuerdan la foto de Aylan Kurdi, el niño sirio ahogado en
una playa turca, y que dio la vuelta al mundo y parecía ser la gota que por fin
derramaría el vaso de la indiferencia? Pues no pasó nada; se nos fue olvidando,
como todo.
Hubo movilizaciones, claro; hubo gente que
salió a las calles a mostrar su apoyo y su disposición para recibir refugiados,
diciendo que bienvenidos, que Europa les abre las puertas, que no teman, que
aquí hay suficiente para todos.
Pero hubo también gente que salió a las calles
mostrando cabezas de cerdo cortadas, amenazando musulmanes, gritando que
Polonia no quiere inmigrantes, que Polonia es de los polacos, incluso haciendo
circular fotos de Auschwitz por Internet, con la leyenda: Ya está listo el centro para refugiados sirios. Aquí los esperamos.
Por esos días, cuando la foto de Aylan daba la
vuelta al mundo y yo creía estúpidamente que habría una acogida masiva y unánime de refugiados por parte de Europa, fui
con una amiga a distintas ONG a ver si podíamos ayudar en algo.
Visitamos las 5 ó 6 que hay en Cracovia,
escribimos a otras tantas en Varsovia y en Katowice. Para nuestra sorpresa, en
más de una nos dijeron tajantemente que no, que esa ONG no ayuda a refugiados y
que no saben más del tema. En otras nos dijeron que debíamos esperar a que el Gobierno polaco oficializara algún plan de acogida o aceptara las cuotas de la
Unión Europea, pero que mientras tanto no podíamos hacer nada; en otra nos
preguntaron a mi amiga y a mí, nada más mencionar la palabra refugiados, que si
estábamos casados por la iglesia y que si teníamos hijos; en otra, una de las
ONG más populares en Polonia, nos recibieron muy amables, nos dieron café y
galletas, y nos dijeron que claro que podíamos participar en el programa de
acogida de refugiados.
-¿Ustedes
son católicos?- nos preguntó muy sonriente la mujer de la ONG mientras
escribía algo en una carpeta.
-Por
supuesto, con todos los sacramentos en regla- le respondí.
-Muy bien. Y… esa
familia a la que quieren recibir en su casa, es una familia católica, ¿cierto?
Mi amiga y yo nos miramos, confundidos. Esta
vez fue ella quien habló:
-No,
verá, no conocemos a ninguna familia siria, simplemente queremos hacerles saber
que estamos dispuestos a recibir a una o dos personas en nuestras casas.
-Ah… ya veo… pues,
verán, nuestra fundación ayuda únicamente a familias sirias católicas, por lo
tanto hay que estar seguros de que esta familia a la que quieren recibir
pertenezca a nuestra religión.
-¿Y cómo se comprueba
eso? –pregunté yo
tratando de no sonar molesto-. Quiero
decir, si en mi país estuvieran cayendo bombas y tuviera que huir, no me
importaría mentir y decir que soy católico para salvarme.
-Claro, lo entiendo.
En realidad hay muchas formas de asegurarnos: registros de la diócesis o de la
Congregación para las Iglesias Orientales, la fe de bautismo o actas de
confirmación, comunión, matrimonio en caso de haberlo, alguna carta firmada por
el Primado José III Younan… como les digo, hay muchas vías, pero si ustedes aún
no saben de alguna familia católica a la que quieran acoger, pues… por ahora no
podemos hacer mucho. Lo siento.
Mi amiga y yo salimos de ahí igual de molestos
que de confundidos. ¿De verdad nos acababan de decir eso? Pues sí. Y pensé en
una madre siria, en Aleppo, en Raqqa, huyendo de repente con lo puesto y con
sus hijos a cuestas; pensé en esos padres cruzando el Mediterráneo con sus
hijos en brazos. Uy, se nos olvidó el acta de la primera comunión, volvamos por
ella.
De todas las ONG a las que fuimos, sólo en una –
Centro de ayuda Halina Nieć- nos dieron un poco de aliento; nos dijeron que desde
la foto de Aylan habían recibido muchas llamadas y correos de gente preguntando
y ofreciéndose a recibir refugiados en sus casas, así que mi amiga y yo nos
apuntamos en la lista. La directora de la ONG nos puso en contacto con un canal
de televisión, nos entrevistaron junto con otras personas que se habían
apuntado en la lista, nos pidieron algunos documentos para enviarlos al
Departamento de Asuntos para Extranjeros y poner todo en regla, a la espera de
que el Gobierno polaco hiciera oficial su participación en el programa de
acogida.
Y entonces me topé con la exasperante
burocracia polaca. Documentos, contratos de trabajo y de arrendamiento,
declaraciones fiscales, exámenes médicos, comprobantes, copias, copias de las
copias, de todo.
La semana pasada, después de casi medio año, me
llegó la carta de respuesta. Me dicen, en pocas palabras, que debido a mi
condición de residente temporal en el territorio de la República de Polonia, no
soy elegible para acoger refugiados.
Atentamente:
Oficina para Extranjeros
Departamento de Procedimientos para Refugiados
Unidad de Información de Países de Origen
Que yo aquí también soy un inmigrante, y que no
esté chingando.
Ni yo soy elegible, ni esos niños son católicos.
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