¿Te acuerdas cuando jugabas con él?
Siempre, desde los árboles, se
miraban
sólo con él podías hablar
sólo con él podías llorar.
Ahora es un hueso,
enterrado,
olvidado…
Miércoles de ceniza. Caifanes
Hace ya 21 años que mi padre prácticamente me
encerró en mi habitación para que no fuera a un concierto de Caifanes. Era el
95, yo tenía 13 años y Caifanes era la banda de rock más grande de la escena; habían sido los primeros en hacer un MTV Unplugged en español, y lo mismo tocaban en Rockotitlán o en bares para 200 personas que en el Foro Sol
con Soda Stereo o The Rolling Stones.
Y mi sueño más grande a los 13 años era ver a
Caifanes, pero mi padre no me dejó ir a ese concierto gratuito en la explanada
de la delegación Venustiano Carranza con mi amigo Marcelo y su hermano mayor.
Creo que nunca se lo he agradecido.
Los chicos de mi generación que empezábamos a
tocar la guitarra en esos años competíamos por ver quién se sabía más canciones
de Caifanes; dedicábamos horas a aprendernos los solos de guitarra de Alejandro
Marcovich; intentábamos tocar a dueto La
célula que explota o No dejes que…
Ni Marcelo ni yo –amigos inseparables desde los
9 años- habíamos visto nunca en vivo a nuestra banda favorita, así que aquel
concierto gratuito se nos presentaba como el evento más importante de nuestras
vidas: ¡Ver los solos de Marcovich en vivo! ¡Oír a Saúl Hernández cantar Aviéntame¡ ¡Ver a la mejor banda de rock
de México y cantar con diez mil personas Aquí
no es así!
No fueron diez sino cuarenta mil personas las
que llegaron a la explanada, muchísimos desde la noche anterior aunque el
concierto estaba previsto para empezar a mediodía. Yo había hecho toda clase de
méritos con mi padre para que me dejara ir, pero fue inútil. Le rogué, le
prometí, le supliqué, lo intenté chantajear, lo amenacé con escaparme, me puse
digno, le dije que iría con nosotros el hermano mayor de Marcelo –un chico muy
viejo de 19 años-; y esperaba que en cualquier momento pronunciara aquella
mágica frase que tanto me gustaba oírle: lo
que diga tu madre (eso casi siempre significaba que sí).
Pero don Alejandro simplemente dijo: no, no vas, y punto.
Muy triste, le dije a Marcelo que no iría al
concierto. Él me prometió que si Alejandro Marcovich arrojaba al público la púa
con la que tocaba la guitarra y él la atrapaba, me la daría para que me
salieran mejor los acordes de Vamos a
hacer un silencio.
El día del concierto me encerré en mi habitación
y escuché los 4 discos de Caifanes una y otra vez. En el 95 no había
smartphones –creo que no había ni celulares para la mayoría de nosotros-, ni
whatsapp ni nada para que Marcelo me enviara fotos o videos de lo bien que se lo
estaba pasando en el concierto, pero yo lo imaginaba ahí, frente a la mejor
banda de rock del mundo mundial, cantando extasiado Los dioses ocultos, o embelesado con los armónicos de Ayer me dijo un ave.
Esa misma noche, mientras veía las noticias en
silencio, y mi padre, sentado en el sofá al lado mío, me rodeaba con un brazo,
me pareció entender algo, aunque fue hasta muchos años después cuando pude
decírselo a mi padre.
Ante la impaciencia de miles de personas debido
al intenso calor, y con la intención de evitar disturbios, Caifanes y los
organizadores decidieron empezar el concierto una hora antes de lo previsto, lo
cual pareció complacer al público. Sin embargo miles de personas continuaron llegando
aun cuando el concierto estaba por terminar, lo que provocó la furia de muchos.
Hay muchas versiones de lo que pasó aquel día
en ese concierto de Caifanes. Hubo camiones incendiados, helicópteros,
granaderos rociando gas lacrimógeno, rocas, cristales, mucha policía, heridos,
cocteles molotov.
Hubo cuatro muertos.
Se prohibieron los conciertos gratuitos en el
DF. Caifanes se desintegró ese mismo año, aunque volvieron a reunirse en 2011,
cuando yo ya no vivía en México, así que sigo sin poder ver en vivo a mi banda
favorita.
Hace ya 21 años que mi padre no me dejó ir a un
concierto de Caifanes.
Hace ya 21 años que tú, Marcelo, no volviste de ese
concierto.
https://www.youtube.com/watch?v=OR_v7o_lES8
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