El margen de nuestras sensaciones térmicas es muy variable.
Hay quienes disfrutan una temperatura ambiente de 25 grados, lo que para mí es
mucho calor, y hay quienes a 10 grados tienen mucho frío, lo que para mí se
siente muy bien. No sé a qué se deba que cada quien se siente bien a diferentes
temperaturas, sin embargo, creo que hay un punto en el que da lo mismo el
número del termómetro; puede hacer calor, o mucho calor, o calorcito, pero más
allá de cierto punto (aunque es difícil determinar cuál es ese punto
exactamente) ya no importa. Da lo mismo 38 que 48 grados, eso es, simple y
llanamente, un pinche calor de la chingada. Y lo mismo pasa del lado opuesto
con el frío, algo que aquí en Polonia es constante. A veces hace frío, mucho
frío, frío con sol, o hasta frío rico, pero por ahí de los 15 grados bajo cero,
ya no importa. Lo mismo da -15 que -25. Eso es, simplemente, un chingo de frío.
Bien, pues ese día hacía un chingo de frío. Pero un chingo de
verdad. Dejé mi bicicleta encadenada justo en la plaza central, y me metí en un
café de la calle Bracka. Volví un par de horas más tarde a recoger mi
bicicleta, y cuando metí la llave en el candado y quise hacerla girar, ésta se
rompió como un caramelo, dejándome con media llave en la mano y la otra media
dentro del candado.
Seguro que mi amigo Josué, que es físico, me daría una
explicación precisa sobre cómo varían los coeficientes de dilatación de los
metales cuando alcanzan ciertas temperaturas, o sobre la presión ejercida por
mi mano sobre el punto de inflexión de la longitud de la llave y cosas así. Y
seguro que también me habría podido decir cómo abrir el candado usando una hoja
de papel y la acidez de una manzana, o usando el Principio de Pascal y un
popote lleno de café. Pero mi amigo no estaba ahí, y yo me quedé como un idiota
con media llave en la mano, parado en medio de la plaza central de Cracovia, y
arrancado dolorosamente de mi bicicleta, como un oficinista al que le quitan su
Smartphone.
Y con un frío de la chingada.
Me enojé tanto que decidí dejar ahí la bicicleta unos días
(una reacción bastante estúpida, lo sé). Después de una semana seguía pensando
si llamar a un cerrajero, si llevar una sierra y cortar el candado, o si
reportar el incidente a la policía y preguntar si ellos podían abrirlo.
Dos semanas estuvo mi bicicleta encadenada en la plaza central
de Cracovia. La miraba todos los días de camino al trabajo y veía cómo se iba
cubriendo de nieve. Finalmente decidí recuperarla, así que le pedí a un amigo
una sierra para cortar la cadena. Ahora el problema era decidir si hacerlo de
día, con un montón de gente mirándome, o de noche y pareciendo un vulgar ladrón,
y con una comisaría de policía a escasos 40 metros. Debo mencionar también que
había comprado la bicicleta en un mercado de cosas usadas, por lo que no tenía
factura ni nada para comprobar que efectivamente era mía, en caso de que algún
policía me lo preguntara.
¿Y por qué no avisar a la policía de todo el incidente y
hacerle saber que, puesto que era mi bicicleta, iba a cortar la cadena con una
sierra? Brillante idea, me dije. Así que fui a la comisaría y, con mi mejor
polaco posible, actuando, gesticulando y hasta mostrándoles la mitad de la
llave rota, expliqué a los dos oficiales toda la historia, haciendo hincapié en
que lo que menos quería era que algún transeúnte pensara que yo estaba robando
una bicicleta. Uno de ellos me miraba con una cara de inconmensurable
aburrimiento, mientras el otro no podía evitar reírse un poco, no sé si de mi
polaco o de mi suerte.
Al terminar mi historia, los oficiales se miraron un segundo,
divertidos.
-Entonces –dijo uno de ellos-, la bicicleta es suya, ¿no?
-Sí.
-Y… ¿para qué nos cuenta todo esto? Si es suya, pues vaya y
corte la cadena y ya. Váyase a casa.
-Claro… es que…. pues… bueno…. no quería que alguien pensara…
que yo….
-Ya, ya, pero usted dice que la bicicleta es suya. Pues si es
suya llévesela y ya.
Dos minutos después, junto a mi bicicleta, sacaba de mi
mochila una sierra para cortar metal, sin importarme si alguien me miraba o no.
Qué raro es que la policía confíe así sin más en lo que le dices, pensaba
mientras serruchaba. Algunas personas me miraban un segundo y volvían a lo
suyo, pensando probablemente que si alguien cortaba el candado de una bicicleta
a la mitad de la plaza central sería porque era el dueño y había perdido la
llave. Qué raro es que la gente confíe en la gente, me repetía. Nadie piensa
que la estoy robando.
Estaba a punto de guardar la sierra en la mochila cuando
observé la bicicleta que estaba encadenada justo al lado de la mía. Casi nueva,
pintura intacta, tuneada. Diez veces mejor que la mía.
Bueno -pensé mientras sacaba de nuevo la sierra-, pues ya que
estamos aquí…
Guey by far es la historia que más me ha hecho reir, te imagino ahi con tu cara de idiota y tu cabeza calva serruchando la adena para sacar tu bici...
ResponderEliminary a Lore tambien...
ResponderEliminar¿A Lore también la imaginas con su cabeza calva y serruchando? !¿Lore también está calva?!
ResponderEliminarJaja si está cagadisima la historia guey, y chida.
ResponderEliminarA mi me pasó exactamente lo mismo, en la misma plaza de Cracovia. También, al verme perdido y no saber qué hacer, acudí a la policía. Y recibí una respuesta semejante: ellos no pueden ayudar, pero si es mi bicicleta, porqué me preocupo tanto por el qué dirán!!!
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