“…pálido asceta, qué mal me hiciste,
ha muchos años que estoy enfermo,
y es por el libro que tú escribiste.”
ha muchos años que estoy enfermo,
y es por el libro que tú escribiste.”
Amado Nervo
¿Es verdad que un libro le puede cambiar la vida a alguien? ¿Han tenido
alguna vez esa experiencia memorable de un libro tan bueno que, después de
leerlo, algo se modifica en su percepción del mundo o de alguna idea, o que es
tan bueno que después de leerlo no vuelven a ser los mismos? ¿Han leído alguna vez un libro tan
bueno que la alegría provocada por su lectura permanezca después de cerrarlo?
Pues esa alegría, ese gozo –y esa es la pregunta que me interesa-, ¿cuánto
tiempo dura? ¿Un par de horas?
¿Una semana? ¿Dos años? ¿Se puede ir por la calle un día cualquiera y de pronto
recordar aquel maravilloso libro de hace 5 años, y sentir de nuevo esa alegría
con la misma intensidad?
¿Algún libro les ha cambiado la vida?
Pregunto todo esto porque a mí me ha pasado cuatro veces. He llorado con
varios libros, me he reído también con muchos; tengo algunos favoritos, y a
veces me siento muy contento de haberme topado con ciertas novelas o autores
magníficos (siempre gracias a un amigo o a otro libro, nunca por mí mismo).
Pero hay cuatro libros que me han cambiado la vida.
Y los cuatro me la han cambiado para mal.
El primero fue Los miserables,
de Victor Hugo. Recuerdo perfectamente el momento en que cerré el libro. Era un
sábado por la tarde, hace casi diez años, y mi amiga Areli había pasado a mi
casa para irnos juntos a una comida con compañeros de la universidad. Sentado
en un sillón, leí las últimas páginas con una sensación terrible en el
estómago. Cuando cerré el libro y levanté la vista, Areli, de pie junto a la
mesa, me miraba con curiosidad. ¿Estás bien?- me dijo. Moví
torpemente la cabeza. Nos fuimos.
No recuerdo si alguna vez Areli y yo volvimos a hablar de ello, pero
desde esa tarde algo cambió en mí. Al principio fue algo diminuto. Una idea, o
el germen de una idea, aún difusa. Con los meses, con los años, esa idea se fue
asentando. Y aunque hoy sigo creyendo que no hay en el mundo amor más grande
que el de Jean Valjean por Cosette, también creo que los hombres como él, como
Jean Valjean, son pocos. Muy pocos.
“Te lego los dos candelabros que están sobre la
chimenea. Son de plata, mas para mí son de oro, de diamantes, y convierten las
velas en cirios. No sé si el que me los dio está satisfecho de mí, pero he
hecho lo que he podido.”
Ahí está, para mí, la esencia de ese hombre admirable. Ahí está, para
mí, la confirmación de que esta mierda de especie a la que pertenecemos no es
capaz de parir más hombres como ese ex convicto analfabeta. Más hombres que
hagan “lo que pueden”.
Después fue El pintor de batallas,
de Arturo Pérez-Reverte. Muy distinta del resto de sus novelas, El pintor es una larga conversación
entre un fotógrafo de guerra retirado y un soldado croata. Uno de ellos, sin quererlo,
cambió la vida del otro. Para mal, por supuesto. Durante varios días, los dos
personajes hablan –uno como partícipe, el otro como testigo- sobre la guerra,
el dolor, el azar, la muerte, la venganza, el arrepentimiento. Ya desde la
mitad del libro, una sensación de vacío me rondaba, y una frase, repetida tres
o cuatro veces por el protagonista, me hacía detener la lectura y cerrar el
libro: Es oscura la casa donde ahora
vives. Esa frase era la punta del iceberg; debajo de ella estaba la
historia de Olvido Ferrara, antigua compañera y amante de Faulques, el
fotógrafo; de Markovic, el soldado croata; del incompleto cuadro pintado en el
interior de una torre; de la escena final del libro, y de la contundente frase
final que me dejó helado (y que no voy a citar aquí para no arruinarles el
libro. Cito, en cambio, otra frase que retrata exactamente mi conclusión del
libro).
“Cuando el desastre devuelve al hombre al caos del que procede, todo ese
civilizado barniz salta en pedazos, y otra vez es lo que era, o lo que siempre
ha sido: un riguroso hijo de puta”
El siguiente fue La Torre Oscura,
de Stephen King. En realidad es una saga de siete libros, basada en un largo poema
de Robert Browning. King comenzó a escribirla cuando tenía diecinueve años y la
terminó más de treinta años después. La saga es una mezcla de western, terror y
ciencia ficción, y narra la historia de Roland, el último pistolero del Mundo
Medio, quien busca incansablemente la Torre. Durante los primeros cuatro tomos
me pareció simplemente una historia entretenida; al terminar el tomo cinco
estuve a punto de abandonarla –pues, a mi parecer, es un poco flojo-, pero
durante la lectura del tomo seis supe que había hecho bien en continuar. Quiero
decir que en realidad hice mal en seguir leyendo la saga, muy mal, pero en ese
momento pensaba que hacía bien.
Lo que King hace en el tomo siete es simplemente impresionante. Las casi
novecientas páginas del último tomo las devoré con gusto, pero también con
preocupación, con angustia, con tristeza. El final del tomo siete es
apoteósico. Una saga de casi cinco mil páginas, y un final extraordinario.
O casi.
“Por ello, mi querido Lector Constante, te digo esto: puedes dejar de
leer aquí. Si seguís adelante, seguramente quedaréis decepcionados, puede que
incluso se os rompa el corazón. Solo me queda una llave en el cinto, pero lo
único que abre es esa última puerta... Lo que hay detrás no mejorará vuestra
vida amorosa, ni hará que os crezca el pelo allí donde no hay, ni aumentará
cinco años vuestra esperanza de vida (ni siquiera cinco minutos). Los finales
felices no existen. Los finales son… descorazonadores.”
Pues eso, exactamente. Descorazonador.
El último fue Los enamoramientos, de Javier Marías. Yo había leído ya un
par de novelas suyas y me habían encantado, y cuando escuché decir al autor en
una entrevista que su nueva novela era bastante pesimista, supe que tenía que
leerla, y supe también que me iba a joder la vida al hacerlo.
En efecto, es una novela pesimista. Y yo diría que dura. Incómoda en
algunas partes, pues dice cosas que probablemente muchos hemos pensado en algún
momento sobre nuestras parejas pero que casi nadie lo confiesa. ¿Para qué?
Creo que de los cuatro, es de éste del que más me cuesta escribir, quizá
porque ha sido el más duro de asimilar. O quizá simplemente porque no tengo
nada extra que decir sobre él.
"Sí,
todos somos remedos de gente que casi nunca hemos conocido, gente que no se
acercó o pasó de largo en la vida de quienes ahora queremos, o que sí se detuvo
pero se cansó al cabo del tiempo y desapareció sin dejar rastro o sólo la
polvareda de los pies que van huyendo, o que se les murió a esos que amamos
causándoles mortal herida que casi siempre acaba cerrándose. No podemos pretender
ser los primeros, o los preferidos, sólo somos lo que está disponible, los
restos, las sobras, los supervivientes, lo que va quedando, los saldos, y es
con eso poco noble con lo que se erigen los más grandes amores y se fundan las
mejores familias, de eso provenimos todos, producto de la casualidad y el
conformismo, de los descartes y las timideces y los fracasos ajenos, y aun así
daríamos cualquier cosa a veces por seguir junto a quien rescatamos un día de
un desván o una almoneda, o nos tocó en suerte a los naipes o nos recogió de
los desperdicios; inverosímilmente logramos convencernos de nuestros azarosos
enamoramientos, y son muchos los que creen ver la mano del destino en lo que no
es más que una rifa de pueblo cuando ya agoniza el verano..."
No es que estos libros planteen tesis extraordinarias; son, como muchos
otros libros, retratos de una pequeña parte del mundo, de personas simples que
tienen sus fantasías y sus demonios, como todos. Si me han o no arruinado un
poco la vida, eso depende también de
otras cosas: otros libros que he leído antes, lugares y gente que he conocido,
buenas y malas ideas que he escuchado, mi carácter, etc. Quizá esos mismos
libros –o uno de ellos al menos- le puedan alegrar a otra persona la
existencia; quizá le despierten una pasión magnífica o simplemente la
entretengan un rato, unos días, mientras dura la lectura. Quizá ni siquiera eso, quizá le
parezcan libros malos, patéticos o aburridos.
Yo me arrepiento, sinceramente, de haber leído esos cuatro libros. Creo
que de no haberlo hecho hoy sería un poco más feliz, o menos pesimista. Quizá aún tendría un poquito de fe en la humanidad; en encontrar lo que busco; en que la
muerte no es una casa oscura y el hombre no es un absoluto hijo de puta. Pero
no.
Lo que daría, de verdad, porque esos libros que me han cambiado la vida
fueran de Paulo Coelho, y no de Javier Marías.
Tengo una larga lista de los que ponen en evidencia lo podrido que estamos, mencionando a algunos:Javier Marías, Kenzaburo Oé, J. M. Coetzee y Faulkner, si no te transforman, pasaste de noche....
ResponderEliminar¿Has leído Volar sobre el pantano? ése libro cambió mi vida. Altamente recomendable.
ResponderEliminar