Al enseñar español a extranjeros uno se
encuentra con ciertos temas recurrentes. Como profesor, a veces te gustan y a
veces no, pero es lo que hay. Supongo que la gente que se dedica a diseñar
manuales de enseñanza de español como lengua extranjera procura que el proceso
sea lúdico, interesante, actual; que los estudiantes ya no aprendan sólo
gramática sino vocabulario útil, incluso necesario; que aprendan a comunicarse,
a desenvolverse, a usar la lengua aprendida en contextos reales.
Supongo también que quienes se encargan de
diseñar dichos manuales evitan tocar temas polémicos que puedan generar roces o
discusiones en el aula. El aborto, la legalización de las drogas, el matrimonio
homosexual, la religión, la pena de muerte, la igualdad de género, el racismo,
son temas que nunca se mencionan en los manuales de español. Y hay, en cambio,
uno que se repite hasta el cansancio: la ecología.
Disfrazado con distintos nombres, este tema es
el único que se puede encontrar en los seis niveles de enseñanza (desde A1
hasta C2). Con el pretexto de enseñar presente de subjuntivo, a la unidad
didáctica se le llama Antes de que sea
tarde; para enseñar imperativo, Recicla
y separa; para enseñar imperfecto de subjuntivo, Si todos ayudáramos. Conciencia ecológica, El planeta es de todos,
Grandes desafíos, etc.
Como profesor hay que fingir mucho. Tus
problemas personales se tienen que quedar fuera del aula. Tu depresión, tu hastío,
tu mal humor, todo debe quedarse en la puerta. Si no eres capaz de fingir en
tus peores momentos puedes trabajar frente a una computadora ocho horas
diarias, pero no delante de un grupo de estudiantes que nada tiene que ver con
tus prejuicios o tu buen o mal humor del día en turno.
Yo tengo que fingir, cada semestre –entre muchas
otras cosas-, que me importa que salvemos al planeta, que debemos hacer algo antes de que sea tarde. Pero no me lo
creo ni por un segundo; estoy convencido de que ya es demasiado tarde, de que
tenemos el planeta que nos merecemos, de que estamos destinados a extinguirnos
y a cargarnos el planeta, y de que la gran mayoría de argumentos que se
pregonan para salvar al mundo, y la gran mayoría de personas que los repiten –exceptuando
a algunos hombres y mujeres excepcionales que están completamente entregados a
salvar este chiquero- somos pura hipocresía; nadie está dispuesto a renunciar a
sus pequeños lujos por salvar el planeta. Como decía aquel personaje de Ciudad
K –una de las mejores y más inteligentes series de televisión españolas-: No
vamos a salvar al planeta, ni vamos a frenar el calentamiento global, ni a
transformar nuestro cuchitril en el bosquecito de Bambi. Somos unas termitas
evolucionadas. En nuestros genes llevamos escrito: sobrevive y copula. No
llevamos escrito: recicla y sonríe en el ascensor.
Eso me queda claro. De eso estoy convencido,
pero se queda fuera del aula. Estoy ahí para enseñar español, así que finjo que
me importa salvar al planeta, y generalmente no me causa ningún conflicto.
El problema es que, por primera vez, los libros
de español con los que trabajo y los niveles que imparto este semestre se han
combinado de una manera que me sobrepasa. Desde el lunes pasado y durante las
siguientes dos semanas, tengo que abordar la misma unidad didáctica –Conciencia ecológica, aunque con
diferentes nombres- con cuatro grupos de niveles diferentes.
Estoy aterrado, estoy deprimido, estoy encabronado.
Tengo que fingir en 4 niveles de lengua diferentes.
Entro con el grupo de nivel C1 (cuyo
vocabulario les permite comentar aspectos sobre la deforestación o el efecto
invernadero) y hablamos sobre qué pasaría
si… + imperfecto de subjuntivo. Leemos textos sobre lo necesario que es la
reducción de emisiones de CO2 y ellos comentan en parejas -por enésima vez
desde que estudian español- qué podemos hacer para salvar nuestro planeta.
Muy
bien, chicos, les digo, muy bien, es importante cuidar nuestro planeta.
Sigue un grupo de nivel B1, con el que repasamos un poco el presente de subjuntivo
mientras hablamos de productos ecológicos, reciclaje, etc. Tengo que hablar un
poco más pausado y usar un vocabulario más básico para decirles más o menos lo
mismo, que es importante reciclar para salvar al planeta.
Luego un grupo de nivel B2.1. Hablamos de
especies en peligro de extinción, contaminación de los mares, catástrofes
ecológicas como la del Prestige, y
hacemos algunos ejemplos con imperfecto de subjuntivo + condicional (Si usáramos más la bicicleta, no habría
tanto smog en Cracovia). Muy bien, chicos.
Por último, para terminar la semana
ecológicamente bien, los sábados un grupo de nivel C2. Doce personas con un
nivel muy avanzado que pueden hablar prácticamente de cualquier cosa que
quieran –aunque parece que después de tanto repetirlo, el tema de la ecología
ya no les interesa tanto-.
Hablamos de Boyan Slat, el chico holandés que está
empeñado en limpiar todos los océanos del mundo, y de Lauren Singer, la chica
neoyorkina que desde hace dos años vive sin generar basura. Corregimos algunos
errores de ser y estar –que es probablemente lo más difícil de dominar para los
estudiantes de español-. Discutimos sobre la vida de estas dos personas, y yo
les digo que es muy importante seguir el ejemplo de Lauren. Es más, ¡es
necesario seguir su ejemplo si queremos salvar al planeta! Les digo que
#TodossomosLauren, que debemos hacerlo antes
de que sea tarde.
A veces creo reconocer en más de uno esa mirada
cómplice, ese gesto de reconocimiento entre dos fingidores. Apenas una mirada,
un sonrisita irónica, entre un profesor que está hablando de algo que no le
interesa, de algo en lo que no cree, y un estudiante al que no le interesa
hablar, mucho menos en una lengua extranjera, de un tema que tampoco le
interesa en la suya.
Pa que agarre conciencia Profe!! http://youtu.be/9hM9UVPZ8pg
ResponderEliminarRifada la rola, mi Román!!! ja ja, pinches delfines.
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