Es ridículo, lo sé, pero fue hasta hace 4 años, cuando
me vine a vivir a Polonia, cuando empecé a comer picante. Es muy triste, es
vergonzoso; como para que mi padre me desherede. Él, mi padre, que siempre le
reclamaba a mi madre por no hacer la comida más picante. Ella, mi madre, que a
escondidas hacía dos cazuelas del mismo guisado, una para mi padre y una para
mis hermanas y para mí, que llorábamos de enchilados si probábamos lo que comía
don Alejandro.
Ah, mi madre, que siempre tenía listas al menos dos
salsas extra (hechas a mano y en molcajete, una roja y una verde como debe ser)
por si a mi padre no le bastaba el picante que ya tenía su comida.
Ah, mi padre, que después de acabarse las salsas,
terminaba haciéndose un taco de chiles de árbol o chiles serranos, crudos o calentados
en el comal para que picaran más (chiles
toreados, como les decimos en
México). Y ni se inmutaba; parecía que estuviera comiendo bombones.
Pero a pesar de los intentos de mi padre, yo nunca
aprendí a disfrutar de ese nivel de picante que para él era normal. Para mí
siempre representó sufrimiento, ardor en la boca, en la lengua, en los labios,
en la garganta, en la panza (todo esto dependiendo del chile con el que se haga
la salsa o se cocine un platillo, pues no todos los chiles pican igual ni en el
mismo lugar, y eso sí que lo aprendemos todos desde pequeños). Claro que comía
con fervor y placer los dulces mexicanos
que siempre están cubiertos de chile, los cocteles de fruta con limón y salsa
durante los recreos, las papas fritas bañadas en salsa valentina a la salida de
la secundaria, los botecitos de Tajín
o los sobrecitos de Chamoy, que no
son más que chile en polvo, limón, sal y algunos químicos, y que te hacen
torcer la boca pero que se disfrutan, pero que al fin y al cabo son picante
para niños.
Todo eso lo disfrutaba, pero al llegar a casa era distinto; apenas
al entrar y oler lo que mi madre estaba cocinando yo sabía si podría comerlo o
no, si habría dos cazuelas de guisado –una para don Alejandro y otra para
nosotros-, o si la cena iba a ser larga y sufrida. A veces el olor del picante
era tan fuerte que ni siquiera podía entrar a la cocina, como cuando mi madre
cocinaba rajas en escabeche, o ponía los chiles poblanos directo al fuego para
pelarlos… ese picante tiene un olor que asusta al niño más valiente.
En resumen, siempre comí picante de ligas menores, lo
básico, lo más ligero, lo de niños (aunque ese picante de niños en México podría
hacer llorar a muchos gringos y europeos).
Y fue aquí, en Polonia, donde un día comencé a desear
desesperadamente algo picante. Es aquí donde por primera vez en mi vida adulta
he sentido nostalgia por ese olor de chiles poblanos al fuego; y añoro el sabor
del chile guajillo, del chipotle, del morita.
Es difícil encontrar todo eso aquí, en Polonia, donde no hay comunidades
de inmigrantes lo suficientemente grandes como para demandar productos que más
que disfrutarse, hacen llorar. Hay que pedirlos por Internet, o buscar en
alguna de las raras tiendas de comida internacional que hay en la ciudad, o que
algún mexicano que vive aquí ponga en Facebook algo como:
-¡Banda! En el Carrefour de Czyżyny (no es broma, eso es una palabra en polaco) encontré unos chiles que parecen cuaresmeños. No saben igual pero casi-.
Y ahí vamos los 50 mexicanos que vivimos en
Cracovia al Carrefour de Czyżyny. Nada, había 3 paquetitos y ya se los llevó
otro mexicano. A esperar el siguiente post en Facebook.
Poco a poco las cosas
mejoran; este verano un matrimonio mexicano ha puesto su food truck justo en el barrio judío (Calavera mexicana). Ya son 3 o
4 restaurantes auténticamente mexicanos –además de los 8 o 10 de comida
tex-mex-. Hay también una tienda virtual en Katowice donde conseguí axiote y
chile ancho, y otro mexicano hace tortillas de maíz y las entrega a domicilio.
Así la nostalgia se puede paliar un poco.
Lo que no logró
inculcarme mi padre en 20 años lo está haciendo este país de consonantes
impronunciables, aunque aún estoy lejos de comerme un taco de chiles de árbol, o
de torear un chile serrano o de morder un chile manzano o habanero. Es un
placer solitario, pues aquí lo más picante es la salsa tabasco, y casi nadie
entiende que pueda haber diferencia entre el picante de un jalapeño y un güero,
o que haya chiles que sólo se comen secos y otros que deben comerse frescos.
Eso aquí no importa; da lo mismo si es un chile pasilla, mulato, cascabel, de
árbol, morrón.
Aquí a todo le dicen chili.
me siento identificada, buen post, Alejandro!
ResponderEliminarMuchas gracias! Nunca se está solo en esa nostalgia por lo picante :)
EliminarTotalmente de acuerdo. Uno descubre el verdadero sentido de lo que significa ser mexicano precisamente al estar fuera de México. No me sorprende que Paz haya escrito "El laberinto de la soledad" al vivir fuera de México.
ResponderEliminarNo chille profe, yo le voy a llevar un chingo de chiles 'ora que vaya a verlo!
ResponderEliminarYa rugiste Román! No me traigas tequila, mejor tráete 3 litros de valentina, porque la que me queda la estoy pichicateando bien feo...
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHola paisano, Alex un gusto saludarte no tenia el gusto antes pues acabo de descubri que tienes un blog.. Me gusto mucho tu forma de redactar, todo muy bien, hasta que lei “aquí lo más picante es la salsa tabasco”, Si tabasco sabe mas que a picante a vinagre (es mas fuerte el olor a vinagre que a chile).. Pero bueno puedes estar tranquilo pues salsa Valentina negra, amarilla, Cholula y Muy gallo que es version menos picante por si la prefieres las tenemos en nuestro almacen en grandes cantidades.. www.arriba.com.pl Saludos ! M. Julia
ResponderEliminarMuchas gracias Julia! Por leer y por el link de la tienda :)
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