Vuelvo a encontrarme con Travis y Becky en
Minneapolis después de 7 años. Trabajamos juntos en un bar durante unos meses y
nos hicimos muy buenos amigos; ahora Becky trabaja en un salón de belleza en
Saint Paul, es pequeñita, delgada, de ojos grandes y nunca la he visto dos
veces con el mismo corte o color de pelo. Travis es un gringo grande, un gringo
XL, muy rubio y de barba hasta la mitad del cuello, y siempre está haciendo
chistes sobre mexicanos, negros, chinos, pero principalmente sobre blancos;
ahora vive en Texas, conduce un camión de Walmart por todo el país y está de
paso en Minnesota unos días, y yo también estoy de visita así que nos juntamos
a tomar algo, recordar, reír y hacer lo que hacen todos los que hayan trabajado
juntos en un restaurante o bar: hablar mal de los clientes, los que se quejaban
mucho, los que no dejaban propina, los que querían las cosas gratis, los
escandalosos, los graciosos, los que siempre pedían lo mismo.
Al terminar el trago que cada quien tiene,
Travis pregunta que a dónde vamos. A mí me da igual, respondo. Becky propone ir
a un lugar llamado Ground Zero, que
está a unas dos cuadras. Travis se encoje de hombros, así que comenzamos a
caminar mientras Becky afirma que el lugar nos va a encantar.
Maldita Becky.
Apenas al dirigirnos hacia la entrada noto que
hay algo raro en el lugar, aunque aún no sé qué es. Al cruzar la puerta y
entrar me viene a la mente una escena de Matrix: ésa en la que Neo está en un
club enorme y Trinity se le acerca entre gente que viste de cuero negro.
El lugar parece una nave industrial enorme o
una bodega. Me toma un par de minutos adaptarme a la poca luz, los rayos láser
y la música que a mí me suena como a Rammstein. Observo a la gente y me doy
cuenta de que Becky, Travis y yo somos los únicos que no parecemos sacados de
un concierto de Marilyn Manson. Todos visten de cuero negro. Bueno, los que van
vestidos; muchos sólo lleva botas altas y algo más: una minifalda que más bien
parece cinturón, unos pantalones con el culo descubierto, un chaleco o un
brasiere con estoperoles, lencería de encaje negro.
Travis y yo nos miramos de reojo mientras Becky
casi nos grita para que la escuchemos: ¡¿Qué
tal, les gusta?! Travis hace una mueca de aprobación y yo le respondo que
sí, aunque aún no estoy seguro.
Pedimos algo a gritos en la barra y Becky nos
hace una seña para que la sigamos. En un rincón hay una escalera de caracol.
Subimos. En el segundo nivel hay una especie de escenario con unas 50 butacas,
la mitad de ellas ocupadas. Nos sentamos. Al fondo del pequeño escenario hay un
armario grande, cerrado. En el centro hay una estructura metálica, una especie de
marco o portería iluminada por una luz tenue. Dos chicas salen de una cortina y
suben al escenario mientras el público aplaude y ellas sonríen y hacen una
ligera reverencia; ambas llevan botas de tacón, negras y hasta la mitad de los
muslos, ropa interior negra y brazaletes. Una lleva además un corsé; la otra,
diminutas cruces de cinta negra cubriéndole los pezones. Y nada más. Las dos
tienen el pelo largo, liso y negro… y una maldita belleza hipnotizante.
No sé lo que va a pasar pero me hago chiquito
en mi asiento, por si las moscas. Una de las chicas toma un micrófono, mira una
lista que lleva en la mano y dice un nombre. El público aplaude y una chica rubia
de la segunda fila –vestida con una minifalda/cinturón y una blusa de encaje
negro- se levanta y va hacia el escenario donde esperan las otras dos. Las tres
hablan un momento y ríen. La chica rubia se coloca en el centro del escenario,
y se quita la blusa. Luego, una de las chicas, la del corsé, saca unas esposas
y encadena a la rubia a la estructura metálica (ahora sé para qué rayos servía
esa estructura), mientras la otra, la de los pezones cubiertos con cinta, abre
el armario que está detrás; en él se observan varios látigos de distintas
longitudes y formas. Y yo me sigo haciendo chiquito en mi asiento, pues ya sé
lo que va a pasar.
Con cada latigazo el público aplaude o sonríe (y
yo me retuerzo un poco). Las dos chicas hacen su trabajo con una coordinación
magnífica, y con una sensualidad un poco aterradora; una golpea y la otra besa,
una pellizca y la otra acaricia, una susurra al oído y la otra rasguña.
Luego
de unos minutos –no sé si han sido cinco o diez- desencadenan a la chica rubia,
le ponen su blusa y las tres se abrazan, se sonríen, agradecen y hasta se dan
un beso. El público aplaude y la rubia vuelve a su asiento mientras se menciona
otro nombre y un chico de pelo largo se levanta.
Becky va a la barra por otro trago mientras
Travis y yo comentamos un poco el espectáculo. Una pareja de la fila de
adelante nos explica que las chicas no te hacen nada que tú no quieras, por eso
hablas un momento antes con ellas, tú decides en qué zonas sí, en qué zonas no,
y vas decidiendo hasta dónde llegan; también son cinco dólares por pasar al
escenario (¡En la madre! pienso, además hay que pagar por que te madreen
semidesnudo en público). Becky vuelve con otros tres tragos. Pasan otras
tres o cuatro personas, y con cada una las dos chicas introducen algún
juguetito nuevo: pequeñas pinzas, cera caliente, hielo, espuelas.
Afortunadamente no hay nada con fuego, ni piercings o ganchos; parece que esto
es para principiantes.
Becky, dice por el micrófono la chica con
cinta en los pezones. Travis y yo la miramos –está sentada en medio de los dos-
mientras ella se levanta, termina de un sorbo su trago y se dirige al
escenario. Nunca he hecho esto, pero a
ver qué tal, nos dice mientras se aleja.
En menos de un minuto mi amiga está encadenada
ahí arriba, de espaldas al público, sin blusa ni brasiere y con los ojos
vendados. Y las dos chicas hacen lo suyo. Son los cinco minutos más dolorosos
de mi vida. Cuando finalmente la liberan, yo respiro aliviado y siento un
hormigueo en toda la espalda. Becky se viste y vuelve. ¿Quieren pasar? Nos pregunta mientras se sienta de nuevo. Travis y
yo negamos al mismo tiempo, igual de serios.
Pues yo ya pagué
quince dólares, así que no sean maricas.
Y Travis y yo volvemos a mirarnos igual de
serios, e igual de asustados.
Travis, dice por el micrófono la chica con
cinta en los pezones. Y mi amigo XL se ríe resignado y comienza a levantarse
con desgana mientras Becky lo anima. Y yo lo veo hablar nervioso con las dos chicas
del escenario mientras busco con la mirada la salida de emergencia más cercana,
cuando siento la mano de Becky sobre mi rodilla.
Van a ser los cinco minutos más largos de mi
vida.
O los más cortos.
¡¡Me lloraron mis ojitos de la risa!!
ResponderEliminarA mí también me lloraron mis ojitos, MaryCarmen... pero de dolor!
ResponderEliminarmaravillosa maravilla!!! reí como puerco en el alahambre...
ResponderEliminar(Sandra, La Miss)