jueves, 24 de noviembre de 2011

¿En qué nos parecemos?

Darina llegó a Cracovia para hacer una estancia laboral casi el mismo día que yo. Se interesaba mucho por Latinoamérica, y me contaba historias sobre su ciudad, su gente y sus costumbres. Siempre encontramos más diferencias que similitudes. Un día antes de marcharse a su natal San Petesburgo me preguntó: ¿Crees que los rusos y los mexicanos se parezcan en algo, quiero decir, en algo de verdad esencial?
No lo sé, le dije. Mentira. No sólo rusos y mexicanos. Todos, todos los pueblos del mundo nos parecemos en lo mismo:


Beslán, República de Osetia del Norte. 1 de septiembre de 2004.

Ausheva, de 9 años, está ansiosa por presentar su proyecto de ciencias en la Feria del Saber. Le acompaña su madre, Zalina Itzkayeva. La escuela está repleta de alumnos y padres de familia que han acudido a presenciar el evento. Más de 1500 personas. Las discrepancias políticas generadas por las elecciones de hace tres días se olvidan por momentos. Al menos los padres ahí presentes las olvidan. No así los 32 miembros de un grupo de separatistas radicales chechenos, quienes están a punto de tomar la escuela para hacer cumplir sus demandas. Ausheva, junto con cientos de niños más, está por experimentar la justicia en una de sus formas más atroces; una justicia mal planteada, mal entendida, mal ejecutada. Una justicia primitiva, abyecta. La única que la Historia conoce…


San Juan Ixtayopan, Tláhuac, México D. F. 23 de noviembre de 2004.

El chico no se ha portado bien últimamente. En las últimas dos semanas han mandado llamar a María 3 veces porque Carlitos se ha peleado. Es una edad difícil. El subinspector de la Coordinación de Inteligencia para la Prevención de la Policía Federal Preventiva, Víctor Mireles, sabe que no está exento de culpa; pasa muy poco tiempo con el chico, y María tiene demasiado trabajo en el puesto. Les gustaría dedicarle más tiempo a su hijo; lo han platicado muchas veces. Esperan que las cosas mejoren, y que si Víctor consigue el asenso María no tenga que trabajar más y pueda dedicarse enteramente a Carlitos. Todo esto piensa el subinspector Mireles mientras se dirige hacia la escuela primaria Popol Vuh, en la colonia Jaime Torres Bodet, donde le ha sido asignado tomar evidencias (fotografías) de la venta de droga a menores y narcomenudeo. Lo acompañan los suboficiales Cristóbal Bonilla y Edgar Moreno. Van de civiles. Esta misión es importante para Mireles; de salir airoso, podría representar el asenso. Deben tener cuidado de pasar inadvertidos. Es una zona de alto riesgo.



Lo que el chico necesita es atención, piensa Mireles mientras se acercan al lugar. No sabe –no puede saber- que nunca volverá a ver a su hijo…






Beslán, República de Osetia del Norte. 1 de septiembre de 2004.

Los terroristas se han apoderado de la escuela y han tomado como rehenes a todos los presentes. Los conducen al gimnasio. Los niños, aterrados por los primeros disparos, no entienden lo que sucede. Los padres sí; ha sido el pan de cada día del Cáucaso desde hace años: terroristas chechenos, militares rusos, y detrás de los enfrentamientos, el petróleo del mar caspio, intolerancia étnica y odios centenarios. Naturaleza humana. Algunos rezan, otros se mantienen callados y observan detenidamente a sus captores; alguien más trata de escapar con un niño en brazos y es sometido por los terroristas. Se hace un silencio absoluto en el enorme gimnasio; el único sonido es el de las botas del líder de los terroristas, mientras camina por entre la gente y observa los rostros de los niños que ahora tiene como garantía para sus demandas. Sabe que los medios de comunicación no tardarán mucho en aparecer. Sólo entones será momento de hablar. Se detiene en el centro de la duela. Pronuncia una sola palabra, y su orden se escucha claramente en todo el lugar mientras eleva su rifle Kalashnikov en señal de amenaza. Una sola palabra: Desvístanse…


San Juan Ixtayopan, Tláhuac, México D. F. 23 de noviembre de 2004.

Los tres oficiales se miran de lejos, comunicándose mediante levísimos gestos o movimientos. Están en sus posiciones, esperando que los chicos salgan para tomar fotografías de la venta de drogas. Los chicos no tienen la culpa, piensa Mireles mientras los ve salir corriendo; son una herramienta más en la cadena del narcotráfico. No entienden que para otros son meros medios para llevar el producto al mercado. No entienden de drogas, de cárteles y disputas territoriales. De oferta y demanda.

Sus cámaras son pequeñas. Deben ser discretos. Los oficiales toman las fotografías con la cámara a la altura de la cintura para no ser descubiertos. Caminan entre la multitud de padres de familia, entre vendedores de golosinas disfrazadas, entre los dealers de poca monta que ahí operan. Han obtenido ya varias imágenes. Se disponen a marcharse cuando un padre de familia repara en sus cámaras y da voces de que hay unos tipos sacando fotos a los niños. Quieren secuestrarlos, grita. Varios padres más se acercan a los sospechosos. Es el inicio de un calvario atroz para los tres oficiales; el inicio de un material triple A para las televisoras mexicanas…


Beslán, República de Osetia del Norte. 1 de septiembre de 2004.

El ejército ruso que rodea la escuela espera órdenes. Saben que hay más de mil rehenes en ese gimnasio. Una decena de cadáveres yace en las afueras de la escuela; son las víctimas del primer enfrentamiento entre rehenes y captores. Los medios han llegado al lugar y transmiten las imágenes del exterior de la escuela a todo el país. El líder de los terroristas habla por primera vez: explica que él y su grupo actúan bajo las órdenes de Shamil Basáyev, conocido caudillo responsable de varios atentados en territorio ruso; anuncia también que por cada miembro de su grupo que sea herido o asesinado por algún francotirador ruso, matarán a 20 niños, que no permitirán la entrada de alimentos, agua ni medicinas para los rehenes, y que no serán liberados hasta que sus compañeros capturados en octubre de 2002 en el atentado al teatro Dubrovka de Moscú sean puestos en libertad y el presidente Putin anuncie por televisión la independencia de Chechenia. Ausheva, en el regazo de su madre, tiembla de miedo. 
Ha visto su primer cadáver: un hombre que trató de huir y que, luego de golpear a un par de terroristas fue asesinado con varios tiros en la espalda a escasos metros de la entrada al gimnasio. Ausheva llora en silencio. Tiene miedo. Mucho miedo. Por primera vez, y apenas con nueve años, piensa que va a morir…



San Juan Ixtayopan, Tláhuac, México D. F. 23 de noviembre de 2004.

El suboficial Edgar Moreno trata de calmar los ánimos enardecidos de la multitud. Somos oficiales de policía, les explica. Estamos en una misión de reconocimiento por la posible venta de drogas. Pero la multitud no escucha. Alguien empuja a uno de los oficiales. Éste cae. Alguien más lo patea y lo insulta. Sus compañeros tratan de levantarlo y son también golpeados por agresores anónimos. En un instante se ven presas de golpes e insultos. Les gritan nuevamente que son oficiales de policía. Es inútil. El vulgo se ha erigido juez. Alguien más grita que los vio subiendo a un niño a un auto. No hay duda de que son secuestradores. Cada intento de diálogo por parte de los oficiales se responde con nuevos golpes e insultos. El pueblo está harto de que sus instituciones de procuración de justicia hagan mutis ante el crimen organizado. La justicia, la verdadera justicia, piensan, está en sus manos. Hay que lincharlos, deciden democráticamente. Eso sí que es justo…


Beslán, República de Osetia del Norte. 2 de septiembre de 2004.

Las negociaciones entre las autoridades rusas y los terroristas chechenos no pintan bien. Luego de 30 horas se han liberado apenas 26 rehenes. No hay comida ni agua para quienes aún están en el gimnasio de la escuela. El comando checheno ha colocado explosivos en el techo del gimnasio y minas antipersonales en las afueras del inmueble. Si el ejército ruso intenta una operación de rescate, como lo hizo en el teatro Dubrovka hace dos años, volarán el gimnasio con todos los rehenes dentro.

Rusia sigue tratando de negociar, pero no hay nada más qué negociar. 16 rebeldes a cambio de 1500 rehenes. Es un trato más que “justo”.

El sofocante calor acelera la descomposición de los cuerpos que yacen en las afueras. Se comienza a percibir un olor pútrido. Muchos niños comienzan a deshidratarse. Los padres y profesores suplican a los rebeldes que liberen a los niños. Ninguno de los rebeldes responde, sino que apuntan con sus armas para acallar a todo aquel que los cuestione. Incluso han matado a un par de rehenes. Ni siquiera se molestan en sacar sus cuerpos del gimnasio. Los cadáveres siempre ayudan a hacer callar a los demás…


San Juan Ixtayopan, Tláhuac, México D. F. 23 de noviembre de 2004.

En pocos minutos aquello se vuelve un infierno para los oficiales de la PFP. La multitud embravecida los golpea con saña, los patea, los insulta, los veja. Piedras, palos, botellas, manos, cualquier arma parece insuficiente para dar castigo a aquellos tres hombres. Las cámaras de televisión han llegado hasta el lugar de los hechos. El reportero se acerca hasta uno de los oficiales –está bastante maltratado, semiinconsciente, y sangra por la nariz y la boca-. Es Mireles. Logra decir ante la cámara que son elementos de la PFP y que están investigando narcomenudeo en la zona. Se identifica con su número de placa, teléfono y extensión de su dependencia. 

El reportero se hace a un lado para que continúe la golpiza. Carlitos y María, en su casa, apagan el televisor apenas 5 minutos antes de que se interrumpa la programación para enlazarse con los reporteros que cubren el linchamiento. María se enterará de que su esposo ha sido asesinado hasta varias horas más tarde. Carlitos tendrá que ayudar a su mamá en el puesto y no irá más a la escuela…



Beslán, República de Osetia del Norte. 3 de septiembre de 2004.

El fétido olor de los cadáveres llena el inmueble, aún al encontrarse varios metros fuera. El comando checheno anuncia que dejarán que una ambulancia entre hasta el patio a recoger los cadáveres, pero que no deberán intentar nada más, o de lo contrario comenzarán a matar rehenes. Luego de 50 horas sin alimento ni agua, cientos de niños desfallecen. Algunos han muerto ya. Zalina sopla sobre la perlada frente de Ausheva. Ambas están semidesnudas, como todos los rehenes. Sus labios secos y grisáceos apenas se mueven. La ambulancia se acerca a los cadáveres. Desde una ventana del gimnasio, una mujer con su hijo en brazos observa el vehículo. Vienen a rescatarnos, piensa mientras se incorpora discretamente. Sabe que su única posibilidad es llegar hasta la ambulancia. Se acerca a la puerta. Ningún rebelde repara en ella. Las puertas son viejas, bastará con empujar fuerte para abrirla. Con todas sus fuerzas la mujer arremete contra la puerta, ésta se abre y ella cae, todavía con el niño en brazos. La han visto. La ambulancia está ahí, a unos metros. Les grita, corre hacia el vehículo, y es entonces cuando pisa la mina.

Nadie sabe con certeza qué ocurre. El comando checheno piensa que se trata de una operación de rescate, y el ejército ruso cree que los terroristas han empezado a ejecutar a los rehenes, por lo que decide entrar a la escuela. Al ver a los soldados rusos acercarse, los rebeldes comienzan a disparar contra los rehenes y contra los soldados por igual. Los rehenes se encuentran en un fuego cruzado. 



Los cuerpos caen uno tras otro; el líder de los terroristas, al ver la superioridad numérica de los soldados rusos, da la orden de detonar los explosivos del techo. Ausheva no mira más la escena; esconde la cabeza en el regazo de su madre que ha muerto de un tiro en el pecho –aunque Ausheva no se ha dado cuenta-, y llora desconsolada. El gimnasio ha comenzado a incendiarse, el techo se desploma. Cientos de personas están aún adentro, a punto de quemarse vivas. Ausheva, de nueve años, entre ellas.


San Juan Ixtayopan, Tláhuac, México D. F. 23 de noviembre de 2004.

Damián Canales, director de la Policía Judicial, Marcelo Ebrard, titular de la policía capitalina y demás directores de los cuerpos policiales están al tanto de que un linchamiento se está llevando a cabo en San Juan Ixtayopan. Todos ellos envían a sus cuerpos a la zona. Nadie interviene. Las cámaras de televisión muestran a la turba encolerizada mientras los cuerpos policiales miran cómo tres elementos son brutalmente torturados. Los cuerpos de los oficiales apenas dan signos de vida. Son arrastrados de un lugar a otro tan sólo para recibir nuevos golpes. Sus ropas son harapos ensangrentados. Y mientras el dolor se hace cada vez más lejano, el subinspector Mireles piensa en Carlitos y en su mala conducta en la escuela; en María y en lo que pensará cuando se entere de lo ocurrido. Será duro para ambos, piensa Mireles. 


De algún lugar le llega un olor a gasolina. Los están rociando. Aún tiene tiempo de escuchar el sonido de las brazas, de su propia carne quemándose y de sus propios gritos.





1 comentario:

  1. Merino un texto interesante tanto en forma como en contenido. Incluso estoy de acuerdo en la tesis de que en el mundo todos los pueblos nos parecemos, pero no necesariamente en lo negativo. Basta echar un vistazo a un libro de Tolstoi o de Dostoyevski para ver que no importa a que país pertenezcas uno se identifica con las historias de amor. No importa que seas mexicano, ruso o alemán para entender la generosidad más admirable de Jean Valjean, personaje de Víctor Hugo. La solidaridad inopinada y a veces anónima de los personajes de Dikenss. Y así podría seguir citando cualidades positivas en las que nos reconocemos los seres humanos, pese a que muchas veces no las practiquemos en la cotidianidad.

    Un abrazo,

    Cuando vienes a Madrid?
    R.III

    ResponderEliminar