miércoles, 9 de noviembre de 2016

Lo mucho que duele de lejos






La actividad de la clase de hoy va sobre noticias. Los estudiantes tienen que practicar la voz pasiva y reforzar el uso de los tiempos pasados. Hablamos un poco sobre la elección presidencial en Estados Unidos, sobre las nuevas propuestas del gobierno polaco, sobre el Nobel a Bob Dylan. Al final de la clase, Monika se queda un momento y me pregunta sobre Ayotzinapa y los 43 normalista desaparecidos.

Me sorprende su pregunta, por supuesto; quizá por eso, Monika me explica que está en el cuarto año de Estudios Latinoamericanos en la Universidad Jaguelónica, y que le interesa mucho el tema de la violencia en México. Hablamos unos minutos, le cuento lo que sé, lo que pienso a grandes rasgos. 

Ella se va y yo entro a mi siguiente clase, pero durante el resto de la tarde sigo pensando en eso que he querido escribir desde hace ya más de un mes y no he podido. Sobre Ayotzinapa, sobre la marcha, sobre mi hermana Carmen.



El pasado septiembre se cumplieron dos años de la desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa. Yo estaba en México y mi hermana me llamó por teléfono y me preguntó si quería ir con ella a la marcha que se haría del Ángel de la Independencia al zócalo.

Apenas subirme al metro en la estación El Rosario, sentí un nudo en la garganta; unos cincuenta estudiantes del CCH Azcapotzalco se subieron en el mismo vagón y fueron cantando durante todo el trayecto. Chicos de 16, 17 años, cantando, gritando entre las miradas de indiferencia y hartazgo de los demás pasajeros. 

¡Con los huevitos de Peña
voy a hacerme un estrellado
para darles de comer
a los pinches diputados!

¡Con los pelitos de Peña
voy a hacerme un estropajo
para tallarme el ombligo
y una cuarta más abajo!

Me encontré con mi hermana en la estación Auditorio y fuimos caminando hasta el Ángel. Llegamos con tiempo, aún no empezaba a marchar el primer contingente. Dimos un par de vueltas por la glorieta del Ángel, viendo a los distintos grupos que iban llegando, y al poco rato empezamos a marchar, a unos cien metros de la vanguardia, al lado de un numeroso grupo de estudiantes de otra escuela rural de Guerrero.

Pancartas, consignas, gritos de ¡Fue el Estado!, ¡Fuera Peña!, ¡No quiero ser el 44!, ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos! Mi hermana y yo marchábamos en silencio, cada uno con sus temores, con sus odios, con su dolor. Cada uno a su manera.

Ella sacó de su mochila una bandera de México y se la puso sobre los hombros. La indiferencia nos afecta a todos, le había escrito con rotulador negro. Yo hacía algunas fotos, miraba los rostros, leía las pancartas. En la esquina de Reforma y Juárez nos encontramos con Karol, un amigo polaco que justamente estaba en México y quería ir también a la marcha. Seguimos hacia el zócalo, donde se había colocado un escenario para el mitin.

Y ahí estaban. Los padres de los 43 estudiantes desaparecidos. Hablaron sobre esa noche, la noche del 26 de septiembre de 2014, cuando sus hijos desaparecieron del mundo. Hablaron sobre cómo los han buscado en fosas clandestinas, sobre los intentos del Gobierno de darles dinero para que abandonen la búsqueda, sobre las contradicciones en las investigaciones oficiales, sobre las llamadas telefónicas. Con la voz quebrada, agradecían el apoyo de tanta gente, le hablaban al presidente, le hablaban a sus hijos…

Hijo, mientras no te entierre, te seguiré buscando…

Y aunque trataba de ocultarlo, al oír a esos padres algo se me quebró dentro, en el pecho, en la garganta. Vi a mi madre buscándome; vi el nombre de mi hermana entre las estadísticas de los feminicidios; vi el rostro de mi sobrino entre los desaparecidos; vi a un amigo ejecutado por no querer pagar la cuota que vienen a cobrarle Los Zetas, La Familia Michoacana, La Unión de Tepito o quien sea que controle la zona donde con mucho esfuerzo ha logrado poner su bar; vi a una amiga levantada al salir de la UVM Lomas Verdes; vi a las hijas de mi primo secuestradas en Coacalco; vi a otro amigo asesinado al visitar a su novia en Ecatepec; vi a mi padre juntando desesperado cien mil pesos para pagar el rescate de una de sus hijas, sin saber si aparecerá viva o descuartizada en una maleta como Karen Equivel o como miles de mujeres en México.

Pero no dije nada. No podía.

Sé que mi hermana no comparte mi visión de México, sé que le duele que cada vez que yo escribo estas cosas. Lo entiendo, lo respeto. Y a veces la envidio; envidio su amor por México, su optimismo, su confianza en que las cosas pueden ser mejores.

Y espero también que ella lo entienda. Aunque yo no sepa bien cómo explicárselo, cómo decirle lo mucho que me duele.


Lo mucho que puede dolerte tu país desde lejos.























miércoles, 2 de noviembre de 2016

Ruido y lluvia (contradicción #4)




Volver a esta ciudad
es sumergirme por completo
en todo el dolor
en todo el placer
a un solo tiempo

Nada me es indiferente aquí
nada puede serme indiferente

Es demasiado el ruido
la violencia
los gritos
y al final acabo huyendo

Por cada risa entre amigos, un feminicidio
por cada beso, una bala
por cada abrazo, un desaparecido

Me da miedo volver a esta ciudad
esa es la verdad

Pero ahora que te encuentro
en medio de todo el caos
algo cambia

Tu mano me lleva por calles
que siempre me he negado a ver

Los cafés del centro
son un destino perfecto para nuestras fugas
e incluso la eterna travesía al Sur de la ciudad
me sabe bien
si a mi lado viaja tu mirada

Sí, esta vez es distinto
me descubres parques y calles tranquilas
olvido por momentos el miedo
y el caos parece tan lejano
cuando me abrazas bajo la lluvia
cuando callas mi boca con tu boca

Y aunque sean solo unos días
tu haces que esta ciudad
con toda su furia
me sonría
me parezca por instantes luminosa.










viernes, 28 de octubre de 2016

Tres finales (contradicción #3)






Hace unos días te escribí un poema.

Me tomó casi una tarde,
un café y dos vodkas.

Era casi idéntico a lo que días antes
había ido pensando.

Me detuve en ciertas frases,
corregí poco,
cambié solo el cuarto verso.

Al leerlo completo,
sonreí en silencio,
porque el final era exacto...

y no lo era.


Cambié la última línea.
Ahora sí era lo que yo quería...

y no lo era.


Escribí un tercer final,
y lo mismo.

Tenía tres finales para un poema
que venía queriendo escribirte
desde hacía semanas,
y cada uno de ellos, de los finales,
cambiaba bastante el tono de todo el texto.

El primero, demasiado romántico,
el segundo, demasiado trágico,
el tercero, demasiado cínico.

Los tres finales eran tan ciertos,
pero no podía escribirlos todos.
Me tomó dos vodkas más
convencerme de que no era posible juntarlos,
mezclarlos,
maquillarlos.

Y desistí.



Quizá, por esta vez,
esta nota al pie diga más
que el propio poema.

Tres finales,
los tres ciertos,
los tres yo,
los tres tuyos.










lunes, 24 de octubre de 2016

Un día. O tres (contradicción #2)






Ojalá vinieras un día.

O tres.

Un día de octubre,
un día de enero,
y un día de junio,

y vieras cómo cambian los colores de estas calles,
cómo cambia el aire y los árboles,
el olor de los parques y los ocasos de cuento.

Ojalá vinieras un día
y bebiéramos café en Nowa Prowincja,
en Eszeweria,
en Café Szafe,
y te contara todo,
todo lo que no te dije en septiembre,
todo lo que aún no te he dicho,
y tú me dijeras, muy quedo,
que a veces no es tan malo el frío.

Ojalá un día vinieras
y habláramos hasta caer dormidos,
rodeados de esta calma que no puedo explicarte,
y entonces tú me dijeras, quizá,
que sí,
que estos colores,
esta calma y este aire
de verdad valen la pena.

O me dijeras, quizá,
que no,



que ni siquiera esto vale la pena.




Pero ojalá no vinieras,
ni en octubre,
ni en enero,
ni en junio...

...porque no sé qué pasaría.










martes, 18 de octubre de 2016

Y sonrío (contradicción #1)






He ido sabiendo
a lo largo de estos años
que allá, del otro lado del mundo
has seguido con tu vida.

En esa caótica ciudad
que ambos hicimos nuestra
tú sigues sin dejarte vencer
sigues sonriéndole incluso a los árboles
esa ciudad que a mí me aplastaba
a ti en cambio te sostiene
te ilumina
y sigue dándote alas.

He sabido también
que has hecho todo lo que has querido
que te casaste
que lo amas y él a ti
que disfrutas tu trabajo
que tu familia está bien
que saliste de aquel quirófano
mejor de lo que se esperaba.

Sé también que tú preferirías no saber mucho,
si me casé
si tuve hijos
si regresé alguna vez a esa ciudad y no te lo dije.

Quizá prefieras imaginar
pero igual te lo digo:

De este lado del mundo
en esta ciudad
puedo, a ratos, callar el ruido
hay muchos árboles
hay inviernos fríos
y otoños bellísimos
disfruto mi trabajo
paseo
sonrío
a veces escribo
me pregunto
estoy tranquilo
amo

no he pisado un quirófano en estos 13 años
mi familia está bien
he hecho casi todo lo que he querido
y a veces, incluso
siento esos ramalazos de felicidad
de los que alguna vez hablamos hace tanto.

Como ves
las cosas marchan sin pretextos

y sin embargo
a veces me sorprendo sonriendo
pensando lo bien que le vendrías a mi vida ahora

lo bien que nos vendríamos otra vez.

Y sonrío.










viernes, 16 de septiembre de 2016

Postales mexicanas III: ¡Como México no hay dos!







"Mamá, si desaparezco, ¿a dónde voy?
No lo sé, hijo.
Solo sé que si desaparecieras te buscaría entre la tierra y debajo de ella.
Tocaría en cada puerta de cada casa.
Preguntaría a todas y a cada una de las personas que encontrara en mi camino.
Exigiría, todos y cada uno de los días, a cada instancia obligada a buscarte que lo hiciera hasta encontrarte.
Y querría, hijo, que no tuvieras miedo, porque te estoy buscando.




Por tercer año consecutivo, rodeado de este orgullo patriotero que envuelve a México cada 15 de septiembre, hago un breve recuento de algunas noticias. Al igual que los dos años anteriores, basta un par de horas de búsqueda en los diarios estatales para darme cuenta de que México no cambia. En este último año –desde septiembre de 2015- he escuchado y leído decenas de veces ese sentir que caracteriza a millones de mexicanos, y casi invariablemente a los mexicanos que viven en el extranjero: que somos el mejor país del mundo, que tenemos la mejor gastronomía, el mejor clima, la gente más linda y amable, la Historia más rica, las tradiciones más bellas, las playas más paradisíacas, la cultura más admirable.

Que como México no hay dos.

Ese discurso, tan sesgado y parcial, alimenta esa falsa imagen de México en el extranjero, y aunque seguramente México no es el único país erróneamente idealizado, es el único que conozco lo suficiente, y por eso hablo de él, porque es el único país que puede dolerme como me duele. Sé bien que no todo México es Playa del Carmen, que no toda la Ciudad de México es Coyoacán, Polanco y Xochimilco, que no todo aquí es folklore y alegría. Decir México es decir narcoestado, desaparecidos, violencia, racismo, pobreza, feminicidios. Decir México es decir Tlatlaya, Ayotzinapa, Tlalmanalco, San Juan Ixtayopan. Una masacre por cada playa bonita, un crimen de Estado por cada baile regional, un desaparecido por cada plato típico que tanto presumimos.

México sigue ocupando los primeros lugares en los mismo ámbitos: desigualdad, corrupción, embarazos no deseados, obesidad infantil, feminicidios, periodistas asesinados, secuestros, asesinatos de menores. Sólo en los 4 años del Gobierno de Peña Nieto, más de 78 mil ejecutados.

Pero, ¡como México no hay dos!, gritamos con orgullo.


Al igual que los dos años anteriores, estas historias no son excepcionales, ni tampoco son las más violentas; son historias cotidianas ocurridas durante las últimas dos semanas. Historias de un país salvaje que nos negamos a ver, que incluso negamos; historias que creemos que no reflejan lo que es en realidad México.



Cuautitlán Izcalli, Estado de México, 1 de septiembre

Trabajadores del Parque Industrial Cuamatla (en el mismo municipio donde vive mi madre), reportaron  a la policía, hace casi dos semanas, dos bolsas negras cerca de la esquina de las calles Henry Ford y Lavoisier. Sabíamos que eran cuerpos humanos, dice uno de los trabajadores. A los perros no los echan en bolsas. También avisamos a los bomberos pero no vinieron, pero unos perros abrieron las bolsas y el olor ya era insoportable, así que volvimos a ir a la policía hasta que nos hicieron caso.

La policía descubre, en una bolsa, el cadáver de una mujer de unos 25 años y un bebé de meses. En la otra bolsa, el cadáver de un niño de unos 7 años. Los tres cuerpos están calcinados y en avanzado estado de descomposición, por lo que aún no se identifica quiénes son, ni por qué los mataron.
Un bebé y un niño de 7 años, calcinados, en bolsas, tirados en la calle.



Veracruz, 3 de septiembre

En los últimos 4 años, el Gobierno de Veracruz ha identificado 6 fosas clandestinas con cuerpos de personas desaparecidas. Lucía de los Ángeles García, portavoz del colectivo Solecito (un grupo formado por madres que buscan a sus hijos desaparecidos en dicho estado), informó que ellas, las madres de los desaparecidos, han encontrado, sólo en el mes de agosto y sólo en 2 hectáreas cerca del puerto de Veracruz, 75 fosas con al menos 3 cuerpos cada una.

El fraccionamiento Colinas de Santa Fe, donde se encuentran las 75 fosas, está en una zona urbana y vigilada. Las fosas fueron cavadas con maquinaria pesada. ¿Cómo se entierran más de 200 cuerpos en una zona así sin que nadie lo note?



Puebla, 7 de septiembre

El personal de limpieza de la autopista Puebla-Orizaba encontró el cadáver de un bebé recién nacido, envuelto en una manta, en medio de uno de los carriles. Los paramédicos de Caminos y Puentes Federales retiraron el cuerpo y encontraron más mantas manchadas de sangre a unos metros de la autopista. Se cree que la madre dio a luz y abandonó al bebé, y que algún animal, probablemente un perro, arrastró el cuerpo hasta la autopista, donde un auto lo atropelló, pues el bebé tenía el cráneo partido.



Putla de Guerrero, Oaxaca, 8 de septiembre

Hace dos semanas, Juana Ramírez, de 25 años, maestra de primaria, salió de su casa al trabajo. No volvió. Su esposo, Clemente Martínez, la reportó como desaparecida. Hace unos días encontraron su cuerpo flotando en el río Copala. Estaba semidesnuda y con 10 disparos en el pecho. Como miles de feminicidios en México, se desconoce al responsable y los motivos.



Xalapa, Veracruz, 13 de septiembre

Cinco cabezas humanas fueron encontradas en una bolsa a un lado de la carretera Los Choapas-Paralelos. Dichas cabezas corresponden a los 5 cuerpos encontrados el pasado 6 de septiembre a un lado de la carretera Los Choapas-Raudelas. Al ser identificados por sus familiares gracias a alguna cicatriz o a algún tatuaje, los cuerpos habían sido sepultados incompletos. Se trata de una familia completa: María de la Cruz, de 41 años; Jesús, de 42; Isidro, de 21; Rubén, de 17, y Félix, de 16.



Puebla, 14 de septiembre

Aurelio Campos, director del semanario El Gráfico de la Sierra, fue interceptado por dos vehículos en la carretera México-Tuxpan. Recibió varios disparos y murió camino al hospital. Alcanzó a mencionar el nombre de otro periodista, quien ahora se encuentra bajo protección. Aurelio había creado recientemente su propio semanario y se dedicaba a investigar casos de secuestro en la Sierra Norte de Puebla. En promedio, cada 26 días un periodista es asesinado en México.



Pachuca, Hidalgo, 15 de septiembre

Cristian, de 16 años, volvía a su casa luego de su entrenamiento de futbol. Una camioneta negra se detuvo a su lado, dos hombres lo subieron, le cubrieron la cabeza y comenzaron a golpearlo. Le cortaron el dedo meñique con unas tijeras y le dijeron que si su familia no pagaba 50 mil pesos lo matarían. Luego de casi una hora y de no poder comunicarse con la familia de Cristian, los secuestradores se dieron cuenta de que se habían equivocado de persona.
Lo tiraron medio inconsciente en ciudad Sahagún, cerca de la medianoche. Perdón, nos equivocamos, le dijeron.




Historias así pasan todos los días en este país de gente hospitalaria, amable, linda. Imagínense si fuéramos un país de gente violenta.

Es verdad.

Como México no hay dos.






















sábado, 6 de agosto de 2016

La JMJ: fe, fiesta, fanatismo






La semana pasada, durante la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), Cracovia fue una fiesta. Desde principios de año, muchos habitantes de la ciudad ya comentaban lo caótico que sería todo durante esos días, y conforme se acercaba la fecha, las conversaciones se intensificaban.

Yo no quiero estar aquí a finales de julio. A ver a dónde me voy esa semana. ¿Y si hay un ataque? No, no, yo me voy fuera de Cracovia. Dicen que vendrán dos millones de peregrinos. No, yo escuché que tres millones. ¿Y si pasa algo? Dicen que habrá controles policiales para pasar por el centro. Sí, y sólo si demuestras que vives o trabajas ahí te dejarán pasar. O si eres un peregrino. Y además, una semana antes hay una cumbre de la OTAN en Varsovia, es el momento perfecto para los terroristas. Pues yo ayer leí que todas las avenidas alrededor del centro estarán cerradas y van a ser estacionamientos para los autobuses que traen a los peregrinos que se quedan fuera de la ciudad porque todos los hoteles ya están a reventar y hay algunos que van a dormir a 50 kilómetros de aquí porque la verdad es que la ciudad no está preparada para recibir a tanta gente y hasta vinieron a mi edificio a preguntarnos si podemos acoger a algunos peregrinos y bla, bla, bla.

Pero a pesar de toda la paranoia, Cracovia fue una fiesta. Al principio yo también pensé en escapar de la ciudad, como muchos, pero luego pensé que sería una excelente oportunidad para entender un poquito mejor qué es todo este rollo de la JMJ.

Decidí quedarme. Decidí pasar todo el tiempo posible en el epicentro de la horda, y debo decir que fue una experiencia única.

La ciudad se transformó; como por arte de magia los habitantes de Cracovia desaparecieron, incluidos los famosos kurwa boys: la juventud polaca ultranacionalista más radical, rapados, con poco cuello y un florido vocabulario, y que están en contra de todo lo que no sea auténticamente polaco: los inmigrantes, la Unión Europea, los homosexuales, los refugiados, el peligroso y maligno Islam que amenaza con desevangelizar la tierra del magnánimo Juan Pablo II. Se hubieran vuelto locos, porque durante una semana Cracovia estuvo llena de banderas y de gente de todos colores hablando en distintos idiomas.

Yo me propuse observar con detalle qué es lo que hacen dos millones de católicos de todo el mundo cuando se juntan. Pasé horas deambulando entre las masas, yendo a conciertos cada día, hablando con cuanto peregrino pude, escuchando al papa, preguntando, leyendo las homilías que no pude escuchar en vivo, todo entre cantos de ¡Es-ta-es-la-ju-ven-tud-del-pa-pa!

Pero detrás de todo ese buen humor, amabilidad, sonrisas y ambiente carnavalesco, también me fui enterando de otras cosas: supe de su propia boca que hubo peregrinos que pagaron hasta 200 euros y voluntarios que pagaron 100 dólares (sí, los voluntarios tuvieron que pagar para ser voluntarios); eso incluía el transporte en la ciudad, comidas, seguro médico y un kit del peregrino (materiales religiosos-informativos y otros productos imprescindibles para la JMJ, dice la página de Internet). Curiosamente, la gente que hospedó a algún peregrino en su casa no recibió un solo peso. La Iglesia, perdón, la casa, nunca pierde.

Leí también en la página oficial de la JMJ, que la Arquidiócesis de Cracovia –organizadora del evento-, pedía donaciones, entre otras cosas, para Las Vestiduras Sagradas, es decir, para la confección y manufactura de la ropa que llevarían los miles de sacerdotes y mil de obispos (sic) y cardinales (sic) que vendrían a Cracovia. Desconozco dónde fueron hechas dichas vestiduras sagradas; si fueron hechas por niños de Bangladesh o El Salvador que ganan un dólar al día. Si fue así, pues nada, hay que entender que la Iglesia está en crisis.

Hablé también con un cura polaco que vivía en República Dominicana, pero me pareció que se molestó un poco cuando, después de escucharlo hablar diez minutos sobre el amor de Jesús, le pregunté qué opinaba sobre la suspensión del juicio de Józef Wesołowski, arzobispo polaco y nuncio apostólico de ese país caribeño, acusado en 2013 de abuso sexual de menores y posesión de pornografía infantil, y quien pasó sus últimos años viviendo plácidamente en el Vaticano, evitando así la extradición y los procesos penales en su contra, y sin enfrentar juicio alguno debido a su delicado estado de salud. El cura polaco me aseguró que dichas acusaciones eran falsas, como bien se podía comprobar en una carta que Wesołowski escribió antes de morir. Sería ilógico que un hombre mintiera cuando sabe que está ante los ojos de Dios, me dijo antes de levantarse e irse bastante serio.

A casi todos los peregrinos con quienes hablé les pregunté más o menos lo mismo: ¿Cuál es tu postura sobre el aborto, sobre los matrimonios homosexuales, sobre el uso de anticonceptivos? Y sobre todo: ¿Qué opinas sobre los refugiados?, ¿crees que Europa debería recibirlos?, ¿crees que hay algún tipo de obligación histórica o ética con quienes buscan una vida mejor?

Bueno… no es que no queramos recibirlos, pero…

Yo no soy nada racista, pero…

Yo sé que hay mucha gente que viene con buenas intenciones, pero…

Es que su cultura es muy diferente. Es que no van a poder adaptarse. Es que si vienen van a querer cambiarnos. Es que ellos no respetan nuestro modo de vida. Es que no van a ser felices aquí. Es que si cedemos un poquito van a querer más. Es que no podemos estar seguros de quiénes son los que vienen.

Oye –decía yo-, pero ayer, en su primer discurso de esta JMJ, el papa les dijo, especialmente a los polacos, que hace falta disponibilidad para acoger a los que huyen de las guerras y del hambre; solidaridad con los que están privados de sus derechos fundamentales, incluido el de profesar libremente y con seguridad la propia fe.

No me queda muy claro qué sentido tiene gritar todo el día que ésta es la juventud del papa si no estás de acuerdo con lo que dice el papa.

Bueno, sí, pero…



Otra experiencia notable fueron los conciertos. Aunque más que ver los conciertos, veíamos al público: sacerdotes, monjas y peregrinos cantando al unísono alguna canción de reggae católico, muchísimos de ellos en estado casi hipnótico, con los brazos al cielo, o con los ojos cerrados o al borde de las lágrimas, algunos como si estuvieran experimentando una verdadera epifanía.

Yo entiendo perfectamente ese grado de fanatismo –dijo la novia de un amigo-, yo me pondría igual si hubiera visto en vivo a Led Zepellin.


La estatua del poeta Adam Mickiewicz, en la plaza central, se convirtió en el centro de las identidades nacionales. A cualquier hora había ahí algún grupo de peregrinos enarbolando banderas, cantando sus himnos y toda clase de versos patrióticos. ¡Vive la France! ¡México, México, ra ra ra! ¡Yo soy español, español, español! ¡Ar-gen-tina, Ar-gen-tina! ¡Polskaaaaaa… Biało-Czerwoni! ¡Chi Chi Chi, Le Le Le, Viva Chile!

Y allá fuimos a subirnos un par de amigos y yo, a los pies de la estatua del poeta Mickiewicz, entre una masa de chilenos y portugueses que se desgarraban la garganta por cantar el nombre de su país más alto que el otro. Cuando se está en medio de un grupo de apasionados de cualquier cosa, hay que hacer lo mismo si se quiere pasar inadvertido, así que ahí estábamos cantando también los tres ateos. A uno de mis amigos se le ocurrió tomar la batuta de la horda y mezcló el cántico de yo soy español, español, español con la palabra cristiano, y empezó a alentar a la masa. A los 30 segundos mi ateo amigo dirigía un coro de más de cien voces al ritmo de ¡Yo soy cristiano, cristiano, cristiano! ¡Yo soy cristiano, cristiano, cristiano!

Tanto nos metimos en el papel de infiltrados que no nos dimos cuenta de que las banderas chilenas y portuguesas habían desaparecido y la estatua de Mickiewicz se había ido llenando de jóvenes polacos muy particulares. Los gritos se tornaron más agresivos y apasionados, y los tres ateos estábamos de pronto ahí arriba rodeados de kurwa boys –eran los primeros que veíamos en el centro de Cracovia en toda la semana-. Tratamos de seguir sus cantos, pero cuando el líder del grupo, con la cara roja del esfuerzo de cantar, gritó como un poseso ¡Ja pierdolę, śpiewajcie głośniej, kurwa! ¡¡PolskAAAAAA… Biało-Czerwoni!! decidimos bajarnos.


Fanatismo religioso y nacionalismos. La combinación perfecta.



De lo que dijo el papa en sus homilías y de cómo los católicos interpretan sus palabras, de la historia y del sentido más profundo de las JMJ, no pude recabar mucha información. Pero me compré un azulejo bien bonito.





jueves, 28 de julio de 2016

Última parte: El regalo






Volví de España con un muy buen sabor de boca (y de ojos y de oídos). Me bebí todo el vino que se me atravesó, me deleité con infinidad de tapas y mariscos, descubrí nuevos rincones de Madrid, me enamoré del acento gallego –y de una que otra gallega-, visité una iglesia transformada en discoteca en Toledo, y también me traje un par de recuerdos: una botella de patxaran (exquisito elixir dionisíaco que nunca había probado), el libro de Luisgé Martín que me regaló Ramón y la nueva novela de Pérez-Reverte, Hombres buenos. A Izabela le traje, obviamente, el libro de Amarna Miller, y otro que consideré muy adecuado para que practicara su español, que ya es bastante bueno: Vamos a follar hasta que nos enamoremos, de la poeta murciana Ana Elena Pena.

Pero el mejor regalo –creo- fue el que le traje a Jairo, mi amigo colombiano que estaba por casarse. Como lo comprobé en la última reunión de The dead poets society cracoviana, mi amigo conocía bastante bien la obra de Amarna Miller, no sólo la audiovisual sino también la literaria; también seguía muy de cerca su activismo en cuestión de porno cultural o porno ético o porno feminista o como sea que se llame, sus posts sobre defensa de los animales, sobre educación sexual, sobre equidad de género, sobre arte, poesía, etc.

En algún apartado de la página oficial de Amarna Miller (la cual sondeé, antes de ir a España, con fines exclusivamente de investigación), había leído algo así como “videos por encargo”, y aquella noche de la degustación de vinos, mientras la veía mezclándose entre los invitados, hablando y riéndose con todos, se me ocurrió la idea y se la dije directamente. Amigo colombiano que se casa, te admira mucho, y blablablá. Ella me explicó en general los detalles importantes. Pueden ser cinco, diez, treinta minutos, lo que tú quieras; el precio depende si quieres que haya un desnudo integral, si quieres que haya sexo. No, no, sexo no, es sólo un video de felicitación, dije yo. Bueno, y dime algo más de tu amigo, ¿algo en especial que le guste? Pues es colombiano, se acaba de mudar a Cracovia, su futura esposa es polaca, le gusta la literatura, el punk en todas sus formas, Star Wars… Perfecto, pues tengo una lencería muy sexy tipo princesa Leia, igual le digo a Amber, una amiga también actriz, que me ayude con la cámara, y hacemos todo en plan muy tierno pero sexy, buenos deseos, besitos, baile, ¿algo así, qué te parece? Nunca me han pedido un video así, pero me parece genial la idea.

A Izabela le encantaron los libros –Vamos a follar… y el de Amarna, dedicado para Una querida lectora polaca-, y estaba fascinada con la historia de cómo la conocí y me pedía que se la contara una y otra vez; mandó imprimir la portada y la dedicatoria y la puso en la puerta de El gato nocturno, y le escribió un mensaje de agradecimiento en su página de Internet. Mi novia no se lo tomó tan bien: ¿Y qué, luego te fuiste a cenar con la actriz porno esa? Cómo crees, le decía yo. No, claro que no estaba desnuda en la presentación de su libro. No, no escribe sobre cómo folla. No, no le puedes pagar por sexo a una actriz porno así como así. No, no se me pasó por la cabeza (bueno, su hubiera sido Stoya Doll tal vez, bromeaba yo). No, eso tampoco.

Andrés ya no iba a los speed dating porque desde hacía dos semanas tenía novia (a quien obviamente había conocido en un evento), pero sí iba de vez en cuando a la sex shop de Izabela a suplirse de lo que hiciera falta. The dead poets society volvió a reunirse con regularidad después de la pause de fin de año, aunque yo no comenté nada de mi encuentro con Amarna Miller.

Una semana antes de la boda, recibí un correo de Amarna con una clave para descargar el video desde un sitio de archivos encriptados.

¿Qué clase de pregunta es ésa que están pensando? ¡Por supuesto que vi el video! Tenía que asegurarme que Amarna, motivada por la situación de felicitar a mi amigo colombiano, no se hubiera puesto demasiado “creativa”. Luego de unos segundos, Amarna aparecía con un ajustado vestido con motivos de Star Wars. Hola Jairo, comenzaba. El resto queda entre Jairo, Amarna y yo. Y no, no lo voy a subir al blog.

Sé que mi amigo agradeció el detalle, y su ahora esposa, que es a toda madre y conoce bien el carácter latino, no lo tomó tan mal como yo temí por momentos. Ahí quedó la historia de este raro regalo de bodas; le escribí a Amarna agradeciéndole. Si se casa otro amigo tuyo, o hay algún cumpleaños, dime. Amber y yo nos divertimos mucho haciéndolo, me respondió.

Unos meses después de la boda de Jairo, pasaron tres cosas que yo ya veía venir (no, eso no; mi amigo sigue felizmente casado): Aneta y yo rompimos aunque en muy buenos términos, Izabela finalmente nos presentó a una novia más o menos formal, y un miembro de The dead poets society propuso tres autoras para elegir nuestra siguiente lectura: Sasha Grey, Stoya Doll y Amarna Miller.

Y pasó una cuarta que yo no veía venir: recibí una notificación del sitio de archivos encriptados. 

Estimado usuario, le recordamos que si no descarga su archivo en los próximos siete días, se eliminará permanentemente de nuestro sitio y no podrá recuperarlo. Si desea conservar su archivo seguro y sin descargar, únase a los usuarios premium.

¿De qué archivo me estaban hablando? El video de felicitación de Amarna había sido descargado y estaba ahora en manos de mi amigo. Aun así fui al sitio e introduje la clave que había recibido meses antes. Se me entornaron los ojos al ver que había un segundo archivo sin descargar.

Es el detrás de cámara  y algunos bloopers. Confirmo que sí es Amber Nevada quien ayudó con la cámara. Es un amor, la Miller. 


Hola Álex, comienzan diciendo...













domingo, 24 de julio de 2016

Tercera parte: Una charla con Amarna Miller






Era noviembre cuando Izabela me habló por primera vez de Amarna Miller (después, a mi regreso de España, hablaríamos mucho más sobre ella). Yo planeaba entonces mis vacaciones de diciembre, y puesto que algunos amigos que radican en Cracovia irían a España a visitar a sus familias, me invitaron a pasar unos días con ellos, en Galicia, en Toledo y en Ciudad Real. Decidí que también pasaría unos días en Madrid, donde me recibiría Ramón, un amigo mexicano que lleva ya más de la mitad de su vida en la capital española, y que las dos o tres veces que he estado en esa ciudad, es mi guía y mi puerta al descubrimiento de los distintos Madriles: el de Sabina, el de Alatriste, el de Max Estrella, el de Luis Candelas, el de las riñas Góngora-Quevedo. Ramón es un excelente guía literario de la ciudad, y obviamente sería mi puerta al Madrid de Amarna Miller.

Un par de semanas antes de mi viaje, hice un primer sondeo –con fines exclusivamente de investigación- de la tal Amarna. Días después, durante la informalmente bautizada The dead poets society cracoviana, donde un español, un colombiano y un mexicano nos reunimos cada dos semanas para hablar de literatura (aunque también del desgobierno polaco, de la crisis de los refugiados, delprecio de los tomates y del vodka, etc.), deslicé el nombre de la actriz entre mis contertulios. Yo había descubierto ya que la tal Amarna, además de actriz porno, era también directora, productora, activista, con un grado en Historia del Arte y guía ocasional en el Museo Nacional del Prado. Mis dos cofrades, a diferencia de mí, ya conocían la reciente pero extensa obra de la Miller.

-Amarna Miller, cómo no, la nueva cara del porno feminista, aunque a ella no le gusta mucho la etiqueta –dijo el colombiano-.

-Claro, que en España no sólo se hacen guarradas estilo Lucía la Piedra –agregó el español.

-También ha escrito un par de cosas interesantes –volvió el colombiano-, tiene un libro de relatos y poesía, Manual de psiconáutica, con ilustraciones y fotografías hechas por ella, y con prólogo de Nacho Vigalondo.

-Un poco más que interesantes, diría yo –agregó el español-. Y en su blog también tiene algunos relatos muy buenos, no como los bodrios que escribe Sasha Grey. Ésa sí que se dedique sólo a actuar, que en eso nadie la supera.

-También trabaja mucho con la directora Erika Lust, y tienen una campaña muy fuerte sobre porno ético. Es increíble la Amarna, toda una caja de sorpresas.

The dead poets society no se volvería a reunir hasta más de un mes después -pues tanto el español como yo nos iríamos de Cracovia, y el colombiano estaba por casarse y andaba muy apurado organizando los últimos detalles de su boda-, pero durante aquella última reunión del año me nutrí de valiosa información sobre la actriz y escritora madrileña.



Madrid ha sido siempre un deleite en compañía de Ramón. Tabernas, callejones, librerías. Durante mi estancia, mi amigo me descubrió nuevos rincones del Barrio de las Letras, me contó nuevas historias de ese Madrid literario que tanto le apasiona, me mostró y explicó cuadros del Reina Sofía que pasan casi desapercibidos, y por supuesto, me llevó a bares en Lavapiés y Malasaña que son tan cutres que resultan encantadores. Entre tapa y tapa le pregunté si conocía a Amarna Miller, actriz porno y escritora.

-Miller, Miller… me suena haber leído su nombre hace poco en un cartel…

-También da visitas guiadas en El Prado, ya sabes, algo así como una interpretación erótica del arte, pero cuesta 300 euros.

-¿300 euros? ¿Incluye…?

-No, no incluye nada. Lo dice muy claro en la página. Supongo que todos preguntamos lo mismo.

-Pues nada, te tendrás que conformar con lo que hay en la red. Por cierto, hablando de literatura y mujeres fatales, recuérdame al llegar a casa que te dé un libro que tengo para ti.




La mujer de sombra, de Luisgé Martín. Esa fue la novela que Ramón me regaló esa noche. Una increíble historia de envilecimiento, morbo y humillación que transcurre en un Madrid oscuro y perverso. Pasé toda la mañana del día siguiente leyendo con avidez el libro. Me encontraba en una terraza de La Latina e iba ya casi por la mitad del libro cuando Ramón me llamó.

-Álex, te tengo una excelente noticia. Ya recordé dónde leí el nombre de la tal Amarna Miller: en un cartel en la librería Tipos Infames, y resulta que hoy a las 8 pm hay una charla con ella, creo que va a presentar la segunda edición aumentada de su libro, o va a hablar de porno y feminismo, no sé bien, y después hay una degustación de vinos, también con ella. La cosa es que es con boleto, y ya están agotados, pero el dueño es un ex compañero mío del doctorado, le llamé y me dijo que puede darte uno pero lo tienes que ir a recoger antes de las 3 a su oficina, que está en la calle Carretas. ¿Dónde estás?

-No mames, Ramón, ¿neta? Va, ahorita le caigo a su oficina. Estoy en La Latina.

-Pues está a 10 minutos de ahí, al lado de la Puerta del Sol. Y la librería está en la calle de San Joaquín, en Malasaña, por donde estuvimos anoche. Si puedo yo llego más tarde, te pego un toque.

Fui presto y raudo a la calle Carretas, y a las 8 en punto estaba a la entrada de Tipos Infames.




Izabela tenía razón: todo un amor, la Miller. La charla fue amena. Éramos, a lo mucho, 30 personas. Hubo preguntas, risas, poesía erótica, debate, firma de libros. Pasamos después a la degustación de vinos. Amarna iba de aquí para allá, hablaba con unos y con otros, saludaba a algunos amigos, recibía abrazos y cumplidos. Me presenté, y estaba a punto de decirle lo mucho que apreciaba su obra cuando ella miró el libro que yo llevaba en la mano.

-La mujer de sombra, joder, qué buena novela. Me encanta el personaje de Julia. Lo que la desconfianza le puede hacer a un hombre, ya te digo. ¿Has leído Los Oscuros, del mismo autor?

-No, esto es lo primero que leo de Luisgé Martín.

-Y espera que llegues al final. Es brutal.

Otro chico se nos unió y comentamos un par de cosas más del autor de La mujer de sombra. Amarna fue a hablar con un par de chicas de un colectivo feminista de Bilbao que le tenían una propuesta. El vino se fue acabando y algunos asistentes se fueron yendo. En un momento la Miller se quedó sola, y fue entonces cuando se me ocurrió la idea. Me acerqué y sin más se la expliqué.


-Joder, me encanta la idea. Claro que lo podemos hacer. Pueden ser 5 minutos, o lo que tú quieras que dure, tú me dices qué quieres exactamente o me dejas que yo improvise un poco, pero por lo que me cuentas se me están ocurriendo un par de cositas lindas. Mira, hacemos esto: apunta mi correo y mándame los detalles, ¿te parece? 









                                                                                                                                       (continuará)










miércoles, 13 de julio de 2016

Segunda parte: Cracovia para cachondos






Por un momento pensé que no había entendido bien la pregunta de esa mujer que tenía frente a mí por primera vez. Me quedé mirándola un par de segundos, eligiendo cuidadosamente lo que iba a decir a continuación.

-¿Qué tanto te gusta el sexo y el porno? –había preguntado Izabela. Y me miraba.

-El sexo y el porno… -repetí tratando de ganar tiempo-. Pues… lo normal.

-O sea, mucho –agregó Izabela, guiñándome un ojo.

-Más que a ti, eso seguro –respondí pícaro también, tratando de seguirle el juego.

-No. Te puedo asegurar que no te gusta más que a mí –dijo mientras sacaba una tarjeta y la ponía sobre la mesa. Sex shop. Juguetes y entretenimiento erótico, decía.

Su tienda se llamaba El gato nocturno, y estaba en la calle Dietla, que divide el centro histórico del barrio judío. Me contó que había mandado al diablo su trabajo en una multinacional, que había comprado la tienda hacía un par de meses, y que al enterarse de los speed dating, pensó que sería un buen lugar para promocionarse. Yo le conté que mi novia era la organizadora del evento, y que quizá podrían trabajar juntas, haciéndose publicidad mutuamente. Al igual que yo, Izabela no estaba ahí para participar realmente en el speed dating; yo estaba ahí de relleno y ella para buscar clientes.

Al terminar el evento, Izabela y Aneta hablaron sobre sus respectivos negocios, y decidieron que en realidad podría ser una buena idea colaborar juntas; Izabela asistiría a los speed dating para promocionar su tienda, y a su vez anunciaría los próximos eventos de Aneta en El gato nocturno. El hecho de que la mayoría de clientes de Izabela fueran hombres podría ayudar a que por fin hubiera el mismo número de participantes de ambos géneros en los eventos de Aneta.

Así fue como mi papel de carne de cañón en los eventos de mi novia terminó. Izabela se encargó de que nunca más faltaran hombres, así que yo sólo llegaba al final de los eventos, o nos reuníamos los tres para tomar algo en algún bar. Hicimos muy buena amistad con Izabela, quien nos mostró toda una nueva gama de bares donde se vende excelente vodka casero, barato y de sabores que yo nunca había probado; lugares sórdidos y ocultos –aún en el centro de la ciudad- a los que no se llega si no es por recomendación de alguien. Izabela conocía todo el submundo cracoviano, el lado B de esta católica ciudad, la encantadora y sexual decadencia del hogar del inmaculado papa Juan Pablo II.

Y ahí había un inmenso público cautivo al que Aneta nunca había accedido

Como a menudo ocurre cuando nos reunimos algunos amigos que además somos profesores de español, Izabela y Aneta siempre terminaban hablando apasionadamente del trabajo. Yo practicaba mi polaco, descubría nuevos vodkas y bares y aprendía vocabulario útil. Ellas se enfrascaban en conversaciones sobre cómo potenciar El gato nocturno y los speed dating  (Aneta decidiría poco después registrar la empresa con el nombre de Krak-Love). Dos mujeres emprendedoras dedicadas al negocio del amor y el sexo en Cracovia.

Ambas empresas, aunque pequeñas, se fueron para arriba. Empezaron a organizar más eventos temáticos, además de los que Aneta ya organizaba: speed dating para ateos, para infieles, para adictos al sexo, para estudiantes de Erasmus, para toda clase de cachondos. Había descuentos en El gato nocturno para quienes se hubieran conocido en un speed dating de Krak-Love, o descuentos en Krak-Love para quienes compraran ciertos productos en la tienda de Izabela, o para los clientes frecuentes; había premios para el chico y la chica con más matches, etc.

Un día Izabela llegó muy contenta y nos contó que le había llegado toda una nueva línea de productos eróticos y juguetes sexuales de una conocida marca alemana. A decir verdad, cuando vi el catálogo me parecieron sacados de una película de ciencia ficción, pero me sentí mejor al ver que Aneta tampoco entendía a la primera cómo funcionaban ciertos juguetitos. Es asombroso lo que ha avanzado la tecnología sexual.

-Aún no se conocen mucho en Polonia -nos dijo Izabela-, pero seguro que podemos organizar algún evento para promocionarlos. Esto es el futuro del erotismo. De hecho, es la marca que usa y promociona Amarna Miller.

-¿Quién es Amarna Miller? –le pregunté, aunque sospechaba ligeramente la respuesta.

-La mejor actriz española del momento –respondió Izabela.

-Actriz…

-Obvio, actriz porno. ¿No la conocen? La ganadora del premio Ninfa 2015, y nominada a los AVN. Todo un amor, la Miller. Y una bestia también… ¿No? ¿Porno y cultura? ¿Porno ético? ¿No, no les suena nada? Bueno, Álex, tu que vas a España estas vacaciones, tienes que ir al Prado, a veces ella da visitas guiadas, bueno, son visitas con un toque erótico. Si ahora que vas está por ahí, haz la visita y me cuentas, que yo fui dos veces el año pasado y ella estaba rodando en Estados Unidos. Ah, por cierto –agregó sacando un paquete de su bolso-, tienen que probar estos aceititos.


Ese domingo escuché por primera vez el nombre de Amarna Miller.


Un mes después –aunque yo ni lo esperaba ni lo imaginaba- la conocería en Madrid.



Y le pagaría 50 euros.




                                                                                                                            (continuará...)











jueves, 30 de junio de 2016

Primera parte: Cracovia para católicos






La primera vez que le pregunté a Aneta a qué se dedicaba, me dijo simplemente que organizaba eventos. No pregunté más, pero unas semanas después, cuando empezamos a salir, me pareció curioso que sólo trabajara un par de horas los fines de semana; que sus eventos fueran sólo los sábados y domingos por la tarde. Así que le pregunté de nuevo.

Organizo eventos de speed dating –me dijo.  Ya sabes, diez o veinte chicos y chicas que buscan pareja, hablan unos minutos con cada participante, luego eligen si alguien les interesa, y yo hago un poco de cupido, los pongo en contacto cuando las dos personas están interesadas.

-Órale, qué bien -le dije. ¿Y da para vivir?

-Pff, te sorprenderías de la cantidad de gente que se inscribe. Últimamente estoy dándole un giro más… temático, porque la gente me lo pide. Además de los tradicionales, ahora también hago speed dating para vegetarianos, para católicos, para rockeros, para amantes de los gatos. El boom de Tinder me jodió un poco hace tiempo, pero la verdad es que aún hay mucha gente que lo prefiere a la antigua, hablar frente a frente. Y sí, da bastante para vivir.

Me fue fácil imaginar cómo sería un speed dating de rockeros; la conversación iría de lo general a lo particular. Hablarían primero de sus bandas favoritas, luego de sus cantantes o discos, después de los mejores guitarristas –y de los mejores solos de esos guitarristas-, finalmente de algún momento de algún concierto específico o de alguna versión rara de una canción que sólo fue tocada un par de veces. Me quedé pensando también cómo sería un speed dating para vegetarianos, o para católicos; si las dos personas, recién conocidas, hablarían de su pasaje favorito de la Biblia, o de su apóstol más admirado, o de la grandeza de Juan Pablo II; los vegetarianos más radicales, tal vez, despotricarían contra los insensibles devoradores de carne, o intercambiarían trucos culinarios.

El domingo siguiente Aneta me llamó a eso de las 11 am. ¿Tienes planes para esta tarde? No, le dije aún medio dormido, pero tú tienes evento, ¿no?  Sí, por eso te pregunto, mira, necesito que me ayudes, me faltan dos hombres para el evento de hoy, al final siempre hay más mujeres inscritas que hombres, por favor tráete a un amigo y vengan a las 6 pm. Ahora te mando la dirección. ¿Puedes? Genial, muchas gracias, besos.

Le llamé a Andrés, un amigo español que, como muchos estudiantes de Erasmus, vino a Polonia hace unos años y se enamoró de una polaca, luego de otra y luego de otras hasta que ya nunca se fue de aquí.

-A ver, tío –me dijo muy serio cuando le expliqué la situación-, ¿que tu novia organiza estas cosas de speed dating y le faltan hombres? ¿Y quiere que vayamos así como así, para usarnos como un miserable trozo de carne y echarnos a las fauces de 20 leonas?

-Pues sí, más o menos. ¿Vienes o no?

-Joder, tío, qué pregunta. Dame la dirección.

Y así empezó toda la aventura de los speed dating que terminó en Amarna Miller, pero a eso llegaré después. Andrés y yo llegamos al sitio –un bar muy popular en el barrio judío que cuenta con una enorme sala para fiestas y eventos-, y Aneta le explicó a Andrés la dinámica: 4 minutos con cada persona y a cambiar de mesa, al final entregas una hojita con tus observaciones, y si alguien a quien elegiste te eligió también, los pongo en contacto. Después me miró a mí: bueno, tú no participas realmente, sólo finge un poco y haz como que no nos conocemos. Muchas gracias, chicos, aquí están las hojitas con los nombres de las 20 chicas y el orden de las mesas.

Yo sólo tengo una pregunta –le dije a Aneta-. ¿Éste es de los normales o es para católicos? Porque me estudié todas las encíclicas de Juan Pablo II. No, no, es de los normales, me dijo mientras me echaba casi a empujones a la sala.

Andrés salió de ahí con una enorme sonrisa. Joder, macho, yo pensaba que esto estaría lleno de gente medio rara, pero estaban de toma pan y moja. ¿Cuándo organiza tu novia el siguiente?

Aneta terminó de organizar sus cosas y se reunió con nosotros en la barra cuando todos ya se habían ido. Gracias, chicos, me han salvado el evento. Les invito una cerveza.

Sobra decir que desde ese domingo Andrés se volvió un asiduo contertulio de los eventos de Aneta, y como era verdad que constantemente había más mujeres inscritas que hombres, yo también terminaba fingiendo participar. Era raro estar ahí respondiendo las mismas preguntas una y otra vez, así que puestos a fingir, decidí ir cambiando de respuestas con cada persona. A veces respondía que era de Honduras, de Chile, de Paraguay, de Tijuana o de la Patagonia; a veces decía que había venido a Polonia buscando a un bisabuelo gitano, o huyendo de la crisis, o engañado por una empresa fantasma que me había estafado y me había dejado botado en un pueblo de Silesia. A veces quería decir la verdad: en realidad estoy aquí porque mi novia es la organizadora pero casi siempre le faltan hombres y me usa a mí de relleno.

Un día le dije muy serio a Aneta: Ya está, si me vas a seguir usando como relleno, quiero ir a uno para católicos y a uno para gente de negocios, que tengo mucha curiosidad.

Y tal como yo lo había pensado, de todas las farsas que hice para el negocio de mi novia, la de católicos fue la más interesante; hablamos, obviamente, de Juan Pablo II, del papa argentino, del nuevo gobierno polaco, de las falsas acusaciones de pederastia contra el arzobispo Józef Wesołowski (que en paz descanse); criticamos la falta de valores católicos en los jóvenes, condenamos la legalización de la marihuana, el aborto en cualquiera de sus formas y los matrimonios homosexuales, que van en contra de La Palabra; mostramos nuestra preocupación ante la creciente ola de inmigrantes que vienen a Europa (tú no, tú eres diferente -me dijeron en todas las mesas-, tú no eres musulmán) y que seguramente querrán atacarnos durante la Jornada Mundial de la Juventud.

Y así en cada mesa.

Realmente es muy buen negocio y da muy bien para vivir. Andrés siguió yendo a casi todos los eventos, y empezó a llevar a un amigo o a otro, así que mi participación como relleno se hizo más esporádica. Además de aquella experiencia del speed dating para católicos, no hubo nada más digno de contarse, hasta que un día, en un evento de los tradicionales, se sentó frente a mí Izabela, con su sonrisa pícara y sus penetrantes ojos negros, y en lugar de preguntarme lo típico, como de dónde eres, o por qué estás en Polonia, me soltó su primera pregunta mirándome a los ojos e inclinándose ligeramente sobre la mesa, hacia mí:


¿Qué tanto te gusta el sexo y el porno?