martes, 29 de septiembre de 2015

El balcón vacío de Grażyna






Los golpes en la puerta me despertaron a las 2 de la madrugada. Esperé unos segundos para estar seguro de que había oído bien. Sí, alguien estaba golpeando mi puerta. Me levanté y caminé despacio, pensando que quienquiera que fuese, había podido abrir la puerta del edificio y había subido hasta el último piso… ¿para qué? Mire por la pequeña rendija de la puerta y vi la del departamento de mis vecinas, justo enfrente, abierta y con la luz encendida. Escuché voces de mujer. Más bien gritos, y abrí la puerta.

Vivo en el quinto piso, el último, de un edificio viejo, sin elevador. Frente a mi puerta hay otro apartamento donde viven dos hermanas; dos mujeres polacas que deben de tener casi 80 años. Después de dos años viviendo aquí, encontrándome con ellas cada dos o tres días en las escaleras o en el mercado del barrio, lo único que he conseguido es que a veces me respondan cuando digo Dzień dobry (buenos días). No sé de qué dependa que a veces me respondan con una fingida sonrisa, a veces sólo muevan la cabeza y a veces simplemente pasen de largo como si yo no estuviera.  A eso se había limitado mi relación con mis dos únicas vecinas, hasta que un día escuché golpes en mi puerta a las 2 de la madrugada.

Abrí la puerta. Una de mis vecinas, creo que la mayor, gritaba pidiendo ayuda y se asomaba por el cubo de la escalera, esperando que alguno de los vecinos de abajo se despertara y subiera. Con mi macarrónico polaco, le pregunté qué pasaba, aunque el miedo en su rostro evidenciaba que algo andaba muy mal. De todo lo que ella dijo en polaco entendí tres palabras: hermana, hospital, ayúdeme.

Entré a su departamento y la fui hasta la habitación. La mujer estaba tirada en el suelo, boca arriba, en camisón, rígida como una tabla y con los ojos muy abiertos y la mirada perdida en el techo. Se había orinado encima, y preguntaba una y otra vez ¿dónde estoy?

Pusimos una pequeña almohada bajo su cabeza, volví corriendo a mi habitación por mi teléfono, marqué el número de emergencias y se lo tendí a mi vecina para que ella explicara qué había pasado. Supe entonces, al escucharla hablar por teléfono –y después de dos años de ser vecinos- que la mayor, la que hablaba por teléfono en ese momento, se llamaba Elżbieta, y la menor –la que estaba tendida en el suelo, Grażyna. Su apellido, creí escuchar, terminaba en owska

La ambulancia llegó unos 15 minutos después, y durante ese tiempo no hubo mucho que pudiéramos hacer. Mi vecina no reconocía ni a su propia hermana –ni qué decir de mí-, su mirada seguía perdida y continuaba preguntando dónde estaba. Los paramédicos la subieron a la camilla mientras Elżbieta les decía que dos semanas antes habían operado a su hermana por cuarta vez –aunque no estoy seguro si dijo algo del hígado o del rinón-. Sacaron a Grażyna en camilla, aún con la mirada extraviada; su hermana Elżbieta sujetándole la mano.


Hace ya casi veinte días que se la llevaron. Sé que no han vuelto porque desde mi balcón puedo ver el suyo, y veo aún su ropa colgando desde ese día. 

Un par de prendas ya se han caído al suelo. El viento va a volarlas del balcón cualquier día.











miércoles, 16 de septiembre de 2015

Postales mexicanas II: ¡Viva México!






Hace un año estaba de visita en México y no sentía ningunas ganas de festejar el 15 de septiembre. Hoy estoy de nuevo fuera de México y el rollo de la independencia me asquea un poco. No tengo nada que celebrar; creo que México no tiene nada que celebrar, así que igual que hace un año, en lugar de escribir sobre lo maravilloso que es mi país, sobre su gente bonita, su cultura, sus playas y pirámides y comida y tradiciones, me puse a buscar en los periódicos locales del Estado de México, de Veracruz, de Baja California, de Querétaro.

Y ahí están, ahí siguen y van a seguir sucediendo todos los días mientras haya México y mexicanos. Son historias que en cualquier país civilizado asustarían, pero que en México son nuestro pan de cada día; peor aún, son historias que nos negamos a ver, y que negamos y escondemos ante el extranjero –y a menudo ante otros mexicanos-. ¿Qué van a pensar las visitas si ven este mugrero?

Y al igual que hace un año, estas historias no son ni las más violentas, ni las más inverosímiles, ni las más compartidas o leídas. Son sólo 5 historias de las últimas dos semanas, de lo que va de este mes patrio.

No son casos extraordinarios, aunque tanta gente se empeñe en verlos así, y en decir que eso no refleja lo que es México. Ese hombre ahogando a una niña en un hotel de Morelia hace 3 semanas –mientras otra persona grababa en video cómo la niña se ahogaba-, no es un caso único;  esa mujer en una guardería en Chihuahua quemándole los genitales a un bebé con agua hirviendo –también hace 3 semanas-, no es un caso extraordinario tampoco; historias así pasan todos los días en este país salvaje. Madres que matan a sus bebés, hijos que matan a sus padres o a sus amigos, gente torturando a otra, pasajeros linchando delincuentes, policías golpeando adolescentes para sacarles una confesión. Y quien diga que crímenes así son esporádicos, tiene una visión muy estrecha de lo que es México y sus habitantes; basta echar un vistazo a medios de comunicación locales para encontrar esa otra cara de México.

Y por hablar de esto, soy un muy mal mexicano –me lo dicen mis paisanos que se ofenden porque yo hable de cosas tan feas, no les vaya a herir la sensibilidad-, soy un malinchista, un pésimo embajador de México en el extranjero, un amargado que no sabe apreciar las cosas buenas de mi incomparable país. Y no sé qué me avergüenza más: si ese lado salvaje de mi país, o los mexicanos que se siguen empeñando en esconder nuestra mierda bajo la alfombra para que las visitas no se lleven una mala imagen de la tierra del tequila.

Pues lo siento, pero ni sus playas, ni sus coloridas fiestas ni sus majestuosas pirámides justifican que ocurran cosas como lo que le ocurrió a Evelin, y que sigamos diciendo ¡Viva México!

No tenemos nada que festejar.

Esto también es México:




-Ecatepec, Estado de México.

Un domingo en la mañana, dos hombres armados con cuchillos se suben a una combi de la ruta Ranchería-San Cristóbal, amenazan a los pasajeros y comienzan a quitarles lo poco que llevan: carteras, bolsos, anillos, relojes, teléfonos. En un espacio muy pequeño, los pasajeros comienzan a forcejear con los delincuentes, logran quitarles los cuchillos y los inmovilizan contra el suelo. El chofer detiene la combi y saca una cadena que lleva debajo de su asiento, con la que los pasajeros atan a los dos hombres. Comienzan a golpearlos.

Un pasajero incluso toma una foto y la sube a la página de Facebook Denuncia Ecatepec. Estas dos ratas nos querían asaltar pero ahora se los va a cargar la Chingada, escribe junto a la foto.

Continúan golpeando a los asaltantes hasta que uno de los pasajeros dice: hay que sacarles los ojos para que no nos identifiquen después y quieran vengarse
.
Y eso hicieron.

Les sacaron los ojos.





-Melchor Ocampo, Estado de México.

Yumari salió de su casa el domingo por la tarde. Dijo que iba a una fiesta y que en el camino se encontraría con una amiga, y que volvería antes de las doce, pero no volvió.

El lunes por la mañana unos vecinos reportaron que había un cuerpo tirado en la esquina de las calles Agustín Lara y Tlatelco. Era Lety, la amiga con la que Yumari había ido a la fiesta. Estrangulada y con visibles signos de violación.

La tarde del mismo lunes, en el barrio San Isidro, encontraron a Yumari. Muerta también, a 200 metros de la Presidencia Municipal.  También violada y estrangulada.

Yumari tenía 15 años. Lety los iba a cumplir en octubre.





-Tijuana, Baja California.

Patricia tiene 14 años y estaba embarazada. La semana pasada dio a luz en el baño de su casa –sus padres no estaban ahí y no quería ir al hospital-. No tuvo complicaciones durante el parto, y después de cortar el cordón del bebé, lo metió en una bolsa de plástico y lo apuñaló varias veces. Después salió y tiró la bolsa en un terreno baldío cerca de su casa.

Cuando sus padres volvieron, Patricia les dijo que había sufrido un aborto involuntario y que había perdido el bebé, pero al llevarla al hospital y ser interrogada, la chica comenzó a caer en constantes contradicciones hasta que finalmente aceptó que había parido a su bebé sin problemas y que en seguida lo había matado. Después acompañó a la policía al lugar donde había tirado la bolsa con el cuerpo de su bebé.





-Sonora.

La Procuraduría General de Justicia de Sonora ha anunciado que hay por lo menos 18 casos documentados de venta de bebés en ese estado desde 2012. Hay un funcionario implicado, Alfredo Arzate, coordinador de la línea telefónica Protege, organismo creado para reportar niños en situación vulnerable.

Hasta el momento hay 16 personas que se saben implicadas: funcionarios, un ex director jurídico de la Unión Ganadera de Sonora, personal de un hospital infantil que expedía actas de nacimiento falsas y varias parejas que compraron bebés.

Se ha anunciado también que hay otros dos casos documentados de venta de bebés; son chicos que ahora tienen 18 y 20 años.

Ninguno de los implicados ha sido detenido.

Los bebés tenían un precio de entre 4 mil y 8 mil euros.





-San Luis Potosí.

Israel y Angélica, ambos de 26 años, llevaban meses pensando separarse definitivamente a causa de algunos problemas en su relación. Tenían 3 hijas, de 7, 6 y 3 años, y no querían que ninguno sufriera por no tener la custodia, o que las niñas pasaran más tiempo con uno o con otro, o que se tuvieran que quedar con los abuelos. No sabían quién tendría la custodia, así que decidieron matarlas. Matar a sus 3 hijas.

Confiesan que durante días hablaron sobre la mejor forma de hacerlo y que pareciera un accidente. Pensaron envenenarlas, ahorcarlas, atropellarlas. Al final decidieron tirarlas a un aljibe justo al lado de su casa para que se ahogaran.

El día pactado Angélica llevó a las niñas a casa de Israel, les dijo que hicieran todo lo que dijera su papá, y las dejó con él en una habitación mientras ella se metía a otra. Después de unos diez minutos observó a su esposo salir con su hija mayor en brazos y echarla al aljibe, después lo vio hacer lo mismo con Noemí, de 6 años, pero cuando Israel estaba a punto de echar a su hija menor, de 3 años, Angélica salió corriendo de la habitación y lo detuvo.

Los padres sacaron a sus dos hijas del aljibe; Noemí aún estaba viva, pero Evelin, de 7 años, ya estaba muerta.

Las llevaron al hospital y dijeron que sus dos hijas habían caído accidentalmente al aljibe mientras ellos estaban dentro de la casa. Sin embargo, al realizar la autopsia a la hija mayor, se encontraron signos de violación.


Antes de echar a su hija de 7 años a un aljibe para que se ahogara, su propio padre la violó.














sábado, 12 de septiembre de 2015

El enano y el Bola





En realidad Osvaldo nunca fue mi mejor amigo. Fuimos juntos un par de años en la escuela primaria, y a veces jugábamos canicas en un terreno baldío cerca de la escuela. No más. No recuerdo dónde vivía, y no lo volví a ver después de la primaria, pero en una ocasión me salvó de una golpiza inminente y colosal, y durante más de 25 años no recordé el incidente, hasta hoy. Llevo un rato mirando su foto en el periódico; me cuesta reconocerlo después de tantos años, la foto es muy mala aunque su rostro se puede apreciar bien, y ahí está su nombre: Osvaldo Soria R. Una breve nota dedicada a él y a su hermano.

Ahora que lo pienso, Osvaldo verdaderamente me salvó de esos rufianes que, con toda razón, se disponían a darme una madriza de proporciones épicas. Recuerdo con detalle la escena, sin embargo no logro atinar el motivo por el que apreté el botón de la máquina de videojuegos. Cosas de niños, supongo.

Ahí estaba yo a los diez años. Viernes a las 2 de la tarde, aún con mi horrible uniforme verde puesto y mi enorme mochila en la espalda, entrando con cierto temor en aquel  antro maloliente y oscuro donde los chicos mayores se disputaban con destreza el título de amo y señor del videojuego más sangriento que se hubiera visto en los años noventa: Mortal Kombat II.

El Bola, un tipo gordo como una morsa que rondaría los 16 años, con un cigarro entre los labios, se desenvolvía con maestría descuartizando enemigos. La pantalla de la máquina de videojuegos se cubría de sangre, volaban cabezas, cortaba extremidades, quemaba vivos a sus oponentes. El Bola era, sin duda, el amo y señor del lugar. Todos conocíamos al Bola; se contaban leyendas sobre por qué lo habían expulsado de la escuela años atrás: que si había golpeado a un profesor, que si había apuñalado a un chico que lo insultó, que si había amenazado al director con quemar su coche si no aprobaba el año, que si criaba en su casa perros de pelea y otras tantas cosas.

Una decena de curiosos se agrupaba alrededor de la máquina de videojuegos, admirando en silencio la frialdad con la que El Bola despedazaba enemigos. Y  yo, aprovechando mi escuálida figura, me escabullía entre los mayores hasta quedar con la cara a 30 centímetros de la pantalla. Nadie se atrevía a retar al Bola, sin embargo algún valiente introducía una moneda en la máquina, apartando así su lugar para cuando El Bola terminara su carnicería personal. Ni el más osado se hubiera atrevido nunca a retar al Bola cuando éste iba ganando, sin embargo yo, en un impulso incomprensible que tantos años después no logro entender, presioné el botón de inicio. El juego se detuvo un segundo. Tenemos un retador, apareció en la pantalla con letras sangrantes, y yo supe de inmediato el problema en el que acababa de meterme. La confusión fue momentánea. Los amigos del Bola me miraron un instante, incrédulos de que un enano con uniforme escolar -pues ninguno de ellos estudiaba- hubiera retado al campeón de Mortal Kombat II. El estómago se me contrajo y los testículos se me subieron a la garganta en medio segundo; di un ligero paso hacia atrás, preparando la huída, cuando el potente brazo del Berry, amigo del Bola, me tomó del cuello dispuesto a romperme la madre por haber usado la moneda que él había puesto en la máquina. Fueron menos de 3 segundos en esto que cuento, y cuando el puño del Berry comenzaba a trazar su trayectoria hasta mis dientes, Osvaldo, otro enano con uniforme escolar, apareció Dios sabe de dónde, empujando gorilas y sacando varias monedas de su bolsillo, diciéndole al Berry que me soltara de inmediato, y que ahí estaba el doble, el triple del importe de su pinche moneda, y que estaban por ver todos los presentes cómo un chico de quinto de primaria paraba de culo al Bola. Así lo dijo, lo va a parar de culo, mientras se acomodaba junto a mí, diciendo juega, juega, gánale a ese pinche güey.

Yo había pasado tanto tiempo en ese lugar viendo jugar al Bola, que había memorizado cada uno de sus ataques, cada defensa y cada truco que usaba. Conocía su estilo y sus golpes favoritos, así que sabía de sobra cómo ganarle. Osvaldo miró al Bola, que sin mover un músculo había contemplado toda la escena, y le dijo muy serio: te va a partir toda tu madre, pinche gordo mamón, y yo pensé: o se la parto, o ni Osvaldo ni yo vamos a llegar a sexto de primaria.  Elegí a mi peleador, y comenzamos a jugar.

Y bueno, por supuesto, en menos de dos minutos, el Bola me propinó la madriza más encarnizada y humillante que se hubiera visto en videojuego alguno. Salí corriendo del lugar. Nadie intentó detenerme.  Cuando por fin volteé, vi la silueta de Osvaldo corriendo calle abajo.

No recuerdo si al siguiente lunes le agradecí a Osvaldo lo que hizo. Hicimos el último año de la primaria en grupos distintos, y no sé qué pasó con él después. Osvaldo fue una de tantas caras que desaparecen de nuestras vidas sin que lo notemos. Y hoy veo su foto en un periódico local del municipio donde crecí.


Pasajeros furiosos intentan linchar a dos asaltantes, dice el titular de la nota.

Los hermanos Daniel y Osvaldo Soria R., de 30 y 32 años, fueron golpeados y atados a un poste por una veintena de pasajeros de un autobús de la ruta Cuautitlán-Huehuetoca, a quienes los hermanos intentaron asaltar. Uno de los pasajeros (varón, 55 años), que se resistió al asalto, recibió un disparo en el cuello y falleció casi inmediatamente; esto provocó la furia del resto de los pasajeros, quienes lograron desarmar a los asaltantes y comenzaron a golpearlos. Elementos de la policía municipal llegaron al lugar y evitaron que la multitud continuara golpeando a los criminales, a quienes ya habían atado a un poste.


La policía cree que los hermanos Soria son parte de una de las numerosas bandas criminales que operan en esta zona.