miércoles, 9 de noviembre de 2016

Lo mucho que duele de lejos






La actividad de la clase de hoy va sobre noticias. Los estudiantes tienen que practicar la voz pasiva y reforzar el uso de los tiempos pasados. Hablamos un poco sobre la elección presidencial en Estados Unidos, sobre las nuevas propuestas del gobierno polaco, sobre el Nobel a Bob Dylan. Al final de la clase, Monika se queda un momento y me pregunta sobre Ayotzinapa y los 43 normalista desaparecidos.

Me sorprende su pregunta, por supuesto; quizá por eso, Monika me explica que está en el cuarto año de Estudios Latinoamericanos en la Universidad Jaguelónica, y que le interesa mucho el tema de la violencia en México. Hablamos unos minutos, le cuento lo que sé, lo que pienso a grandes rasgos. 

Ella se va y yo entro a mi siguiente clase, pero durante el resto de la tarde sigo pensando en eso que he querido escribir desde hace ya más de un mes y no he podido. Sobre Ayotzinapa, sobre la marcha, sobre mi hermana Carmen.



El pasado septiembre se cumplieron dos años de la desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa. Yo estaba en México y mi hermana me llamó por teléfono y me preguntó si quería ir con ella a la marcha que se haría del Ángel de la Independencia al zócalo.

Apenas subirme al metro en la estación El Rosario, sentí un nudo en la garganta; unos cincuenta estudiantes del CCH Azcapotzalco se subieron en el mismo vagón y fueron cantando durante todo el trayecto. Chicos de 16, 17 años, cantando, gritando entre las miradas de indiferencia y hartazgo de los demás pasajeros. 

¡Con los huevitos de Peña
voy a hacerme un estrellado
para darles de comer
a los pinches diputados!

¡Con los pelitos de Peña
voy a hacerme un estropajo
para tallarme el ombligo
y una cuarta más abajo!

Me encontré con mi hermana en la estación Auditorio y fuimos caminando hasta el Ángel. Llegamos con tiempo, aún no empezaba a marchar el primer contingente. Dimos un par de vueltas por la glorieta del Ángel, viendo a los distintos grupos que iban llegando, y al poco rato empezamos a marchar, a unos cien metros de la vanguardia, al lado de un numeroso grupo de estudiantes de otra escuela rural de Guerrero.

Pancartas, consignas, gritos de ¡Fue el Estado!, ¡Fuera Peña!, ¡No quiero ser el 44!, ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos! Mi hermana y yo marchábamos en silencio, cada uno con sus temores, con sus odios, con su dolor. Cada uno a su manera.

Ella sacó de su mochila una bandera de México y se la puso sobre los hombros. La indiferencia nos afecta a todos, le había escrito con rotulador negro. Yo hacía algunas fotos, miraba los rostros, leía las pancartas. En la esquina de Reforma y Juárez nos encontramos con Karol, un amigo polaco que justamente estaba en México y quería ir también a la marcha. Seguimos hacia el zócalo, donde se había colocado un escenario para el mitin.

Y ahí estaban. Los padres de los 43 estudiantes desaparecidos. Hablaron sobre esa noche, la noche del 26 de septiembre de 2014, cuando sus hijos desaparecieron del mundo. Hablaron sobre cómo los han buscado en fosas clandestinas, sobre los intentos del Gobierno de darles dinero para que abandonen la búsqueda, sobre las contradicciones en las investigaciones oficiales, sobre las llamadas telefónicas. Con la voz quebrada, agradecían el apoyo de tanta gente, le hablaban al presidente, le hablaban a sus hijos…

Hijo, mientras no te entierre, te seguiré buscando…

Y aunque trataba de ocultarlo, al oír a esos padres algo se me quebró dentro, en el pecho, en la garganta. Vi a mi madre buscándome; vi el nombre de mi hermana entre las estadísticas de los feminicidios; vi el rostro de mi sobrino entre los desaparecidos; vi a un amigo ejecutado por no querer pagar la cuota que vienen a cobrarle Los Zetas, La Familia Michoacana, La Unión de Tepito o quien sea que controle la zona donde con mucho esfuerzo ha logrado poner su bar; vi a una amiga levantada al salir de la UVM Lomas Verdes; vi a las hijas de mi primo secuestradas en Coacalco; vi a otro amigo asesinado al visitar a su novia en Ecatepec; vi a mi padre juntando desesperado cien mil pesos para pagar el rescate de una de sus hijas, sin saber si aparecerá viva o descuartizada en una maleta como Karen Equivel o como miles de mujeres en México.

Pero no dije nada. No podía.

Sé que mi hermana no comparte mi visión de México, sé que le duele que cada vez que yo escribo estas cosas. Lo entiendo, lo respeto. Y a veces la envidio; envidio su amor por México, su optimismo, su confianza en que las cosas pueden ser mejores.

Y espero también que ella lo entienda. Aunque yo no sepa bien cómo explicárselo, cómo decirle lo mucho que me duele.


Lo mucho que puede dolerte tu país desde lejos.























miércoles, 2 de noviembre de 2016

Ruido y lluvia (contradicción #4)




Volver a esta ciudad
es sumergirme por completo
en todo el dolor
en todo el placer
a un solo tiempo

Nada me es indiferente aquí
nada puede serme indiferente

Es demasiado el ruido
la violencia
los gritos
y al final acabo huyendo

Por cada risa entre amigos, un feminicidio
por cada beso, una bala
por cada abrazo, un desaparecido

Me da miedo volver a esta ciudad
esa es la verdad

Pero ahora que te encuentro
en medio de todo el caos
algo cambia

Tu mano me lleva por calles
que siempre me he negado a ver

Los cafés del centro
son un destino perfecto para nuestras fugas
e incluso la eterna travesía al Sur de la ciudad
me sabe bien
si a mi lado viaja tu mirada

Sí, esta vez es distinto
me descubres parques y calles tranquilas
olvido por momentos el miedo
y el caos parece tan lejano
cuando me abrazas bajo la lluvia
cuando callas mi boca con tu boca

Y aunque sean solo unos días
tu haces que esta ciudad
con toda su furia
me sonría
me parezca por instantes luminosa.