lunes, 9 de enero de 2012

P. D: Mátalos a todos




Hijo,

lo que va a pasar es inevitable, y te tomará muchos años comprenderlo en su totalidad. Ahora mismo, mientras te escribo esta carta, eres incapaz de entenderlo, y seguramente algún día –creo saber cuál será ese día- me juzgues, me increpes, y quizá, incluso, dudes de lo mucho que te quiero. Eres aún muy pequeño para entender por qué hago lo que hago, pero aún con todos los riesgos que implica encomendarte esta difícil tarea, confío en tu perspicacia, en tu buen juicio, y sobre todo, en tu libertad para que, en el último momento, te convenzas plenamente de que lo que estás haciendo es lo que debe hacerse; para que acabes con todos ellos definitivamente.

Abandonarte –aunque esa es una palabra muy dura- ahora que eres solo un niño, me lastima enormemente como a cualquier padre. Sería presuntuoso decir que ningún padre jamás ha querido a un hijo como yo a ti, y seguramente muchos padres en el mundo dirían lo mismo, pero no puedo evitar sentirme así, como si efectivamente no hubiera otro padre en el mundo que profese un amor tan grande como el mío hacia ti, así que diré, entonces, que te quiero como solo un padre es capaz de querer, y por ello, por lo mucho que te quiero y por todo lo que está en juego, debes matarlos.

No pasará mucho tiempo para que empieces a darte cuenta de cómo funcionan realmente las cosas allá. No tendré que decirte nada y así evitaré que se piense que yo cargué la balanza a mi favor, o que influí en tus decisiones o en tus actos. No. No diré una sola palabra, ni moveré un dedo a tu favor, pues sé bien que pronto empezarás a darme la razón. Serás todavía un niño cuando experimentes, por primera vez, lo amargo que puede resultar vivir junto a ellos; comenzarás a identificar sus distintas voces, sus miradas, sus tactos, y te irás haciendo una idea muy clara de su vileza, de su hipocresía, pero sobre todo, de su mezquindad.

Si algún consejo puedo darte –y recalco que solamente es un consejo-, es este: No les creas absolutamente nada. De sus bocas no saldrán sino mentiras, promesas que olvidan con obscena facilidad, discursos que pronuncian con alarmante estupidez, y que, a la larga, no sirven sino para reforzar, un poco, su débil concepto de sí mismos. Basta mirar un poco atrás y ver lo que hicieron con tu hermano, quien –y me hiere nada más recordarlo- trató de excusarlos siempre, incluso cuando le manifestaron el más ingente desprecio, incluso cuando experimentó en su propia carne –y no estoy siendo poético- el verdadero carácter de ésos a los que pronto tú tendrás que conocer también; incluso cuando tu hermano se desangraba, y agonizaba, cuando se le estaba yendo la vida en tibios hilillos de sangre, y deliraba e incluso hacía un esfuerzo por sonreír mientras por dentro se le reventaban los tendones y se le dislocaban los hombros; incluso en esos momentos, tu hermano fue incapaz de entender lo que pasaba realmente, incapaz de comprender lo que siempre estuvo ahí, frente a él y frente a todos, lo que siempre ha sido y será hasta el día en que tú leas esta carta, y entiendas que todo esto fue un error, y los mates a todos.

Pero no hace falta que te cuente nada. De tu hermano te enterarás tú solo, pues aún hay quien habla de él. Si aún sabiéndolo decides confiar en ellos, y sus destellos de mansedumbre nublan tu juicio, y sobre todo, si al final les quieres, entonces vas a sufrir. La pregunta es: ¿lograrán despertar tu simpatía, tu confianza, o peor aún, tu compasión? No lo sé. Creí saberlo cuando tu hermano se fue; confiaba en que él sería fuerte y haría lo que se suponía que debía hacer, pero ya ves. Al final, yo me equivoqué, y lo vi morir cuando eso no tenía que pasar. Así que ahora, al dejarte cuando aún eres un niño, ya no estoy tan seguro de que seas lo suficientemente fuerte para permanecer estoico y, al final, hacer lo que te estoy encomendando hacer. Lo que debes hacer.

Nada ha cambiado desde que tu hermano murió. Nada. Así que míralos bien, escúchalos bien, y entonces te darás cuenta que matarlos de una sola vez es más… digamos, piadoso.

¿Que por qué te abandono? No lo entenderías. Para entenderlo tendrías que quedarte conmigo, y si eso pasara, si te quedaras conmigo, entonces no te preguntarías por mi abandono, puesto que no habría ocurrido nunca. ¿Te das cuenta de lo paradójico del asunto? Al arrojar mi margarita entre los cerdos la imposibilito de cualquier entendimiento de su suerte. Quizá por eso es tan doloroso dejarte, porque sé que corro el riesgo de ver cómo te seducen sus palabras, cómo los compadeces y comienzas a quererlos. Quiera Dios que seas fuerte y cumplas lo que te pido.

Si con los años logras pasar como uno más de ellos y te mantienes atento, podrás comenzar a distinguir sus rasgos más auténticos, a leer sus rostros, sus sonrisas, su andar, sus silencios. Entenderás, poco a poco -luego de varios años de verlos ir y venir, mentir y reírse, saludarse y escupir-, que su naturaleza es de lo más simple, como sus deseos, y que en el fondo, todos, absolutamente todos, tienen el mismo brillo en los ojos y el mismo corazón. Quizá quieras, en algún momento, hacer una excepción; quizá te convenzas a ultranza de que hay un par de ellos verdaderamente distintos. Olvídalo. No estamos, ni tú ni yo, a estas alturas, para excepciones. Quítatelo de la cabeza; lo único que causarás es que tu tarea sea más difícil. Y quiero decir difícil para ti, pues mi tarea termina con esta carta.

Si tu condición para cumplir lo que te pido es una sincera y convincente explicación –la cual mereces más que nadie-, prometo dártela cuando hayas terminado, y te juro que entenderás de una vez y para siempre todo este asunto, que desafortunadamente, se nos ha salido de las manos. Pero tienes que confiar en mí. ¿En quién vas a confiar si no en tu padre?

Haz lo que estás destinado a hacer, y por tu bien, hazlo sin dudar, pues si te descubren, si perciben tus intenciones, si les das cualquier motivo de sospecha, entonces lo harán ellos contigo. Matar es práctica común entre ellos, así nadie se sorprenderá si un día, mientras haces un ensayo, se te va la mano con un par; descubrirás que matarlos es muy sencillo. Tendrás todos los medios para hacerlo. Así que elije el escenario que quieras, la forma que quieras, pero no dejes a uno solo con vida. No te detengas a darles explicaciones, ni intentes hacerte el sabio juzgándolos. No les escuches, no les compadezcas, y por lo que más quieras, no les creas. Sea lo que sea que te digan, no les creas.

¿Harás lo que te pido? Confío en que sí. Confío en tu fortaleza, en la libertad que te doy, en tu corazón intacto y puro.

Yo estaré esperándote aquí mismo, y todo estará bien. 
No habrá más errores. Te lo prometo.



No lo olvides: a todos.





3 comentarios:

  1. ¿Y para acabar escribiendo esto fue que me dejaste esperándote? Mmmmmh...

    ResponderEliminar
  2. Salió bien amigo. Es lo bueno de que dios pueda tener hijos, de lo contrario cómo podría él mismo destruir un mundo y romper el viejo pacto del arco iris.

    ResponderEliminar