viernes, 29 de marzo de 2013

El ladrón de bicicletas






El margen de nuestras sensaciones térmicas es muy variable. Hay quienes disfrutan una temperatura ambiente de 25 grados, lo que para mí es mucho calor, y hay quienes a 10 grados tienen mucho frío, lo que para mí se siente muy bien. No sé a qué se deba que cada quien se siente bien a diferentes temperaturas, sin embargo, creo que hay un punto en el que da lo mismo el número del termómetro; puede hacer calor, o mucho calor, o calorcito, pero más allá de cierto punto (aunque es difícil determinar cuál es ese punto exactamente) ya no importa. Da lo mismo 38 que 48 grados, eso es, simple y llanamente, un pinche calor de la chingada. Y lo mismo pasa del lado opuesto con el frío, algo que aquí en Polonia es constante. A veces hace frío, mucho frío, frío con sol, o hasta frío rico, pero por ahí de los 15 grados bajo cero, ya no importa. Lo mismo da -15 que -25. Eso es, simplemente, un chingo de frío.

Bien, pues ese día hacía un chingo de frío. Pero un chingo de verdad. Dejé mi bicicleta encadenada justo en la plaza central, y me metí en un café de la calle Bracka. Volví un par de horas más tarde a recoger mi bicicleta, y cuando metí la llave en el candado y quise hacerla girar, ésta se rompió como un caramelo, dejándome con media llave en la mano y la otra media dentro del candado.

Seguro que mi amigo Josué, que es físico, me daría una explicación precisa sobre cómo varían los coeficientes de dilatación de los metales cuando alcanzan ciertas temperaturas, o sobre la presión ejercida por mi mano sobre el punto de inflexión de la longitud de la llave y cosas así. Y seguro que también me habría podido decir cómo abrir el candado usando una hoja de papel y la acidez de una manzana, o usando el Principio de Pascal y un popote lleno de café. Pero mi amigo no estaba ahí, y yo me quedé como un idiota con media llave en la mano, parado en medio de la plaza central de Cracovia, y arrancado dolorosamente de mi bicicleta, como un oficinista al que le quitan su Smartphone.

Y con un frío de la chingada.

Me enojé tanto que decidí dejar ahí la bicicleta unos días (una reacción bastante estúpida, lo sé). Después de una semana seguía pensando si llamar a un cerrajero, si llevar una sierra y cortar el candado, o si reportar el incidente a la policía y preguntar si ellos podían abrirlo.

Dos semanas estuvo mi bicicleta encadenada en la plaza central de Cracovia. La miraba todos los días de camino al trabajo y veía cómo se iba cubriendo de nieve. Finalmente decidí recuperarla, así que le pedí a un amigo una sierra para cortar la cadena. Ahora el problema era decidir si hacerlo de día, con un montón de gente mirándome, o de noche y pareciendo un vulgar ladrón, y con una comisaría de policía a escasos 40 metros. Debo mencionar también que había comprado la bicicleta en un mercado de cosas usadas, por lo que no tenía factura ni nada para comprobar que efectivamente era mía, en caso de que algún policía me lo preguntara.

¿Y por qué no avisar a la policía de todo el incidente y hacerle saber que, puesto que era mi bicicleta, iba a cortar la cadena con una sierra? Brillante idea, me dije. Así que fui a la comisaría y, con mi mejor polaco posible, actuando, gesticulando y hasta mostrándoles la mitad de la llave rota, expliqué a los dos oficiales toda la historia, haciendo hincapié en que lo que menos quería era que algún transeúnte pensara que yo estaba robando una bicicleta. Uno de ellos me miraba con una cara de inconmensurable aburrimiento, mientras el otro no podía evitar reírse un poco, no sé si de mi polaco o de mi suerte.

Al terminar mi historia, los oficiales se miraron un segundo, divertidos.

-Entonces –dijo uno de ellos-, la bicicleta es suya, ¿no?

-Sí.

-Y… ¿para qué nos cuenta todo esto? Si es suya, pues vaya y corte la cadena y ya. Váyase a casa.

-Claro… es que…. pues… bueno…. no quería que alguien pensara… que yo….

-Ya, ya, pero usted dice que la bicicleta es suya. Pues si es suya llévesela y ya.

Dos minutos después, junto a mi bicicleta, sacaba de mi mochila una sierra para cortar metal, sin importarme si alguien me miraba o no. Qué raro es que la policía confíe así sin más en lo que le dices, pensaba mientras serruchaba. Algunas personas me miraban un segundo y volvían a lo suyo, pensando probablemente que si alguien cortaba el candado de una bicicleta a la mitad de la plaza central sería porque era el dueño y había perdido la llave. Qué raro es que la gente confíe en la gente, me repetía. Nadie piensa que la estoy robando.

Estaba a punto de guardar la sierra en la mochila cuando observé la bicicleta que estaba encadenada justo al lado de la mía. Casi nueva, pintura intacta, tuneada. Diez veces mejor que la mía.

Bueno -pensé mientras sacaba de nuevo la sierra-, pues ya que estamos aquí…







5 comentarios:

  1. Guey by far es la historia que más me ha hecho reir, te imagino ahi con tu cara de idiota y tu cabeza calva serruchando la adena para sacar tu bici...

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  2. ¿A Lore también la imaginas con su cabeza calva y serruchando? !¿Lore también está calva?!

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  3. Jaja si está cagadisima la historia guey, y chida.

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  4. A mi me pasó exactamente lo mismo, en la misma plaza de Cracovia. También, al verme perdido y no saber qué hacer, acudí a la policía. Y recibí una respuesta semejante: ellos no pueden ayudar, pero si es mi bicicleta, porqué me preocupo tanto por el qué dirán!!!

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