miércoles, 1 de enero de 2014

El autoestopista inexperto



Como no entendí lo que me dijo el conductor, me bajé del autobús mucho antes de donde debía, y en cuanto éste se perdió en el horizonte supe que la había cagado. Había dos paradas con el mismo nombre,  Sigulda (Pilsēta) y Sigulda (Augšlīgatne), y yo me había bajado en la que no era. Así que me encontraba de pronto en medio de una carretera rural, sin nada vivo a la vista, en algún rincón olvidado de Letonia.

Luego de sopesar objetivamente mis opciones, concluí que tenía cuatro: esperar casi tres horas el siguiente autobús; levantar la mano con el pulgar hacia arriba como había visto cientos de veces en las películas y esperar que un buen ciudadano letón me llevara; caminar casi catorce kilómetros hasta mi destino, Sigulda Augšlīgatne;  ponerme a llorar y esperar que, de alguna forma, todo se resolviera solo.

Decidí intentar eso del autoestop, pedir aventón, viajar a dedo, hitchhiking o como diablos le digan en otros lugares, así que escribí el nombre de mi destino en una hoja de papel, y esperé de pie con el brazo extendido.

Para mi sorpresa, el cuarto coche que pasó, quince minutos después, se detuvo, y la señora que conducía me hizo señas para que me subiera, mientras hablaba animadamente por teléfono.

Paldies, le dije (Gracias era una de las dos cosas que había aprendido a decir en letón, la otra era nerunāju latviski/No hablo letón) mientras me acomodaba en el asiento del copiloto. Ella asintió mecánicamente sin dejar de hablar por teléfono, y arrancó.

Traté de observar discretamente todos los detalles del interior del auto y de la mujer con el fin de hacerme una idea de ella; era mi primera experiencia como autoestopista y debo admitir que me asustaba un poco correr con la suerte de Pippa Bacca, aquella chica que hace unos años, vestida de novia, se propuso viajar de esta forma desde Milán hasta Jerusalén para demostrar al mundo que “cuando uno tiene buena fe, recibe solo cosas buenas”. Ya saben, una de esas personas que, incluso en estos tiempos, siguen creyendo que uno recibe lo que da, que cuando eres bueno la gente es buena contigo, que el karma y esos cuentos chinos. Y, ¿qué creen? pues que la buena fe acompañó a Pippa hasta las afueras de Estambul, donde un camionero turco, que no creía en el karma ni en esos cuentos chinos, se ofreció a llevarla, y a los pocos kilómetros la violó, la estranguló, y luego tiró su cuerpo desnudo en un bosque cerca de Tavsanli, Turquía . Pero no se asombren, seguro que a ese camionero turco se le regresará algún día lo que le hizo a la ingenua Pippa. En esta o en otra vida.

Ajá, seguro que sí. El karma.

En fin. La mujer terminó de habar por teléfono e inmediatamente marcó otro número y siguió hablando, así que yo seguí mirando un poco el interior del auto, y mirando de tanto en tanto los inmensos campos que atravesábamos, pensando fugazmente a dónde correr en caso de que esa mujer fuera prima de aquel camionero turco.

Obviamente yo no entendía nada de lo que la mujer decía por teléfono, sin embargo hay ciertas palabras, muchas veces de raíces latinas o griegas, que se pueden entender incluso en lenguas de distintas familias. Conferencia, por ejemplo. Ambulancia. Chocolate. Información turística.

Policía.

Eso fue lo que dijo la mujer, y lo escuché claramente. Policija.

Me quedé helado unos segundos, pensando si hablaba de mí, y si era así, qué podía hacer. Cuando miré a la mujer, ésta me extendía el teléfono. Lo tomé cauteloso y balbuceé un torpe ¿Hola?

Una voz masculina me hablaba, un policía letón, seguramente, y me costó unos segundos entender que me estaba hablando en inglés. Bueno, una rara mezcla de inglés y letón. Cuando estaba a punto de salírseme un I´m sorry, who is this? Algo me dijo que era mejor no hacerlo, así que simplemente empecé a soltar frases como  ¿Quién habla?, No entiendo, ¿Puede hablar más despacio, por favor, porque no hablo letón?

El policía me preguntaba cuál era mi destino, y si tenía alguna emergencia, lo cual para mí no tenía ningún sentido. Yo seguía respondiéndole en español, y él en inglés. Luego de unos segundos le devolví el teléfono a la mujer, que me miraba expectante. Siguieron hablando en letón unos instantes, y luego ella colgó.



Cinco minutos después estábamos en la estación de policía. Le mujer me escoltó hasta el interior, donde nos recibió el hombre con el que seguramente había hablado por teléfono. Amablemente me indicó que lo siguiera. La mujer –maldita chismosa- se despidió del policía y se fue, la muy cabrona.





Llevo ya casi cuarenta minutos en la estación. Debo admitir que son amables estos policías letones; hasta un café me dieron. El más viejo –probablemente el jefe- fue a buscar a algún subalterno que hablara inglés, y éste fue a buscar a otro, y así han venido ya cuatro, que probablemente son todo el cuerpo de policías de este pueblo. Comenzaron preguntándome cuál era mi emergencia, mi origen y mi destino. Parece ser que estoy dentro de un parque nacional, y que está prohibido hacer autoestop. Eso es todo el problema, que estoy en un maldito parque nacional. Me explican, cada vez con menos paciencia, que tengo que irme de aquí en autobús o en tren, pero que no puedo hacer autoestop. Yo sigo respondiendo a todo en español, fingiendo que no entiendo ni una palabra en inglés, convencido de que la imposibilidad de entendernos hará que se desesperen y acaben soltándome. Y convencido también de que irme de aquí en autobús, es decir, pagando, sería vergonzoso  para alguien que está teniendo su primera experiencia como autoestopista.

Imagínense, con qué cara voy a contarle a mis hijos cuando me pregunten:

-Oye, papá, y ¿alguna vez viajaste haciendo autoestop?
-Pues, sí, hijos, una vez en Letonia, pero


¡Un momento! ¡¿Por qué ese policía se está poniendo guantes de látex?!







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