miércoles, 26 de febrero de 2014

Cargada de futuro. Cargada de nada.





¿Será verdad eso de que la poesía es un arma cargada de futuro, como decía Gabriel Celaya? ¿En verdad se puede cambiar el mundo a través de la poesía? Yo quiero creerlo, y hay días en que en verdad lo creo. Y hay días, en cambio, en que tal idea me parece absurda. Me lo pregunto constantemente. ¿De verdad podrán los poetas, la poesía, cambiar el mundo algún día?

Y no lo sé. Sencillamente no lo sé.



En 1939 Franklin D. Roosevelt se refirió a Anastasio Somoza –por entonces dictador de Nicaragua- diciendo: Somoza may be a son of a bitch, but he´s OUR son of a bitch.

La historia de América Latina ha estado plagada de hijos de puta como Somoza. A veces pienso que la Historia en general se reduce a unos cuantos hijos de puta jodiendo –o jodiéndonos- a otros tantos ligeramente menos hijos de puta, mientras unos pocos, que para nada son hijos de puta, tratan de hacer lo que se pueda por que esto sea un lugar mejor.

El caso es que, entre el temor de vivir en un estado dictatorial y la preocupación por mantener a su madre y a su hermana menor, Rigoberto López Pérez buscaba incansablemente espacios para compartir con el mundo su poesía, pero las publicaciones eran estrictamente controladas y sus versos eran leídos por apenas algunos amigos y familiares. Eran tiempos difíciles para la poesía -como todos los tiempos- pero Rigoberto no cesaba en su empeño de sentir el pulso de ése, su país, y traducirlo, de plasmar a través de la palabra el miedo y la desesperación de ver a su patria sumida en la miseria y la represión. Tristemente, su rebeldía poética, o su poesía rebelde, no fue arma suficiente.

Como miles de poetas, tal vez millones, Rigoberto nunca publicó un libro (quizá ser poeta no signifique escribir poemas), aunque la poesía siempre estuvo latente en su vida. Actualmente Rigoberto López no es recordado en Nicaragua como un gran poeta, sino como un héroe nacional.

El 21 de septiembre de 1956 se llevaba a cabo una fiesta de altos mandos militares en la Casa del Obrero; Rigoberto dejó una breve carta para su madre (…piensen que lo que yo he hecho es un deber que cualquier nicaragüense que de veras quiera a su patria debía haber llevado a cabo hace mucho tiempo), dio un beso a su hermana y se dirigió al lugar de la ceremonia, a la cual pudo introducirse con una identificación de periodista que un amigo le había proporcionado. Se paseó unos minutos por el lugar, fingiendo hacer fotos o entrevistar a algún político menor. Y de pronto lo vio, vio a Somoza. Rigoberto se acercó. No titubeó. Un tiro a quemarropa justo en el pecho. El dictador había caído. Segundos después Rigoberto también cayó, éste con una veintena de balas en el cuerpo.

A Somoza lo llevaron inmediatamente al hospital más cercano, aunque ya era demasiado tarde. Hubo exequias suntuosas para el dictador, no así para Rigoberto, quien ya no supo siquiera de las torturas que su madre y su hermana tuvieron que sufrir.

Yo no sé si la poesía de Rigoberto López estaba cargada de futuro. No sé si lo que hizo se puede, de alguna forma, justificar. No sé si los poetas podrán algún día cambiar el mundo. Sé que hay poetas, y dictadores, y asesinos. Y veo lo mismo, exactamente lo mismo día tras día, en Michoacán, en Kiev, en Caracas. Y no puedo; hay días en que de verdad no puedo con esto.

Y leo ese hermoso poema de Gabriel Celaya, y pienso en Rigoberto López.

Y no sé. Sencillamente no lo sé.


“…porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan 
decir que somos quien somos, 
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno. 

Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo 
cultural por los neutrales 
que, lavándose las manos,
se desentienden y evaden. 

Maldigo la poesía de quien no toma partido,
partido  hasta mancharse.

Hago mías las faltas.
Siento en mí a cuantos sufren 
y canto respirando. 
Canto, y canto, y cantando más allá  
de mis penas personales,
me ensancho.

Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho…”








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