domingo, 12 de junio de 2016

Esa gente del Caribe






Tenía una pausa de 15 minutos antes de entrar a mi siguiente clase. Estaba en la sala de profesores cuando Nelya, otra profesora, entró y me preguntó con mucha cautela:

-Oye, ¿cómo están tus hermanas? ¿Todo bien?

Yo la miré unos segundos, confundido.

-Sí, todo bien. Bueno, creo que sí. ¿Por?

-Es que el fin de semana me estuve acordando mucho de ellas. Las dos que vinieron a visitarte hace 3 años, Carmen y… ¿cómo era, María?

-Marisela, sí.

-¿Has hablado con ellas últimamente?

-Pues… hace como 2 semanas.

-No te quiero asustar ni nada, pero… bueno, llámalas cuando puedas. No sé por qué pero pensé mucho en ellas estos días.

Y se fue de la sala de profesores. Yo me quedé ahí, con una cosquillita rara en la panza. Yo había escuchado ya un par de historias sobre Nelya, maracucha que a pesar de vivir en Polonia desde antes de la caída del comunismo, no puede evitar que a veces le salga ese acento, esa alma, ese toque misterioso que tienen las personas nacidas en el Caribe.

Al terminar mi siguiente clase e ir a la sala de profesores, había ya más compañeros ahí, y el ambiente era como en cualquier sala de profes: alguien enfrascado en la preparación de su siguiente clase, alguien preguntando por algún material, alguien peleándose con la fotocopiadora, alguien buscando como loco unas copias que había dejado en la mesa y ya no estaban. Lo típico.

Tenía dos horas libres y decidí pedir comida a un restaurante vietnamita que hay cerca de la escuela, donde atiende un adolescente chino muy simpático (no piensen que digo chino como genérico del lejano oriente; este chico sí es chino, chino auténtico, se lo pregunté un día). Esta actividad en particular –no sólo la de pedir comida por teléfono sino la de pedir comida por teléfono a ESE restaurante en particular- requiere mis 5 sentidos y absolutamente toda mi concentración, pues el hecho de que un mexicano y un chino lleguen a un acuerdo comunicándose por teléfono, y hablándose en polaco, no es cosa fácil.

Tomé el teléfono de la escuela, pues en el restaurante ya conocen el número y no hay que repetir la dirección, y justo cuando ordenaba mi sopa china y mi plato chino y mi bebida china, mi teléfono empezó a sonar. Número desconocido, alcancé a leer en la pantalla, y tratando de no perder detalle de lo que el chino me preguntaba, le dije a Jairo -un profesor que estaba a mi lado-:

-Güey, contesta por fa, no sé quién es pero diles que me llamen en 5 minutos.

Hola, sí… ajá.. ajá… sí, no puede ahora, dale, yo ahora le digo, sí, chao –le oí decir.

Pedí exitosamente mi comida. Cuando colgué con el chino, Jairo me miraba.

-Era tu hermana Marisela, dijo que ahora te vuelve a llamar.

Me quedé de piedra. Cuando vives del otro lado del mundo sabes que si alguien de tu familia te llama por teléfono, en lugar de mandarte un whatsapp o escribirte por Facebook, no es sólo para saludarte.

Parece cuento pero así pasó. Nelya entró de nuevo en la sala de profesores 5 minutos después, justo cuando mi teléfono volvía a sonar. Es mi hermana, le dije antes de contestar, y aún tuve un par de segundos para mirar con atención a Nelya, que me miraba también en silencio, inexpresiva, con ese halo de misterio, con ese toque chamánico, garciamarquiano; con ese misticismo que les ha dado la selva, los años, el sincretismo, la sangre india y africana; con todo eso inentendible, inexplicable, que tienen ciertas personas nacidas en el Caribe.

Contesté el teléfono.


-¿Qué pasó, Mari? ¿Todo bien?



-Sí. Bueno… más o menos. Te llamo para decirte que hace unas horas se murió mi abuelo.










No hay comentarios:

Publicar un comentario