La semana pasada, durante la Jornada Mundial de
la Juventud (JMJ), Cracovia fue una fiesta. Desde principios de año, muchos
habitantes de la ciudad ya comentaban lo caótico que sería todo durante esos
días, y conforme se acercaba la fecha, las conversaciones se intensificaban.
Yo no quiero estar aquí a finales de julio. A
ver a dónde me voy esa semana. ¿Y si hay un ataque? No, no, yo me voy fuera de
Cracovia. Dicen que vendrán dos millones de peregrinos. No, yo escuché que tres
millones. ¿Y si pasa algo? Dicen que habrá controles policiales para pasar por
el centro. Sí, y sólo si demuestras que vives o trabajas ahí te dejarán pasar.
O si eres un peregrino. Y además, una semana antes hay una cumbre de la OTAN en
Varsovia, es el momento perfecto para los terroristas. Pues yo ayer leí que
todas las avenidas alrededor del centro estarán cerradas y van a ser
estacionamientos para los autobuses que traen a los peregrinos que se quedan
fuera de la ciudad porque todos los hoteles ya están a reventar y hay algunos
que van a dormir a 50 kilómetros de aquí porque la verdad es que la ciudad no
está preparada para recibir a tanta gente y hasta vinieron a mi edificio a
preguntarnos si podemos acoger a algunos peregrinos y bla, bla, bla.
Pero a pesar de toda la paranoia, Cracovia fue
una fiesta. Al principio yo también pensé en escapar de la ciudad, como muchos,
pero luego pensé que sería una excelente oportunidad para entender un poquito mejor
qué es todo este rollo de la JMJ.
Decidí quedarme. Decidí pasar todo el tiempo
posible en el epicentro de la horda, y debo decir que fue una experiencia
única.
La ciudad se transformó; como por arte de magia
los habitantes de Cracovia desaparecieron, incluidos los famosos kurwa boys: la juventud polaca ultranacionalista
más radical, rapados, con poco cuello y un florido vocabulario, y que están en
contra de todo lo que no sea auténticamente
polaco: los inmigrantes, la Unión Europea, los homosexuales, los refugiados, el
peligroso y maligno Islam que amenaza con desevangelizar la tierra del
magnánimo Juan Pablo II. Se hubieran vuelto locos, porque durante una semana Cracovia
estuvo llena de banderas y de gente de todos colores hablando en distintos
idiomas.
Yo me propuse observar con detalle qué es lo
que hacen dos millones de católicos de todo el mundo cuando se juntan. Pasé
horas deambulando entre las masas, yendo a conciertos cada día, hablando con
cuanto peregrino pude, escuchando al papa, preguntando, leyendo las homilías
que no pude escuchar en vivo, todo entre cantos de ¡Es-ta-es-la-ju-ven-tud-del-pa-pa!
Pero detrás de todo ese buen humor, amabilidad,
sonrisas y ambiente carnavalesco, también me fui enterando de otras cosas: supe
de su propia boca que hubo peregrinos que pagaron hasta 200 euros y voluntarios
que pagaron 100 dólares (sí, los voluntarios tuvieron que pagar para ser
voluntarios); eso incluía el transporte en la ciudad, comidas, seguro médico y
un kit del peregrino (materiales
religiosos-informativos y otros productos imprescindibles para la JMJ, dice la
página de Internet). Curiosamente, la gente que hospedó a algún peregrino en su
casa no recibió un solo peso. La Iglesia, perdón, la casa, nunca pierde.
Leí también en la página oficial de la JMJ, que
la Arquidiócesis de Cracovia –organizadora del evento-, pedía donaciones, entre
otras cosas, para Las Vestiduras Sagradas, es decir, para la confección y
manufactura de la ropa que llevarían los miles de sacerdotes y mil de obispos
(sic) y cardinales (sic) que vendrían
a Cracovia. Desconozco dónde fueron hechas dichas vestiduras sagradas; si
fueron hechas por niños de Bangladesh o El Salvador que ganan un dólar al día.
Si fue así, pues nada, hay que entender que la Iglesia está en crisis.
Hablé también con un cura polaco que vivía en República
Dominicana, pero me pareció que se molestó un poco cuando, después de
escucharlo hablar diez minutos sobre el amor de Jesús, le pregunté qué opinaba
sobre la suspensión del juicio de Józef Wesołowski, arzobispo polaco y nuncio
apostólico de ese país caribeño, acusado en 2013 de abuso sexual de menores y
posesión de pornografía infantil, y quien
pasó sus últimos años viviendo plácidamente en el Vaticano, evitando así la
extradición y los procesos penales en su contra, y sin enfrentar juicio alguno
debido a su delicado estado de salud. El cura polaco me aseguró que dichas acusaciones
eran falsas, como bien se podía comprobar en una carta que Wesołowski escribió
antes de morir. Sería ilógico que un hombre mintiera cuando sabe que está ante
los ojos de Dios, me dijo antes de levantarse e irse bastante serio.
A casi todos los peregrinos con quienes hablé
les pregunté más o menos lo mismo: ¿Cuál es tu postura sobre el aborto, sobre
los matrimonios homosexuales, sobre el uso de anticonceptivos? Y sobre todo:
¿Qué opinas sobre los refugiados?, ¿crees que Europa debería recibirlos?,
¿crees que hay algún tipo de obligación histórica o ética con quienes buscan
una vida mejor?
Bueno… no es que no queramos recibirlos, pero…
Yo no soy nada racista, pero…
Yo sé que hay mucha gente que viene con buenas
intenciones, pero…
Es que su cultura es muy diferente. Es que no
van a poder adaptarse. Es que si vienen van a querer cambiarnos. Es que ellos
no respetan nuestro modo de vida. Es que no van a ser felices aquí. Es que si
cedemos un poquito van a querer más. Es que no podemos estar seguros de quiénes
son los que vienen.
Oye –decía yo-, pero ayer, en su primer
discurso de esta JMJ, el papa les dijo, especialmente a los polacos, que hace falta
disponibilidad para acoger a los que huyen de las guerras y del hambre;
solidaridad con los que están privados de sus derechos fundamentales, incluido
el de profesar libremente y con seguridad la propia fe.
No me queda muy claro qué sentido tiene gritar todo el día que ésta es
la juventud del papa si no estás de acuerdo con lo que dice el papa.
Bueno, sí, pero…
Otra experiencia notable fueron los conciertos. Aunque más que ver los
conciertos, veíamos al público: sacerdotes, monjas y peregrinos cantando al
unísono alguna canción de reggae católico, muchísimos de ellos en estado casi
hipnótico, con los brazos al cielo, o con los ojos cerrados o al borde de las
lágrimas, algunos como si estuvieran experimentando una verdadera epifanía.
Yo entiendo perfectamente ese grado de fanatismo –dijo la novia de un
amigo-, yo me pondría igual si hubiera visto en vivo a Led Zepellin.
La estatua del poeta Adam Mickiewicz, en la plaza central, se convirtió
en el centro de las identidades nacionales. A cualquier hora había ahí algún
grupo de peregrinos enarbolando banderas, cantando sus himnos y toda clase de versos
patrióticos. ¡Vive la France! ¡México, México, ra ra ra! ¡Yo soy español,
español, español! ¡Ar-gen-tina, Ar-gen-tina! ¡Polskaaaaaa… Biało-Czerwoni! ¡Chi Chi Chi, Le Le Le, Viva Chile!
Y allá fuimos a subirnos un par de amigos y yo, a los pies de la estatua
del poeta Mickiewicz, entre una masa de chilenos y portugueses que se
desgarraban la garganta por cantar el nombre de su país más alto que el otro.
Cuando se está en medio de un grupo de apasionados de cualquier cosa, hay que
hacer lo mismo si se quiere pasar inadvertido, así que ahí estábamos cantando
también los tres ateos. A uno de mis amigos se le ocurrió tomar la batuta de la
horda y mezcló el cántico de yo soy
español, español, español con la palabra cristiano, y empezó a alentar a la
masa. A los 30 segundos mi ateo amigo dirigía un coro de más de cien voces al
ritmo de ¡Yo soy cristiano, cristiano,
cristiano! ¡Yo
soy cristiano, cristiano, cristiano!
Tanto nos metimos en el papel de infiltrados que no nos dimos cuenta de
que las banderas chilenas y portuguesas habían desaparecido y la estatua de
Mickiewicz se había ido llenando de jóvenes polacos muy particulares. Los
gritos se tornaron más agresivos y apasionados, y los tres ateos estábamos de
pronto ahí arriba rodeados de kurwa boys
–eran los primeros que veíamos en el centro de Cracovia en toda la semana-.
Tratamos de seguir sus cantos, pero cuando el líder del grupo, con la cara roja
del esfuerzo de cantar, gritó como un poseso ¡Ja pierdolę, śpiewajcie głośniej, kurwa! ¡¡PolskAAAAAA…
Biało-Czerwoni!! decidimos bajarnos.
Fanatismo
religioso y nacionalismos. La combinación perfecta.
De
lo que dijo el papa en sus homilías y de cómo los católicos interpretan sus
palabras, de la historia y del sentido más profundo de las JMJ, no pude recabar
mucha información. Pero me compré un azulejo bien bonito.
De verdad te parece caro 100$ (80€) por "transporte en la ciudad, comidas, seguro médico y un kit del peregrino" durante varios dias?
ResponderEliminarNunca dije que me pareciera caro, pero me parece muy vil que en la página dijera que la cuota incluía también el hospedaje cuando no se les pagó un solo céntimo a quienes hospedaron peregrinos.
ResponderEliminarSi odian a los extranjeros homosexuales,¿cómo es que tú...
ResponderEliminarSi odian a los extranjeros homosexuales,¿cómo es que tú...
ResponderEliminarPituchis, falta el final. Espero a que termines y te respondo.
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