¿En qué momento comencé a perderte?, ¿en qué
noche comenzaste a irte?, ¿lo tenías ya decidido hace diez años, o hace veinte?
De los primeros diez años no hay ni qué decir; no me importabas, no te veía, no
notaba siquiera tu presencia, ahí, siempre conmigo. Incluso durante los
siguientes diez años, jamás me pasó por la cabeza que algún día podrías irte.
No. Esos diez años (los de en medio) fueron nuestros mejores tiempos. Hoy
finalmente me queda claro que no te vas a quedar más conmigo. Treinta años
juntos son muy pocos.
Supongo que, como sucede con muchas cosas que
terminan, al principio no quise ver que pronto te irías. Había indicios cada
vez más claros. Por cierto, ¿cuándo fue el primero?, ¿hace quince años, en la
prepa? No, en ese tiempo tú y yo éramos indestructibles, éramos uno solo, eras
mi orgullo. ¿Cuándo, entonces?, ¿hace diez años, en la universidad? No, ésos
fueron nuestros años dorados, ¿recuerdas? Y aunque quizá tú empezaste a
mostrarme que no estarías siempre conmigo, que algún día te irías, aún así, hicimos
lo que quisimos.
Fue después, hace siete u ocho años, cuando tus
indicios se volvieron más evidentes; ya no pude seguir ignorando las bromas de
un par de amigos sobre mi ancha frente. Pero seguí creyendo –muy en el fondo-
que lo tuyo no iba en serio.
Es definitivo. Te me vas. Lo confirmo más cada día,
cuando en mi almohada aparecen otros treinta o cuarenta cadáveres de lo que
alguna vez fue una abundante cabellera; lo confirmo en la coladera del baño, en
el piso, en el lavabo. Lo nuestro ya no lo arregla ni Dios.
Supongo que no es tan malo. Pensándolo bien,
los calvos hacen grandes cosas; la Historia está repleta de ellos: Lenin,
Gandhi, Zidane, Bruce Willis. Hombres admirables que sin cabello han cambiado
al mundo.
Lo que no acepto es esta separación agónica;
ver que te vas poco a poco, de a cincuenta cabellos al día. No, eso sí que no.
Eso es deprimente. A este ritmo parece que me estoy dejando crecer la frente; y
¿sabes?, si mi frente y mi nuca se van a volver una sola, prefiero no ver cada
día cómo avanzan un poco hasta encontrarse. Vamos a terminar esto bien y
rápido, como caballeros.
Y como caballero, te digo que pasaron varios
meses para decidirme a acelerar nuestra… cómo decirlo… ¿separación? Lo pensé
mucho, incluso hace un año te dejé crecer en un desesperado intento para
ocultarme las entradas. Pero ya ni eso. Te me vas –literalmente- entre los
dedos. Qué putada. Pero lo pasamos bien, ¿no? Probamos de todo: trencitas a lo
Snoop Dogg, corto, largo, rapado, con colita de caballo a lo Desperado, con cresta punketa, con rastas… (suspiro nostálgico)
Ojalá te quedaras otros treinta años. Otros
diez. Otros dos… ¿no, verdad?
Pues eso. Sin rencores.
Adiós, cabello. Tuvimos buenos momentos juntos.
Qué poca madre amigo. Ya sé que tienes treinta, pero no quería decirte nada. Esto me deprime porque a mi solo me faltan unos meses. Pero será más ojete cuando nos abandone la nutria, yo la neta me doy un tiro. Quisiera decirte que me alegra que volviste a escribir, pero, ¿no había otro tema? Muy mal...
ResponderEliminarja ja que pinche risa tu texto
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