martes, 23 de octubre de 2012

Más negro que un somalí




Anoche soñé con mis hijos. Qué miedo.

Eran dos, niño y niña, de diez y de ocho años aproximadamente.

No recuerdo sus nombres. Mi sueño ocurre en una habitación que tampoco me es familiar; es un poco oscura, hay un sofá y alfombra. Tampoco puedo recordar la ropa que llevan, ni el color de su pelo. No sé quién es su madre; solo mis hijos y yo en una habitación. Qué miedo.

Mis hijos y yo hablamos sobre un lugar al que vamos a ir más tarde. Es un parque histórico, un museo, o algún monumento relacionado con la Segunda Guerra Mundial. Creo que Treblinka, pero no estoy seguro.
No es un sueño memorable, pero hay dos cosas en las que he estado pensando todo el día. La primera es un comentario que hace mi hijo. Al parecer solo él y yo vamos a salir, y como mi hija se va a quedar en casa, le pide a su hermano que le traiga algo de ese lugar al que vamos a ir, una postal o algo así, y entonces mi hijo –sangre de mi sangre, luz de mi vida- hace el chiste más negro que yo haya escuchado jamás. No puedo recordarlo exactamente, pero es algo así como:

-Me traes algo de Treblinka (o Auschwitz o lo que sea).

-Sí, vamos a traer el kit oficial de jabones pa´l baño y un cenicero.

Algo así es lo que dice mi hijo en mi sueño.


La segunda cosa –y la que más me intriga- es que mis hijos no tienen rostro. Ni ojos, ni boca ni nada. Hablan, ven y se mueven, pero su cara es un trozo de piel completamente lisa, un poquito abultada, como un glúteo. Qué horror, mis hijos tienen cara de nalga.

Yo no sé si a la gente, en general, le provoca tanta curiosidad sus sueños, o qué tipo de cosas sueñan, pero a mí me intrigan mucho y me sumen en profundas e inútiles reflexiones. Recuerdo algunos muy raros, por ejemplo uno en el que Milla Jovovich me preguntaba cómo llegar a la estación del metro Pino Suárez, y yo la llevaba a comer tacos de canasta y ninguno de los dos tenía dinero para pagar y corríamos, todavía con dos tacos en la mano cada uno. En otro sueño, Alex Ferguson me contrataba para diseñar el nuevo uniforme del Manchester United, y yo le llamaba por teléfono a Eric Cantona muerto de miedo. Y ahora éste, donde mis hijos tienen una nalga en el rostro y un humor más negro que un somalí.

Hace algún tiempo tuve a mi lado a una mujer bella, inteligente y psicoanalista, y durante meses le insistí que me diera una ligera opinión sobre mis sueños, a lo que ella profesionalmente siempre se negó, hasta que un día la harté y me dijo: A ver, cabrón, ¿qué soñaste? Y yo, recontento, le describí con pelos y señales un par de escenas muy raras que había soñado unos días antes, con la esperanza –idiota de mí- de que su “interpretación” me iba a aclarar un par de cosas.

Nunca lo hubiera hecho. Quiero decir, contarle mis sueños. Nunca lo hubiera hecho. Después de escucharla, esas escenas que antes me parecían completamente bizarras tenían bastante sentido, aunque debo decir que no me gustaba lo que ahora significaban. Me habló de proyección, desplazamientos, regresiones, elaboración secundaria y otros términos psicoanalíticos que me asustaron un poco y que obviamente ahora confundo. Pero recuerdo que en mis sueños a veces yo no era yo, sino otra de las personas que aparecían en él, y que en ocasiones el inconsciente trivializa lo más importante y viceversa. Ella me hacía preguntas sobre lo que yo pensaba de mis propios sueños, y aunque algunas de las conclusiones fueron muy feas, quise seguir preguntando (cuánta razón tiene Javier Marías cuando dice que siempre preguntamos cosas de más, cosas que no necesitamos saber, y que ése es uno de los más grandes errores en las relaciones humanas, preguntar de más, querer saberlo todo).

Hoy esa bella psicoanalista está a ocho mil kilómetros de aquí, y yo pienso todo el día en mis hijos-cara-de-nalga. Trato de reconstruir el sueño a detalle y pensar qué diablos significa, qué diablos dijo mi hijo exactamente; y es que después de ella ya ninguno de mis sueños me parece trivial; sé que algo de mi inconsciente se esconde ahí y soy incapaz de entenderlo. Ella me dejó, entre otras cosas, una terrible obsesión onírica.

¿Yo soy yo en mi sueño?, ¿soy yo el que tiene cara de nalga?, ¿y quién es la otra nalga, entonces?, ¿Milla Jovovich, Alex Ferguson? Dios mío, ¿estoy enamorado de Alex Ferguson?,  ¿significa esto que me asusta tener hijos, que tengo miedo que nazcan deformes, que no quiero ver sus rostros?, ¿o son mis padres los que tienen cara de nalga?, ¿tengo miedo que mi hija tenga un culo muy bonito?, ¿quiero quemar a mis hijos en un horno?, ¿mi padre me quemó una nalga cuando era pequeño y no lo recuerdo? O tal vez… ¿mi hijo va a ser un Hitler y va a llevar a cabo un exterminio contra los somalíes, y después va a fabricar ceniceros, pero no van a parecer de cristal, sino de obsidiana?

Carajo, esto es muy complicado, pero ya recordé exactamente el chiste de mi hijo-nalga.

Es demasiado cruel para contarlo. Demasiado, y me pueden cerrar el blog.

Ése es m´ijo, chingá.



3 comentarios:

  1. La parte de los souvenirs de Treblinka ciertamente da miedo, Alex :P

    Creo que al lector le intrigaría también saber qué pasó con la bella psicoanalista y si la volviste a ver :)

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  2. Lo único claro del relato es que intentabas beneficiarte a la psicoanalista

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