domingo, 30 de agosto de 2015

Aquí todo es chili







Es ridículo, lo sé, pero fue hasta hace 4 años, cuando me vine a vivir a Polonia, cuando empecé a comer picante. Es muy triste, es vergonzoso; como para que mi padre me desherede. Él, mi padre, que siempre le reclamaba a mi madre por no hacer la comida más picante. Ella, mi madre, que a escondidas hacía dos cazuelas del mismo guisado, una para mi padre y una para mis hermanas y para mí, que llorábamos de enchilados si probábamos lo que comía don Alejandro.

Ah, mi madre, que siempre tenía listas al menos dos salsas extra (hechas a mano y en molcajete, una roja y una verde como debe ser) por si a mi padre no le bastaba el picante que ya tenía su comida.

Ah, mi padre, que después de acabarse las salsas, terminaba haciéndose un taco de chiles de árbol o chiles serranos, crudos o calentados en el comal para que picaran más (chiles toreados, como les decimos en México). Y ni se inmutaba; parecía que estuviera comiendo bombones.

Pero a pesar de los intentos de mi padre, yo nunca aprendí a disfrutar de ese nivel de picante que para él era normal. Para mí siempre representó sufrimiento, ardor en la boca, en la lengua, en los labios, en la garganta, en la panza (todo esto dependiendo del chile con el que se haga la salsa o se cocine un platillo, pues no todos los chiles pican igual ni en el mismo lugar, y eso sí que lo aprendemos todos desde pequeños). Claro que comía con fervor y placer los dulces mexicanos que siempre están cubiertos de chile, los cocteles de fruta con limón y salsa durante los recreos, las papas fritas bañadas en salsa valentina a la salida de la secundaria, los botecitos de Tajín o los sobrecitos de Chamoy, que no son más que chile en polvo, limón, sal y algunos químicos, y que te hacen torcer la boca pero que se disfrutan, pero que al fin y al cabo son picante para niños. 

Todo eso lo disfrutaba, pero al llegar a casa era distinto; apenas al entrar y oler lo que mi madre estaba cocinando yo sabía si podría comerlo o no, si habría dos cazuelas de guisado –una para don Alejandro y otra para nosotros-, o si la cena iba a ser larga y sufrida. A veces el olor del picante era tan fuerte que ni siquiera podía entrar a la cocina, como cuando mi madre cocinaba rajas en escabeche, o ponía los chiles poblanos directo al fuego para pelarlos… ese picante tiene un olor que asusta al niño más valiente.

En resumen, siempre comí picante de ligas menores, lo básico, lo más ligero, lo de niños (aunque ese picante de niños en México podría hacer llorar a muchos gringos y europeos).

Y fue aquí, en Polonia, donde un día comencé a desear desesperadamente algo picante. Es aquí donde por primera vez en mi vida adulta he sentido nostalgia por ese olor de chiles poblanos al fuego; y añoro el sabor del chile guajillo, del chipotle, del morita.


Es difícil encontrar todo eso aquí, en Polonia, donde no hay comunidades de inmigrantes lo suficientemente grandes como para demandar productos que más que disfrutarse, hacen llorar. Hay que pedirlos por Internet, o buscar en alguna de las raras tiendas de comida internacional que hay en la ciudad, o que algún mexicano que vive aquí ponga en Facebook algo como:  


-¡Banda! En el Carrefour de Czyżyny (no es broma, eso es una palabra en polaco) encontré unos chiles que parecen cuaresmeños. No saben igual pero casi-. 



Y ahí vamos los 50 mexicanos que vivimos en Cracovia al Carrefour de Czyżyny. Nada, había 3 paquetitos y ya se los llevó otro mexicano. A esperar el siguiente post en Facebook.


Poco a poco las cosas mejoran; este verano un matrimonio mexicano ha puesto su food truck justo en el barrio judío (Calavera mexicana). Ya son 3 o 4 restaurantes auténticamente mexicanos –además de los 8 o 10 de comida tex-mex-. Hay también una tienda virtual en Katowice donde conseguí axiote y chile ancho, y otro mexicano hace tortillas de maíz y las entrega a domicilio. Así la nostalgia se puede paliar un poco.

Lo que no logró inculcarme mi padre en 20 años lo está haciendo este país de consonantes impronunciables, aunque aún estoy lejos de comerme un taco de chiles de árbol, o de torear un chile serrano o de morder un chile manzano o habanero. Es un placer solitario, pues aquí lo más picante es la salsa tabasco, y casi nadie entiende que pueda haber diferencia entre el picante de un jalapeño y un güero, o que haya chiles que sólo se comen secos y otros que deben comerse frescos. Eso aquí no importa; da lo mismo si es un chile pasilla, mulato, cascabel, de árbol, morrón.


Aquí a todo le dicen chili.











8 comentarios:

  1. me siento identificada, buen post, Alejandro!

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    1. Muchas gracias! Nunca se está solo en esa nostalgia por lo picante :)

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  2. Totalmente de acuerdo. Uno descubre el verdadero sentido de lo que significa ser mexicano precisamente al estar fuera de México. No me sorprende que Paz haya escrito "El laberinto de la soledad" al vivir fuera de México.

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  3. No chille profe, yo le voy a llevar un chingo de chiles 'ora que vaya a verlo!

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    1. Ya rugiste Román! No me traigas tequila, mejor tráete 3 litros de valentina, porque la que me queda la estoy pichicateando bien feo...

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  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  5. Hola paisano, Alex un gusto saludarte no tenia el gusto antes pues acabo de descubri que tienes un blog.. Me gusto mucho tu forma de redactar, todo muy bien, hasta que lei “aquí lo más picante es la salsa tabasco”, Si tabasco sabe mas que a picante a vinagre (es mas fuerte el olor a vinagre que a chile).. Pero bueno puedes estar tranquilo pues salsa Valentina negra, amarilla, Cholula y Muy gallo que es version menos picante por si la prefieres las tenemos en nuestro almacen en grandes cantidades.. www.arriba.com.pl Saludos ! M. Julia

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